El asalto a los medios
Preparan la retirada. Y como ya no pueden acuchillar a los medios que sobreviven porque están exangües y anémicos de respaldo popular, los compran. Usando testaferros que hieden a carne de cordero pútrida y repulsiva. Se ponen sus gorros y sus gorrines y en el colmo de la cobardía meten preso a un periodista que osó ir a ejercer su derecho a la protesta a las puertas de Jericó.
Están podridos. No los salva ni Mandrake.
El desmoronamiento del chavismo, acelerado por la muerte del funambulesco personaje que le diera vida en un acto de prestidigitación política digno de Melquíades, el gitano de Macondo, comienza a alcanzar cotas apocalípticas. Trayendo consigo no el hielo para asombro de los ingenuos pobladores de este país portátil, sino una fantasmagoría de delirios, anhelos y rencores mucho más propios de la literatura fantástica que de la realidad de un país hecho y derecho. Para terminar empujando al abismo a lo que un día fuera y ya no es: la Venezuela republicana, democrática, medianamente ordenada y decente. Informada y hasta culta, quién lo dijera. Que como también lo dejara grabado en bronce nuestro buen Arcadio Buendía, tampoco es que somos suizos.
Que se han desinflado de manera patética desde que en aquel aciago 2 de diciembre de 2007 sufrieran su primer traspiés electoral de dimensiones históricas, viéndose obligados a espichar el coloso de plástico tojo rojito que esperaban disparar al espacio desde Miraflores envuelto en llamaradas, lo demuestra un hecho tan palmario, que asombra que la oposición no lo haya mencionado. Para vergüenza de los discípulos de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao, Ho y Fidel Castro que trasnochan en las covachas de Aporrea: de las expropiaciones a los coñazos, cárcel y destierro incluidos, han pasado a la chita callando a la compradera de mercachifles. No expropian a los expropiadores, como proponía el barbudo de Tréveris: le chorean sus reales y luego les compran, con esos reales, sus bienes. Todo queda en familia.
No es que el loco Chávez no lo intentara. Cuando quiso comprar RCTV, poniendo sobre el escritorio de Marcel Granier una fortuna que según palabras del último de los Mohicanos le hubiera asegurado la existencia a 3 o 4 generaciones sucesivas de Granier-Phelps, se encontró con una negativa tan categórica, viril y plantada, que se vio en la obligación de perrearlo: le tiró encima todo el poder de un Estado pervertido, violado y convertido en banda de asaltantes sin Dios ni Ley. Los propios forajidos del castro comunismo. Como lo expresara años después el juez Aponte Aponte, administrador de ese latrocinio – no son sus palabras, pero pudieron serlas – llamado Tribunal Supremo de Justicia. Nosotros, a llorar al valle.
Los hechos son palmarios: se murió Chávez. Su heredero perdió las elecciones. Su partido se ha convertido en lo que los gauchos argentinos llaman “un quilombo”, la regadera excremental alcanza nociones diluvianas y sólo una milonga de cuchilleros, de esos de faca, fajín y compadrito pueden describir el peo homérico que se ha prendido entre Cabello y Maduro y sus respectivas patotas.
Preparan la retirada. Y como ya no pueden acuchillar a los medios que sobreviven porque están exangües y anémicos de respaldo popular, los compran. Usando testaferros que hieden a carne de cordero pútrida y repulsiva. Se ponen sus gorros y sus gorrines y en el colmo de la cobardía meten preso a un periodista que osó ir a ejercer su derecho a la protesta a las puertas de Jericó.
Están podridos. No los salva ni Mandrake.