Opinión Nacional

El árbitro electoral

El DRAE, uno de nuestros libros imprescindibles, presenta varias explicaciones o acepciones a la palabra “árbitro”. Algunas se refieren a las características intrínsecas de la persona que detenta ese título y otras nos describen sus campos de aplicación.

En Venezuela estamos sufriendo una terrible desviación en las funciones de los árbitros y ello nos conduce al mundo de las arbitrariedades. La explicación es relativamente sencilla, cuando un árbitro ejerce sus funciones mediante desviaciones groseras de sus obligaciones, nos acercamos a la anarquía.

Volvamos al DRAE. La cuarta acepción de la palabra dice: 4. Persona cuyo criterio se considera autoridad. No apartemos la acepción 3. Persona que arbitra en un conflicto entre partes.

Las sociedades requieren la existencia de autoridades y en consecuencia de árbitros. Por ello, y por la desconfianza que produce la administración de la autoridad por parte de los humanos, la política de las naciones ha llegado a la conclusión de que la menos mala de las maneras de regirlas es la DEMOCRACIA y una de sus características fundamentales se basa en el equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

Malabarismos políticos han agregado otros poderes entre los que encontramos el poder electoral.

Metámonos en camisa de once varas. El poder electoral reside en el pueblo. Es este quien a través del ejercicio del voto expresa sus opiniones en oportunidades donde la constitución le otorga esas funciones.

Para ello, la sociedad dispone de un organismo que es quien tiene las sagradas funciones de arbitrar estos eventos. En Venezuela, teóricamente, quienes arbitran los eventos electorales se les denomina “rectores”. Y en los eventos electorales que se han celebrado en el siglo XXI han dado pobres demostraciones de su imparcialidad y han cometido muchas arbitrariedades.

La más grave es su falta de transparencia. Ya lo confesó unos de sus supuestos árbitros que puso de moda su interpretación de la “tramparencia”. Mu precisa, pues confesó su devoción a las trampas.

Se comenta que uno de los trabajos más importantes que realizó y realiza el CNE es el de construir un registro electoral viciado. Si bien es cierto que se escudaron en la necesidad de que quienes opinaran en las elecciones fueran la mayor representación de los venezolanos, permitieron que en dicho registro existan hoy un número grosero de ciudadanos que NO son venezolanos. Otro vicio que se anota es la presencia de muchos ciudadanos fallecidos que siguen registrados y que se sospecha que votan.

No elucubremos sobre la iniquidad que aprobaron para el evento de escogencia de los miembros de la Asamblea. Si bien la Constitución tiene como un fundamento la igualdad de todos los venezolanos, la decisión de los administradores del poder electoral sesgó dicha igualdad y al modificar tramposamente los circuitos electorales logró una elección que quienes obtuvieron menos votos lograron mayor número de diputados. Insólito.

No vamos a caer en el análisis de situaciones delictuosas donde se supone que dentro del universo de mesas no auditadas aparece que hay regiones donde no existe disidencia, donde un candidato, el oficial, obtiene la totalidad de los votos. Tampoco podemos elaborar sobre situaciones donde los votantes son más que los ciudadanos inscritos ni en los delitos que se han cometido al quemar urnas electorales y registros.

En consecuencia, solo podemos concluir que el árbitro electoral sólo merece el nombre por las arbitrariedades cometidas.

 

 

 

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