Opinión Nacional

El apego político

A veces tan profundo, la más de ellas peregrino. ¡Son tantos y tan confusos los motivos que llevan a los seres humanos a identificarse con determinado liderazgo político! Cambiantes además las puertas, caminos y retruécanos por los cuales se llega a tan elaborada y sutil forma de apego. Vínculo, identidad anónima que puede llegar a ser tan sublime o tan pragmática, tan distante o íntima pero que no requiere, necesariamente, de contacto físico o de cordón umbilical preciso. Pudiera ser inventada, real, fugaz, eterna; en fin.

Lógica extraña que puede llevar a un individuo al ejercicio cotidiano, sano y desinteresado de la militancia que no comporta pago alguno, o a la sin razón, vista desde este lado de las cosas, de la sumisión más esclavista, obligada o consentida, o al comportamiento terrorista que incluye en su menú la inmolación personal, el suicidio colectivo, el crimen político, la definición del otro, así no más, como objetivo militar de guerra. Opciones todas justificadas en el recurso fatal de “por el bien de la causa”. Occidente u Oriente. ¿Qué más da?

Para no ir tan lejos, aunque nos vayamos acercando a lo que nunca pensamos llegar a ser, tomemos como ejemplo el caso propio, el venezolano, en donde está a la vista la supresión del yo particular (creencias, valores, actitudes y conductas) de miles de individuos, robots eunucos que como focas de circo acolitan acciones y omisiones del jefe, ni siquiera partido, máximo líder, caudillo, comandante, etcétera, todos arrastrados por la megalomanía de un sujeto.

Volvamos. Variados además los posibles orígenes y fuentes históricas, sociales, personales, geográficas, religiosas, de género o de raza. Dispersas, para colmo también, las raíces que pudieran ser causas de dicha identificación y que se localizan en el peso del pasado, en el exigente y excesivo presente, o en los proyectos o la ausencia de planes a futuro visible. Ni se diga del amor, del egoísmo, la lujuria, las veleidades de la amistad o de la competencia. ¿Y por qué no agregar, interminables, el miedo, la ambición, la envidia, los resentimientos, óxidos todos que destartalan los impulsos más nobles?

Esa región de la política que es la de la identificación con líderes, organizaciones, proyectos, ideas, símbolos y mitos, se adoba y cocina de manera tan equívoca hasta para quien la ejerce, siente o padece, que a veces no tiene ni la más peregrina idea de cómo terminó siendo lo que es aunque él se invente una o varias explicaciones que satisfacen su yo tan parecido o imitador al de los que lo rodean. Puede que entonces sea más complicado descubrir porqué una persona pertenece a tal o cual movimiento o bandería política a saber porqué se es hincha del Barcelona o de los Yankees de Nueva York o de los Tiburones de La Guaira, por solo nombrar a tres grandes.

No existe pues formula mágica para predecir, con precisión de relojero, la conducta de los individuos en esta u otras materias, aunque en el caso venezolano pareciera a veces que sí, y me detengo abruptamente como quien frena a cien kilómetros por hora. Cada sociedad, grupo social, familia o individuo elabora o manifiesta, es decir, manipula su identidad política con diverso estilo, al menos en binaria dirección y desigual e inconstante intensidad. Desde el militante más furibundo, obcecado y abstruso, que los hay como arroz, hasta los enemigos acérrimos de todo lo que huele a política, empezando por los políticos, “que deberían posar frente al paredón o arrodillarse ante la guillotina con familias incluidas”. Los matices y tornasoles se incluirían dentro de los extremos que van desde la eliminación física o moral del adversario, considerado como enemigo y con el cual hay que acabar de la forma que sea, hasta los desinteresados, apáticos y abstencionistas más radicales, rayanos en el más puro interés del no compromiso, del beneficio psicológico, la ganancia del “no sé”, la ventaja del “con cualquiera”, la comodidad del decirle sí a todos, o en el desprecio por lo que es común, y que afirman y actúan en función del convencimiento de que la política es actividad dañina, intrusa, o en todo caso ajena, llevada a cabo por mafiosos, o payasos o gángsteres o mentirosos u otras alimañas que son, en fin, “los culpables de todo lo que pasa en el país”, pero con los que es mejor no estar en las malas. Ambos polos, que se juntan en el espejo sin fondo de la desconfianza por el otro, estarían fuera de los límites estrictos de lo que entendemos por política, democrática afirmo, pero que en todo caso es elemental incluirlas como formas abismales de la conducta humana que mire Usted y cómo van creciendo por el mundo.

 

Lo que entendemos como ejercicio pleno de la política es, entre otros asuntos y a los fines de lo que en estas líneas se discurre, la realización libre, sin miedos y con todos los elementos indispensables, materiales y espirituales por lo menos, para concretar el proceso mediante el cual las sociedades establecen unas reglas de juego para inducir el parto electoral. En dicho quirófano la metamorfosis social se expresará en decisiones colectivas que deben tener como garante a todo el Estado representado por el ente electoral respectivo que tendrá la obligación de no sólo parecer imparcial sino sobre todo serlo. Deberá además tener la autoridad suficiente y vital frente a todos los participantes en la justa que se obligan a aceptar sin más, aunque con cierto derecho a pataleo, las decisiones de dicho árbitro. Y que éste velará y cómo, porque esa escogencia de destino político transitorio, que es el que dura un período gubernamental, sea respetada con toda la fuerza que el Derecho, la Constitución y las leyes nacionales e internacionales establecen.

 

Por eso es que los sistemas democráticos se dan el oxígeno de la alternancia en el ejercicio del gobierno. Por ello los totalitarismos, y sus pichones emplumados, aspiran en cambio a la eternización en el monopolio feudal del cargo que es como conciben el poder y que los lleva expresamente a la corrupción en todos los sentidos.

 

Una idea que tenemos que destacar es que ese lazo, bisagra de tiza, con el líder o el liderazgo político, que no son lo mismo, y que es el apego, no es eterno. Nada lo es, también es cierto, pero en el caso de estos vínculos furtivos o gustos políticos, mucho menos. Pasan, suben, bajan, quitipón, se transforman, intercambian, vuelven a levantar alas, se desploman, emergen de la más inverosímil de las gavetas, y cuando ya nadie creía o conocía de su existencia, dábanse por muertos, retornan y vuelan papagayos nuevecitos. Se ha visto a mucho muerto cargando basura.

El liderazgo político, en todo caso, es como un trapiche al que hay que mantener engrasado y bonito para que no se lo lleve la brisa o el de al lado que suele estar más cerca de llevárselo de lo que aparenta. Y ni esas precauciones te dan seguridades. Sobre todo tratándose de la ilusión política ciudadana, que es la esponja donde se recogen las aspiraciones colectivas, y ya sabemos suelen ser cambiantes, elusivas y hasta infieles y traicioneras.

No creo que esté de más recordar estas cosas en tiempos de tanta patraña y creciente número de tristes que vagamos por todos los rincones del planeta, Venezuela incluida, y cómo, arrastrando bolsillo, moral y vergüenza, en el orden que se quiera.

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