El acelerón de Chávez y la crisis económica mundial
No hay dudas que la prisa de Chávez por copar espacios clave de la
economía que aún mantiene el sector privado en Venezuela, está
relacionada con la ola de estatizaciones que permisa la profunda crisis que
hoy sacude el sistema de economía de mercado que se pensó inexpugnable
después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del socialismo
stalinista y real.
O sea, que lo que hace un año parecía tan imposible, como
inadmisible -aun cuando los primeros nubarrones del sacudón lo anunciaban
profundo e incontrolable-, que el estado se lanzara a controlar áreas
económicas que hasta hace casi dos décadas le estaban vedadas, ahora
luce, no solo necesario, sino plausible.
Y ésta parece ser la señal que esperaban los líderes del
neopopulismo latinoamericano y mundial para disponerse a llevar a cabo una
resurrección de las miasmas del socialismo real que, de tan pútridas, aun
continúan camuflándose con perfumes, afeites y disfraces de última
generación.
Claro que, como es usual entre los seguidores de las ideologías
dogmáticas reacias a hacer las correctas lecturas de la realidad y la
historia -y frente a las cuales neopopulistas como Chávez resultaron tan
obtusos como sus antecesores stalinistas-, procediendo por reducciones,
asimilando la recesión económica actual a aquellas crisis cíclicas
profetizadas por Marx, y después de una de las cuales, no quedaba sino
instaurar el socialismo y establecer el reino de Dios en la tierra, sin
darse cuenta que en absoluto se trata de una crisis sistémica, terminal y
estructural, y que, tal como puede percibirse por el fin último de las
políticas que se están implementando a nivel global, la crisis no llega
para acabar con el capitalismo, sino para fortalecerlo.
Es, sin duda, lo que palpita en las profesiones de fe en el
capitalismo y el mercado con que el conjunto de los líderes mundiales,
presidentes y primeros ministros como Barack Obama, Nicolás Sarkozi,
Ángela Merkel, Gordon Brown, José Luís Rodríguez Zapatero, Silvio
Berlusconi, Taro Aso, Ju Jintao y Manmohan Singh (para solo hablar de unos
pocos entre los más importantes), hacen preceder los programas de rescate
que se implementan en los 5 continentes y que revelan que, si existe un
paradigma imbatible en la configuración del mundo que vivimos, es que el
capitalismo y la democracia renovados llegaron para quedarse.
Pero es que ni siquiera entre los siempre despistados líderes de
América latina, entre jefes de estado como Felipe Calderón, Álvaro Uribe,
Alan García, Michele Bachelet, Cristina Kirckner y Lula da Silva ( y ahora
sí hablamos de los presidentes de países con significación en la
economía mundial), se piensa que la crisis sucede para otra cosa que no
sea restaurar y renovar al pujante mercado global que significó en el
último quinquenio el primer crecimiento sostenido que conoció la región
en 30 años, y que llevó a las materias primas del subcontinente, de la
mano del éxito de economías capitalistas como las de China e India, a
promover un nuevo mapa en la política y la economía del siglo XXI.
Pero hay algo más significativo y trascendente en este primer vistazo
a la economía que está dibujando la recesión, y aun la posible
depresión: y es que, en absoluto, está suscitándose en medio de una
crisis política y social como la que durante los años 30 del siglo pasado
hizo presumir con altos márgenes de probabilidad que el fin del capitalismo
y la democracia estaban cerca.
Y a ello contribuyó, antes que nada, que el sistema totalitario
impuesto por la utopía marxista en la URSS estaba aun joven, crudo, tierno
y en espera de que demostrara que contenía la fórmula para desplazar al
capitalismo democrático y convertirse en el paraíso sin clases,
injusticia, desigualdad y pobreza crecientes y eternos que lo hacía
preferible a cualquier otro sistema.
Hoy no existen la URSS, ni el comunismo que después de 70 años en
los cuales arrastró bajó su órbita a países que llegaron a constituir
un tercio de la población mundial, pero para establecer un infierno de
miseria, desigualdad, injusticia y violaciones gigantescas de los derechos
humanos que se cree, con razón, es la época más precaria, frustrante,
sangrienta e inhumana vivida por la humanidad en sus 5 mil años de
historia.
Y como para demostrarlo y no se olvide, aun sobreviven regímenes
totalitarios y comunistas en Cuba y Corea del Norte con su desgarradora
exposición de miseria, deterioro económico, humano y social y en tal grado
de retroceso histórico y político que sus gobiernos no han tenido empacho
en convertirse en monarquías con herencia familiar y dinástica.
De ahí que, la actual crisis económica se sucede ayuna de protestas
con contenido político, de la formación de movimientos sociales y partidos
que aspiren y planteen que la economía de mercado pueda ser sustituida por
un sistema que, como el retro socialismo, renuncia al mercado porque no
tiene economía.
Todo lo contrario, la crisis está sucediendo para comprobar la
vigencia y vitalidad del capitalismo y la democracia, para que todo el mundo
admita que, si bien se necesitan reformas no es para entronizar de nuevo la
estatocracia y el colectivismo, sino para que la sociedad civil y el
individuo limpien los establos que, de permanecer fuera de control de la
sociedad y el estado de derecho, pueden conducir a la pérdida de la
libertad.
Para todo el mundo, menos para Hugo Chávez, el teniente coronel
venezolano que lleva 10 años construyéndose una torre de marfil en la cual
permanece herméticamente encerrado y al abrigo de las señales que le
gritan que el comunismo es tan inviable como injusto, tan criminal como
inútil, que desapareció hace 15 años, que Stalin, Mao, Kim Il Sung, Pol
Pot, Castro y el Che murieron para siempre y son inclonables y que cualquier
conato por replicar los regímenes en que sobrevivieron en medio de fracasos
y crímenes sin fin, es la vía para destruirse a si mismo y al país que,
por el solo hecho de haberlo tolerado, no evitará sufrir un trauma difícil
de superar y sanar.
Y no importa que lleve 10 años ejecutando trapacerías, fraguando
espejismos y patentando engaños que sorprendentemente siguen encontrando
incautos que caen en sus redes, e incluso fabricándose una historia
pret-a-porte en la que pareciera que su carrera es arrolladora e
indetenible, porque más allá de las ficciones lo que va quedando es un
hegemón tercermundista que hace temblar por las tinieblas que rodean sus
ambiciones y propósitos.
Detengámosnos a este respecto en la forma en que Chávez está
manipulando la crisis que sacude al sistema capitalista mundial, que no es
que esté diciendo, al igual que el resto de los líderes mundiales, que
contiene los gérmenes tras los cuales sigue la revolución colectivista y
totalitaria, pero sí aprovechando la brecha que surge a raíz del colapso
momentáneo y pasajero de la economía libre, para radicalizar su programa
de control férreo de la economía privada venezolana, de acosarla hasta
que ya no le quede aliento para batallar y sobrevivir y a la vuelta de un
año o quizá meses, el arroz y la harina , el aceite y la cerveza, el trigo
y la pasta, el maíz y la arepa tengan un solo sembrador, un solo
cosechador, un solo almacenador, un solo distribuidor, un solo vendedor y
hasta un solo consumidor: Hugo Chávez.
Y por ahí seguiría hacia la banca, las automotrices, las
procesadoras, las metalmecánicas, textileras, constructoras, alumínicas y
de todas las líneas de producción y ensamblaje que nos hicieron pensar un
día éramos una economía mixta diversificada, en auge y en capacidad de
colocarnos en sitiales privilegiados de la economía mundial.
La gran pregunta es: ¿Está la sociedad civil venezolana con sus
partidos, gremios, sindicatos, instituciones, credos, ONJ, obreros,
estudiantes y profesionales en capacidad de contener la ola colectivista y
totalitaria, de repeler la más grande ofensiva que hemos conocido en los
últimos 50 años contra la democracia y la libertad, de obligar a Chávez y
a sus seguidores a respetar la constitución y las características plurales
de nuestra sociedad para que retroceda y la lucha política se regularice
como en cualquier país democrático y civilizado?
Evidentemente que sí, aunque sería ingenuino no admitir que en los
últimos meses Chávez ha avanzado más en sus propósitos y que de no
contenerlo ahora, puede ser que nos devuelva una Venezuela agónica,
destruida, desgarrada y de difícil, sino imposible, reconstrucción.
Como la Rusia que dejó el comunismo y la Cuba y Corea del Norte que
sobrevivirán a los hermanos Castro y a Kim Jong-il, como los países que
victimas de terremotos, tsunami, deslaves y explosiones volcánicas ven que
con el arrase de su medio natural también se va parte de su espíritu, de
su alma.