El 7 de agosto y sus confusiones
Gandolas de papel impreso vienen inundando las distintas posiciones sobre lo que debemos o no hacer el 7 de agosto. Curiosamente, muchas de las argumentaciones sobre votar o abstenerse, se expresan con relevante contundencia.
Todo ello, lejos de aclararle a los ciudadanos la decisión que deberán tomar ese día, los vienen situando en los barrancos de una oscura «duda metódica» de cuya resolución ni Freud ni los siquiatras más avezados serían capaces de enderezar del extravío. Desde luego, otros- la mayoría seguramente- colocados en la disidencia al régimen convertidos en pontífices de su propia frustración desdeñan de la institución del voto, sea por pensar que el árbitro juega con los dados cargados a favor de los intereses del oficialismo, o bien con la intención de golpear a las organizaciones y personalidades convocantes en el entendido que estas legitiman con su participación la reproducción de la creciente autocracia chavista. Ambas- advertimos- pueden presentarse juntas.
Es innegable la naturaleza del cuadro descrito y esa percepción se encuentra de tal manera extendida que luce irreversible; de modo que, buena parte del país no se acercará a las urnas a manifestar su voluntad de elegir.
Obviamente entonces la abstención va a ganar, y la pregunta: ¿Quién gana realmente, en términos políticos, que son los que en definitiva interesan a todos? Las múltiples lecturas que tendrá el no votar (Ojo: también el CNE puede adulterar el número real de participantes) hará inocuo e intrascendente el desierto baldío que se avizora para el 7 de agosto. A nuestro juicio, se autolegitimarán y desligitimarán simultáneamente el votante, el abstencionista, los partidos, el CNE, los candidatos, los elegidos. Lo que en dos platos equivale que no habrá un impacto de importancia sobre la realidad de ese evento. Una especie de base por bolas sin incidencias ni significaciones. Desperdicio para abrir nuevas huellas, error del desarrollo de un juego que vuelve a enseñar sus pezuñas macabras a una nación a las que, quienes reclaman conducirla, le niegan caprichosamente el horizonte.
Sin embargo, sería irresponsable perder de vista dos cosas: una, que el oficialismo se embanderará con más poder del que tenía, y dos; los disidentes caerán en el peligroso precipicio de convertirse en abstencionistas crónicos.
Lo que rodea el problema electoral es la demostración palpable de que la disidencia venezolana existe pero no está. La abundancia de tantas políticas sobre un mismo asunto exhibe contradictoriamente la lamentable carencia de una política, entendida esta como una voluntad unitaria y disciplinada de objetivos y propósitos.
Aunque los opositores se mentirán unos a otros echándose la culpa de lo que de antemano saben va a pasar – por el lado abstencionista atribuyéndose una falsa victoria-, lo cierto es que el país sigue siendo derrotado y devorado por un régimen que avanza sin adversarios- de tan enanitos- hacia el poder total, y por la otra parte, una dirigencia que se le resiste, pero que ni dirige ni resiste nada, más que llamar con éxito al voto o a la abstención, convoca a la confusión, al rechazo, a la náusea.
¡¡Hasta cuando vale..!!