Opinión Nacional

Educando a los jóvenes para la paz

Tuve la experiencia de dirigir un Modelo de Naciones Unidas con estudiantes de Educación Media y asistimos a la sede de la (%=Link(«http://www.un.org/spanish/»,»Organización de las Naciones Unidas»)%) en la ciudad de Nueva York en 2000. En aquel modelo se planteaban conflictos por resolver en un marco de simulacros posibles. Fue estimulante observar la capacidad crítica de nuestros jóvenes. Ese evento me hizo pensar que el futuro será mejor que el pasado, que se puede educar y lograr que esas generaciones que vienen sean comprometidos protagonistas de cambios en la historia de la humanidad, es decir, que se conviertan en hacedores de historia y no sus espectadores.

El 12 de febrero de 1814, jóvenes venezolanos al mando de José Félix Ribas tomaron la decisión de ser actores en el proceso histórico de Venezuela que hoy leemos y que nos enorgullece. Dieron un valioso aporte a nuestra vida nacional. Aquellos ciclos turbulentos fueron, sin lugar a dudas, días difíciles, sin embargo, asumieron como propias una batalla y unas heridas que pudieron no ser suyas.

¡Qué maravilla sería que dentro de cincuenta años nuestros bisnietos pudieran estar tan orgullosos de nuestros descendientes como lo estamos nosotros de los jóvenes de La Victoria!

No apoyamos ni siquiera en la distancia la cultura de la guerra, pero es ineludible reconocer que aquellos jóvenes estudiantes que no tenían internet ni teléfonos celulares, al momento de alistarse para luchar en pos de la libertad, lo hicieron comprometidamente.

La historia reciente nos lleva a reflexionar sobre la actitud asumida por nuestra juventud. Encontramos una actitud que catalogamos de indiferencia cuando posiblemente es hastío, al ser testigos cotidianamente, de pugnas intestinas en su entorno más cercano.

Los jóvenes son el motor del mundo. Su quietud nos deja en un campo vacío de historia. Y la actual, en todos sus ámbitos, demanda urgentemente mantenerse activos en la búsqueda de la paz. Es indispensable su contribución para armar una nueva Venezuela que redunde en un mundo distinto. Pero hay que estar prevenidos y considerar que, si la conducta de este grupo ha sido mantenerse al margen de los acontecimientos, es muy probable que la responsabilidad recaiga en las actuaciones de quienes han protagonizado estos trances.

Sería injusto culpar a los futuros actores, de errores que no buscaron y de los que sufren las consecuencias. Hacer un profundo examen y rectificar el rumbo de las naciones no depende únicamente de quienes tendrán en sus manos los venideros tiempos. Obedece también al resultado de la historia vivida y que ha sido interpretada por personajes que más adelante serán juzgados por sus realizaciones.

En los países que han sufrido mayores perjuicios a causa de enfrentamientos dentro y fuera de sus límites, la juventud de la segunda mitad del siglo XX y la que estrena el XXI se ha manifestado repetidamente por una cultura de paz. No hay que perder un minuto para instruirles y educarles en ese sentido. Es posible.

Es imperativo enseñarles que cada problema encierra una oportunidad para pensar, para buscar nuevas combinaciones, para ser más creativo. En fin, para avanzar hacia las grandes soluciones que nos exige el momento.

Existe pues, un compromiso necesario que asumir, una tarea inexcusable que enseñar a esa más de la mitad de población que conforman los pueblos de nuestro país y del mundo. Hay que educar para cooperar, para participar en las soluciones que forjarán un nuevo destino. Hay que insistir que no se puede esperar obtener aquello sobre lo que no depositamos el mayor empeño en conseguir.

Si el simulacro de un Modelo de Naciones Unidas exhibió que los jóvenes son capaces de plantear soluciones materializables por el logro la paz en un mundo que pareciera gira en contrario, la realidad no puede ser distinta si se posee el motor que generaría esos cambios posibles. Pero hay que empezar por dejar un mejor ejemplo que el abonado hasta ahora. Es necesario obsequiar un campo fértil para sembrar semillas que germinen otros frutos como legado de vida. Debe comenzarse educando a los jóvenes para la paz.

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