Educación e Historia
Hay oportunidades en las que no quiero referirme a nuestra estancada realidad. Muchas veces me deprime y prefiero refugiarme en los mundos ideales y estimulantes de la buena literatura, el cine o el ajedrez. Hoy más que nunca noto el atraso social del país en casi todos sus rubros, y sobre todo, en el ámbito escolar. No obstante, no hay más remedio que confrontarnos, sobre todo con aquello que más nos desagrada, en la búsqueda de las soluciones.
Son muchas las razones que explican el movimiento histórico de las sociedades hacia formas de progreso sostenido, y el mayor consenso parece recaer en la educación. Un sistema educativo de calidad debe garantizar la emancipación de una ciudadanía activa que resguarde por sí misma la conquista del bienestar social. Obviamente que la pobreza no riñe con el progreso.
Nuestros sistemas escolares son claudicantes en eso de presentar una oferta escolar eficaz basada en el esfuerzo sostenido y en la calidad de los contenidos programáticos que arrojen resultados contrastables. Nuestro sistema educativo, de muy bajo nivel, se resiente tanto por la injerencia político/ideológica, así como el relajamiento más espontaneo. Esta extravagante cuestión tiene sus muchas causas, entre ellas sólo bastaría nombrar: la ausencia de profesionales en el área educativa consustanciados con el trabajo que llevan a cabo asumiendo metas colectivas que impliquen el cumplimiento del proyecto de país en ciernes. Por otro lado, son tan precarias las condiciones salariales y de infraestructura, que la motivación mínima adecuada, también se resiente, generando efectos devastadores sobre los educandos. Todo termina reducido a un círculo vicioso que nos lleva al infortunio social.
En el caso de la materia de Historia ésta ha cedido a una metodología que se niega a contactar con los grandes retos del presente y futuro. Todo oscila alrededor del mito fundacional que significó la Independencia del país hace doscientos años atrás con sus padres fundadores y tutelares, hoy convertidos, en figuras de cera que no logran inspirar a casi nadie. Son tan perfectos nuestros héroes, que la historia como culto, en realidad una teología, los hace inaccesibles al común de los mortales. Todo termina en una especie de entelequia virtuosa fundada en la grandilocuencia del estudio de ritos funerarios. Y esto obviamente que nos condena al equívoco y a la evasión de la problemática de lo actual.
Memorias secuestradas, memorias manipuladas, memorias ideologizadas, memorias bajo el amparo de los poderosos de turno, en fin, historia sin contacto con lo auténticamente vital y vigoroso. La Historia como proceso analítico y compresivo para entender la configuración de lo actual, a partir de las experiencias y retos en el presente, es algo en lo que habría hacer énfasis. De igual forma una Historia como proyecto desmitificador de todo pasado glorificado mas allá de lo razonable, y por ende, la puesta en práctica de una concepción critica de la Historia a partir de la pluralidad de conceptos y significados que nos permitan la búsqueda autónoma del asombro y el conocimiento sin intermediarios.
Me apesadumbra la información de que sólo Corea del Sur, a través de sus universidades y centros de saber, logra obtener un número mayor de patentes de invención que todos los países de América Latina juntos. Que el Gobierno de turno considere a las Universidades del país como sus enemigas y procure su domesticación; que nuestros mejores talentos humanos prefieran la emigración a restearse por el país. Como nos cuesta hacer las cosas bien, y lo paradójico, es que la mayoría sabemos que la remisión nuestra se encuentra en nuestras propias manos.
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ