Opinión Nacional

Dos izquierdas

Inevitable es referirse al último y – si se quiere – breve título de Teodoro Petkoff: “Dos izquierdas” (Alfadil, Caracas, 2005). Acertada fue aquella intuición y bautizo de la izquierda” borbónica” que lanzó en “Una segunda opinión”, superado el enfoque psicologista del “alma escindida” del todavía presidente de la República, frente a la que ahora ejerce con mayor sentido de responsabilidad en el continente, como no menos acertada fue la de Tulio Hernández en relación a los antichavismos ético y estético. Digamos de una primera, atrevida y valiosa caracterización que contrasta con los manoseados esquemas de interpretación, colados aún en medio de una pereza que –en definitiva – prolonga la crisis política.

El régimen que ha de tener un nombre y una integración inédita de elementos, empero, nuevamente se ofrece como una mezcla variable e independiente de marxismo anacrónico, militarismo, mito bolivariano y paranoia (35, 39, 65). Razonablemente, pesa el análisis político y sustancialmente estratégico, como las interesantes – pero muy rápidas – consideraciones que el autor hace sobre el torpe abandono del centro por el mandatario nacional, previo a abril de 2002 (53), precisamente donde la contribución del científico social hizo más falta para abordar la intimidad de una crisis que explica a los actuales dirigentes del Estado, sus más insignes beneficiarios, como podrá explicar a otros del futuro.

La sección introductoria sobre García Márquez, no sólo avisa de las – si se nos permite – envidiables circunstancias que desembocaron en la relación de amistad, sino del desarrollo de una escritura limpia y refrescante. No por casualidad, ella madura con el oportuno y pedagógico empleo de la metáfora cinematográfica, al abrirse al síndrome estadounidense del “Doctor Strangelove”, la película de Stanley Kubrick, memorablemente protagonizada por Peter Sellers; probar con el Woody Allen de “Zelig” o el Gregory Peck de “Los cañones de Navarone” de John Lee Thompson (26, 46 s.); o calificar de “real-maravillosa” la famosa renuncia presidencial (51), para tranquilidad de Alexis Márquez Rodríguez que siempre nos previene de la confusión con el “realismo mágico”.

A través del vespertino “Tal Cual”, trabajos como el publicado por la revista “Nueva Sociedad” ((%=Link(«http://www.nuevasoc.org.ve/upload/anexos/actualidad_61.pdf»,»www.nuevasoc.org.ve/upload/anexos/actualidad_61.pdf»)%)), o el prólogo a obras como las firmadas por Américo Martín o Barrera Tyszka y Marcano, recogidos en la pequeña compilación de marras, conocemos los puntos de vista de Petkoff. E, incluso, por falta de tiempo, resistimos la tentación de explorar una evolución conceptual, a propósito de sus más viejos libros, a favor de un rápido arqueo de las opiniones suscitadas por su más reciente entrega.

Hallamos crónicas que lo halagan en demasía, al lado de las que despuntan un cierto desprecio al político que piensa y actúa. Resaltamos textos como el de Kaled Yorde (“La Verdad”, Maracaibo, 31/07/05), que lo equipara a “Del buen salvaje al buen revolucionario”, por pertinente, necesario y esclarecedor; José Mendoza Durán (“Ultima Hora”, Acarigua, 13/08/05), que lo cree una pieza de obligada lectura y de aprendizaje; o Fernando Egaña ((%=Link(«http://www.noticierodigital.com/»,»www.noticierodigital.com»)%)), que le permite también distinguir entre dos expresiones de la derecha.

Emeterio Gómez se ha servido de la obra para anunciar una tercera izquierda, la liberal, o advertir la confluencia de la centroizquierda y centroderecha, a través de varias entregas en “El Universal” de Caracas, como si recogiese las palabras de presentación que hizo Luis Ugalde de la obra ((%=Link(«http://www.ucab.edu.ve/ucabnuevo/opinion/index03.htm»,»www.ucab.edu.ve/ucabnuevo/opinion/index03.htm»)%)), al convenir en el reto de
“ construir simultáneamente una democracia con fuerte institucionalidad pública y autoridad del Estado, y una sociedad articulada y desarrollada (que) puede encauzar la necesaria fuerza capitalista”. Lo cierto es que la principal ventaja de una obra, como la de Petkoff, reside en la de estimular la inquietud reflexiva que ojalá se hiciera debate intenso.

II.- Pesca de arrastre

La situación de los presos políticos adicionalmente se agrava, pues, a las circunstancias impuestas por el régimen encontramos las propias del juego político de la oposición. Particularmente, respecto a los de origen socialcristiano, hemos rendido un testimonio constante de solidaridad, incluso, cuando el país pareció olvidarlos, aventajados por una formación y experiencia política que los previene del bullicio y los fuegos fatuos.

Se ha dicho que las personas que sufren cárcel por razones políticas, deben encabezar las listas parlamentarias de los partidos que, a pesar del intento oficialista por desconocerlos, mantienen una votación dura y militante y, sin dudas, auspiciosa. Sería la mejor fórmula para sacarlos de la prisión, pero – tememos – no suficiente para desarrollar una tarea y una estrategia democrática de futuro.

Obran determinadas circunstancias en los partidos de vocación democrática, como COPEI: los candidatos deben someterse a la consulta de base y creemos que el tachirense Danny Ramírez no tendrá dificultad alguna para nominarse, reconocido ampliamente su testimonio de lucha y esperanzados en un relevo digno para el porvenir del país. Sin embargo, el mayor peligro reside en la inescrupulosa pesca de arrastre que puede tentar a más de una personalidad u organización en sus velados cálculos electorales.

En efecto, es mucho más fácil armar un alboroto sobre la situación actual de los presos políticos y demandar demagógicamente que el venidero parlamento opositor sea de manera automática, encabezado por ellos. En tal sentido, existen planteamientos de muy buena fe, al lado de otros que sacan a relucir las duras espinas del oportunismo: es muy fácil y cómodo, registrar alguna organización y ofrecerle la primera diputación a quienes están detrás de los barrotes, enganchando en una localidad o en todo el país la posibilidad de sacar otros parlamentarios, en un acto de demagogia y de viveza; o, empeñados en la desmovilización política, a nombre de la abstención en las más reciente consulta municipal, pretender –ahora sí- meterse en el parlamento, so pretexto de defender a los presos políticos y en el entendido de que el CNE del 7 d! e agosto no valió y el diciembre sí valdrá, siendo el mismo.

A título personal, estimo que, ante el grueso peligro que representa el régimen, está otro de igual calibre: la confusión política de un sector de la oposición que no se ha enterado aún de la naturaleza íntima de un régimen, mostrándose incapaz para echar las bases de otro resueltamente democrático.

III.- Con nombres y apellidos

En vías del septenio, el gobierno nacional ha logrado inocular el miedo con una habilidad innovadora en el repertorio del autoritarismo mundial. A la bondad y a la maldad, agregamos otra postura maniquea que desea resolver el problema político en términos de coraje y cobardía, susceptible de una afortunada matización que sorprende frecuentemente a oficialistas y opositores con las vergüenzas al aire.

Nos resistimos a este otro maniqueísmo de la hora, pues obran siempre circunstancias que desembocan en conductas impredecibles, validando aquella plegaria que dice “ayúdame a no tener miedo”. Sin embargo, generalizado un baremo para tratar del comportamiento de la dirigencia opositora, inaplicable a la que goza del amparo y las ventajas del poder, es necesario reconocer el valor de aquellos que combaten cívicamente al régimen, con nombres y apellidos, en contraste con los más bulliciosos, pero tercamente anónimos, capaces de soltar sus látigos moralizantes cuando la ocasión parece propicia y segura.

Digamos, por una parte, que debemos ponernos en los zapatos de quienes elevan su voz públicamente, aunque las agresiones y riesgos sean la consecuencia lógica de una postura –además- sometida al escrutinio público y de las agencias o servicios policiales y de inteligencia. Acotemos que no se trata de vanagloriar a aquellos que, asumido un compromiso, cumplen con su deber, sino de resaltar un testimonio democrático de oposición que se mantiene en pie frente a los latiguillos moralizantes mismos.

Recordemos, por ejemplo, que la responsabilidad parlamentaria de los opositores ha encontrado inmensas y terribles dificultades desde el primer momento que se instaló el Congreso de la República y la Asamblea Nacional, cuando tomó posesión Chávez del poder. No ha habido respeto ni garantías a la inmunidad constitucionalmente reconocida y, demasiadas veces, bandas organizadas, en masa o individualmente, han disparado sobre la humanidad de quienes ocupan sus curules por el apoyo del electorado.

Casos como los de César Pérez Vivas, Julio Montoya, Alfonso Marquina o Ernesto Alvarenga, por mencionar a algunos, reflejan muy bien los peligros que suscita el ejercicio de la oposición. Todos, al dar la cara en el hemiciclo, en la calle o en los medios de comunicación, han sido amenazados de muerte, sufrido el rigor de la persecución –incluyendo a los familiares- y –también- la incomprensión de los que creen que oponerse se reduce a una ocasional pedrada verbal.

El caso que más conozco, el de Pérez Vivas, quien cumple responsabilidades diversas como representante del pueblo tachirense y líder nacional de un partido de la oposición, ilustra las dificultades de crear una alternativa democrática de futuro, en la acción y el pensamiento. No fue un chiste la tenaz investigación del caso Montesinos, como tampoco lo ha sido indagar sobre los desafueros del gobierno y apuntar con el dedo a sus corruptos, ni ver el proyectil con el que su agresor lo amenazó de muerte, escapar de unos disparos o sufrir de una golpiza en el propio Capitolio; conducir a un partido y, como demócrata a carta cabal, emplearse a fondo en el debate con propios y extraños; no ha sabido de guardaespaldas, como tampoco su familia en el distante hogar andino, pero ha tenido la ! entereza de los ideales que acunó desde la más temprana juventud, aplicándose igualmente al estudio de las realidades. Y es que, con sus aciertos y errores, se inscribe en el elenco de los políticos que echaron las bases del país, debiendo echar otras en los años por venir, siendo muy distintas las condiciones, estilos y modalidades que hicieron al dirigente político de los años de normalidad democrática, acaso más cómodo y fulgurante cuando todo estaba hecho y quedaba muy poco por hacer, saltando la liebre autoritaria en la que aprendimos a no creer.

Agreguemos, por otra parte, que la oposición ha de reivindicar la política como un esfuerzo comprometido y compartido de ilusión, razón, emoción y – sobre todo – hechos. No se trata de una sucesión de actos meramente voluntaristas, de tenerlas y muy grandes e hinchadas, sino de aceptar un escenario complejo.

Hubo quienes reclamaban que la clave estaba en llegar a como fuera lugar, en una marcha heroica, espontánea, convencida y no menos fulgurante, hacia Miraflores, pues – otro, los otros – carecían de tamaña voluntad y arrojo, para redondear un estigma que tanto daño nos ha hecho. Apareció el Síndrome Hidalgo, recordando al coronel retirado que encabezó una movilización cubierta ampliamente por los medios de comunicación, declarativo y desafiante, como si bastara, hasta chocar y diluirse con la primera alcabala de militares, policías y aventajados civiles que tuvieron muy afiladas sus armas: respetamos la iniciativa del coronel Hidalgo, mas demostró –una vez más – que el espontaneismo es un error garrafal frente a un régimen que sabe y desarrolla una política, su política autoritaria.

Nos atrae la idea de los nuevos elencos de innovación de la política, incluidos o no los nombres y apellidos citados, como ciudadanos dispuestos a domiciliarse en la nueva centuria que tarda paradójicamente en llegar. Mejor, que comprendamos que el culto de la simplicidad, llámese bondad y maldad, coraje y cobardía, cava una profunda tumba, en lugar de edificar un rumbo.

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