Opinión Nacional

Dos de Diciembre

Hace cincuenta y tres años, después de un magnicidio y de unas trucadas elecciones, se estableció en Venezuela una férrea dictadura que se extendió por cinco años más.

Ese régimen había nacido como consecuencia de un golpe de estado que terminó con varios ciclos de la vida política venezolana.

En primer lugar, dicho golpe terminó con la era de dominación andina que había comenzado con la llegada de los militares que comandó Cipriano Castro y a quién sucedió Juan Vicente Gómez.

En segundo lugar, le puso término a un proceso evolutivo que tuvo como singulares expresiones a los gobiernos de Eleazar López Contreras, insigne diseñador del tránsito político y social hacia el siglo XX y el de Isaías Medina Angarita que ha sido el más progresista y democrático gobierno de cuantos nos han dirigido en la centuria recién terminada.

Ese régimen, el de Marcos Pérez Jiménez, fue producto de la concurrencia desafortunada de civiles y militares con ambiciones desmesuradas.

Transcurridos casi once lustros y a pesar de que todavía viven algunos de los actores y muchísimos descendientes, hace mucha falta que se desmenucen las causas y las consecuencias de esos años.

Mas, en esos tiempos, a diferencia de los actuales, Venezuela contó con varias ventajas que, aunque no son suficientes para justificar aquel régimen, si pueden ser añoradas por amplios sectores de la población.

Venezuela era un país de prometedor destino para inmigrantes venidos de los más diversos lugares del mundo.

Venezuela era un país donde el orden y la seguridad eran casi absolutos.

Venezuela era un país donde había oportunidades de trabajo digno para todos los estratos de la sociedad.

Venezuela era un país soberano, respetuoso de la dignidad de todos sus pares y donde el nacionalismo era un valor perfectamente entendido, defendido y respetado.

Venezuela era un país donde la educación, si bien era lamentablemente elitesca y regional, en ella se perseguía le excelencia y era asequible a todo aquel que la mereciera. Los liceos públicos de la época, competían con ventajas ante la excelente educación de los planteles privados.

Repetimos, todo esto tenía una ominosa contrapartida, las actuaciones políticas podían conducir a la muerte.

Venezuela era un país donde se construyó, amén de muchas otras, la obra de ingeniería más importante de toda su historia. La autopista Caracas-La Guaira, obra que hoy se cae a pedazos por la absoluta desidia y falta de mantenimiento.

Venezuela era un país donde la seguridad industrial, concepto que engloba muchos eventos, era una verdadera religión.

La industria petrolera, en aquellos años explotada por empresas extranjeras, estableció patrones de seguridad que hicieron a Venezuela un país de muy pocos accidentes laborales.

En ese extraño país no perecían soldados en celdas de castigo y mucho menos era pensable que fallecieran trabajadores petroleros por accidentes graves producto de falta de mantenimiento, impericia y abuso de los márgenes de seguridad.

Venezuela era un país donde la justicia funcionaba. Cuando se modificaron las prescripciones legales se contrataron a expertos internacionales para que prepararan los proyectos.

La justicia no era perfecta pero si era ciega y eficiente, sobretodo en los casos civiles y económicos.

Eran otros tiempos.

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