Divorcio a la peruana
La política no tiene secretos para quien la observa desde una adecuada distancia, sin involucrarse emocionalmente en ella. Leo que el Comando Táctico del MVR quiere adelantarse, previsivo, a la interpretación que podría darle la oposición a los hechos del Perú, en el sentido de aprovechar la caída de Fujimori en perjuicio de Chávez. Al presidente, infalible, ni con el pétalo de una rosa y por eso presenciaremos una inminente reedición de la historia. Como en la novela «1984» -el relato agobiante de George Orwell- desaparecerán los indicios del matrimonio FujimoriChávez, ocupando su lugar nuevas versiones que los borrarán de la memoria. En la era de la informática las cadenas presidenciales, no bien contrarrestadas por el natural temor de los medios independientes, establecerán en la opinión del público lo que convenga al «proceso». Debo admitir pues que los bisoños líderes del aparato político dominante, con su Psicología de sitiados, saben estar siempre listos para despejar sombras en el horizonte.
Y sin embargo, la aproximación de los «procesos» peruano y venezolano era hasta lógica. En la medida en que Fujimori consagraba una dictadura de hecho, para cercenar la emergencia oposicionista (fruto del descontento de un pueblo hastiado de discursos sin réplica) el sentimiento democrático internacional lo enfrentó con acrecentada decisión. Fujimori, por la ley física de la acción y reacción, reculó hacia las trincheras del disentimiento antioccidental. Todos sabemos que no lo hizo por vocación «antiimperialista» sino para proteger la estructura totalitaria del poder que edificó con el siniestro Montesinos, quien le había asegurado la indispensable complicidad de los mandos militares.
En la búsqueda de coincidencias, se insinuó en el horizonte la alianza con el chavismo, el fidelismo y hasta con los primitivos dictadores de Irak y Libia, en el fondo para negociar con occidente desde posiciones de fuerza.
Hay en el «proceso» venezolano un impresionante doble rostro que se refleja en la nocorrespondencia entre hechos y palabras. Nadie expli ca cómo es que el Presidente Chávez puede maldecir «el mercado» sin regresar con firmeza al modelo proteccionista, el intervencionismo estatal y los controles que sentaron escuela durante cuatro décadas en Latinoamérica hasta los caóticos años 80. Tampoco es fácil mantener una diplomacia que exalta la integración regional -lo cual implica relaciones de excelencia con los gobiernos- y con la mano izquierda atiza a los «sin tierra» brasileños, los militares «chavistas» de Ecuador, las guerrillas colombianas, sin hablar de la provocadora intervención en las reanudadas negociaciones entre Chile y Bolivia en busca de la salida al mar que ésta perdió de injusta manera en la Guerra del Pacífico.
La melancólica caída de Fujimori aclara varias cosas: 1) que perpetuarse en el gobierno es malo para la salud.
2) que ver fuerza en la concentración de todo el poder puede ser indicio de severa miopía. 3) que apoyar dictadores olvidando a sus víctimas no es muy recomendable.
Los disparates diplomáticos se pagan con aislamiento, lo que no deja de ser paradójico en quienes fantasean con el sueño integracionista de Bolívar.