Distracción y orfandad
La crisis, arreciada a partir de 1998, no se debe tanto a la falta de un proyecto de país coherente y compartido, sino de varios proyectos razonablemente contradictorios y (también) complementarios permitiendo que la simpleza y el maniqueísmo ocupen un sitial privilegiado, incluso, en las organizaciones dedicadas presuntamente a la reflexión e interpretación de los problemas que nos aquejan.
Se evidencian valiosos esfuerzos para aprehender una situación que inexplicablemente todavía nos sumerge en una perplejidad tan próxima a la estupidez. No obstante, requieren de una significación política real, permitiendo contrarrestar el desasosiego a través de un debate donde los principios y los valores aterricen en un destino que no ha sido escrito por nadie.
Saldo de los últimos acontecimientos, lo que se ha dado en llamar casi festivamente el “retorno a la política” enmascara nuestra estupefacción ante la gravedad y complejidad de las dificultades, creyéndonos distraídos. Al agotarse y derrumbarse el modelo de desarrollo asistencial-petrolero en la década de los ochenta, surgió y adquirió – poco después- dramática consistencia el mito de la mayoría chavista, por darle un nombre, que ocultó -y oculta- la orfandad de una visión articulada del porvenir. Tememos, ahora, que la intensa movilización opositora traduzca y apele a ese mito en lugar de procesar y admitir la pluralidad de los proyectos históricos dignos de competir en un contexto diferente.
En definitiva, se trata de recuperar el sentido de credibilidad y trascendencia de la política para romper la circularidad de los eventos, no sin interpelarnos en torno a la necesidad de fundar, reconstituir o -acaso- remendar una élite política que sufrió el impacto deplorable de las megabonanzas, en sus variadas expresiones. Nos referimos a quienes piensan y hacen la política, profesionalmente o no, fuera o dentro de la órbita estatal.