Opinión Nacional

Dignidad Humana vs. odios étnicos

Luego de que en los siglos dieciocho y diecinueve se desarrollara el espíritu de la Ilustración y del respeto a la dignidad de todo ser humano, en la primera mitad del siglo veinte se produjo una catastrófica recaída en las generalizaciones grupales y el odio colectivo contra comunidades étnicas o religiosas. El nazismo hitleriano constituyó el ejemplo más extremo de búsqueda de supremacía de un grupo selecto a expensas del exterminio masivo de etnias “enemigas” o “dañinas”, sin evaluación de la persona independientemente de su “raza”. En el bando opuesto el comunismo, aunque jamás fue racista, a su vez practicó una excesiva generalización con base en la clase social.

Únicamente la democracia pluralista y representativa conservó el respeto a la integridad y dignidad del individuo de cualquier ascendencia y defendió los derechos humanos y el espíritu de racionalidad y objetividad contra los extremos totalitarios. Después de la Segunda Guerra Mundial, la causa democrática y humanitaria parecía haber triunfado. Desde la Carta de las Naciones Unidas hasta las constituciones de los Estados y la corriente general de las manifestaciones de la cultura universal, todo tendía a enfatizar el triunfo de la persona humana sobre las generalizaciones tribales y totalizantes.

Los nacionalismos del Tercer Mundo, en formación y ascenso a partir de la conferencia de Bandung en 1955, a su vez acogieron el principio de la dignidad y esencial igualdad de los seres humanos independientemente de su origen, etnia o persuasión religiosa. El nacionalismo árabe, desde la revolución egipcia de 1953 en adelante, abandonó el antijudaismo fascistoide del gran muftí de Jerusalén y de Ahmed Shukairy y comenzó a hacer una distinción teórica (y generalmente práctica también) entre el “sionismo” que condenaba y combatía, y el “pueblo judío” al que respetaba y podría llegar hasta a “amar”. Líderes árabes laicos como Abdel-Nasser, los baazistas sirios e iraquíes, el FLN argelino y, por supuesto, el gobierno del Rey de Marruecos combinaban la lucha política contra el Estado de Israel y el sionismo con una doctrina de respeto hacia las comunidades judías en sus propios territorios. Ser judío era una cosa, y ser sionista, otra.

Infortunadamente, la caída del muro de Berlín parece haber significado también el colapso o cuando menos debilitamiento de las filosofías racionales y humanistas difundidas por el liberalismo occidental y el socialismo oriental en sus respectivos ámbitos. El desprestigio de ambas doctrinas políticas permitió el resurgimiento de etnicismos y xenofobias salvajes. La infeliz desintegración y tribalización de Yugoslavia causó la recaída de sectores del país en una orgía de “limpiezas étnicas” asesinas. Después le tocó el turno al Medio Oriente y Asia Occidental. Por diversos motivos, la oleada del nacionalismo laico llegó a su fin en los países musulmanes, y ganó fuerza el “integrismo” o fundamentalismo militante, que falsea el Corán al destacar exclusivamente los pronunciamientos combativos que el Profeta hiciera en momentos de crisis, y ocultar sus múltiples exhortaciones a la misericordia, la caridad y la tolerancia. En el lenguaje integrista, se retrocede al odio étnico: ya no son los “sionistas” sino los “judíos” como tales, como pueblo, los que han de ser combatidos (¿y exterminados?).

En el seno del mundo judío y cristiano, el auge agresivo del integrismo islámico ha provocado desgraciadas reacciones en el mismo sentido de confrontación y odio. Aunque Israel sigue siendo un Estado sólidamente democrático, minorías de ultraderecha religiosa o laica pregonan el desprecio y la agresividad hacia los árabes o musulmanes como colectividad, y con ello, empañan la imagen de su país. En el seno del fundamentalismo cristiano (principalmente evangélico) de Estados Unidos existe una corriente extremista que condena al Islam como religión y cultura, y lo vincula a Satanás. En las sociedades laicas de Europa Occidental crecen los movimientos neofascistas o de ultraderecha xenófoba que hoy dirigen toda su ponzoña contra los musulmanes (como en la época de Hitler lo hacían contra los judíos). Las canalladas blasfemas publicadas en ciertos países nórdicos contra la personalidad de Mahoma nada tienen que ver con la “libertad de expresión”, pues por encima de ésta se encuentra la prohibición universal de la incitación al desprecio contra personas, pueblos y creencias.

En Venezuela, todos los demócratas y personas de buena voluntad, sin distinciones en términos de “derecha” o “izquierda”, debemos unir fuerzas para que no penetre en nuestro país el desprecio étnico, cultural y religioso de ninguna índole. Esta debe seguir siendo una tierra en que cristianos, judíos y musulmanes conviven en mutua tolerancia y respeto. Por ello debe alejarse del poder, por los adecuados medios electorales y constitucionales, a quienquiera pretenda parcializarnos en el conflicto del Medio Oriente y aliarnos con voceros del odio étnico.

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