Difusos, quirúrgicos y estratégicos
Entramos en una natural etapa de reconocimiento de la institución partidista como elemento indispensable para darle viabilidad al esfuerzo opositor, aunque tarde en hacerlo el oficialismo a los fines de su supervivencia, la cual se torna cada vez más dramática. Sin embargo, la institución misma aún exhibe aquellos vicios que ayudaron a desprestigiarla, destacando la ausencia de los comicios democráticos internos, puntuales, transparentes y convincentes.
El partido utilitario que se hizo un imperfecto redistribuidor de la renta, desembocando fatalmente en el clientelismo fulanizado, sin que se beneficiara el conjunto por obra de sus más hábiles dirigentes, responde a un país que ya no es. La implosión, esta vez, constituye una advertencia de la futura insuficiencia del ingreso petrolero fiscal por habitante para solventar todas nuestras necesidades, por lo que el trabajo, la disciplina y la imaginación también marcarán la pauta en las tareas partidistas pendientes, para realizar no otra cosa que una política de ciudadanos.
Ya se evidenciaban tímidamente las tendencias destinadas a trastocar el modelo de partido burocrático de masas e –incluso- de cuadros, en reclamo de los supuestos doctrinarios proclamados. No podemos olvidar, en el inventario histórico y politológico de todo lo acontecido en las últimas décadas, las manifestaciones domésticas de oposición que hicieron la ventajosa complejidad del mundo partidista, la que hoy –ciertamente- extrañamos.
No hay partido capaz de capitalizar determinadas orientaciones y principios, ni es recomendable que lo haga cuando otras expresiones de la sociedad, en la órbita de la política no estatal, la asumen con eficiencia. Hay una cultura democrática básica que ya no depende exclusivamente de los partidos, si bien los obliga a una innovación cuyo propósito es la de ejercer una creciente influencia, en lugar de imponerla forzosamente gracias al ejercicio formal del poder. Hablamos de un carácter difuso que valora las otras agencias de socialización política con las que ha de competir, rechazando toda visión autoritaria de los asuntos públicos.
Tampoco hay espacio para el exagerado asistencialismo partidista, convertido en un proveedor de bienes y servicios que ensaya toda suerte de manipulaciones para retener a los seguidores. Las materias relacionadas con el Estado requieren de una institución diligente que, además, sustentado en las nuevas tecnologías, pueda abordar quirúrgicamente los problemas, detectando ciertos rasgos que escapan de la simple mirada global. Se atreve a una personalización de esos problemas, sobre todo en la trama representación-representado, contextualizándolo en atención a los otras herramientas de solución que existen.
Un partido estratégico debe considerarse precisamente en un paisaje institucional diverso donde puede encontrar, articulando los esfuerzos que tengan directamente que ver con el Estado, las respuestas. No hay partido sin organizaciones no gubernamentales, gremios o asociaciones vecinales que confluyan con él, como expresión especializada, en una estrategia que sea capaz –por una parte- de concebir y de actuar sostenidamente en los escenarios de una irreprimible conflictividad, como –por otra- ofrecer el concurso de una militancia de comprobada vocación y trayectoria.
Militancia de responsabilidad ciudadana que se sabe pieza importante en el desarrollo de las políticas públicas, parte de una comunidad testimonial de los valores y principios que se desea compartir con el resto de la sociedad. No sobra insistir en el carácter republicano en una república sin signo, pues ha hecho demasiado daño la hegemonía y perduración de ciertos liderazgos como la injusta repartición interior del trabajo partidista.
La ironía de una revolución que agudiza la ya vieja vocación utilitaria, clientelar, maquiladora y franquiciadora de las organizaciones políticas, siendo Chávez un partido en sí mismo, ha de ceder el paso al partido que reivindique su naturaleza política, interpelándose constantemente. Lo peor que puede ocurrir es que tales entidades, superadas las actuales circunstancias, preserven miserablemente los vicios que prácticamente los condujeron al suicidio.
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