Diferencias Culturales entre Venezolanos y Estadounidenses
En general—porque siempre hay excepciones—a los estadounidenses les resulta casi imposible diferenciar a un colombiano o venezolano, de un mexicano, guatemalteco o argentino, y por ello los llaman a todos “latinos”; hasta escuchando el portugués de los brasileros hablado junto al español de los ecuatorianos, la dificultad se mantiene; y esto ocurre a pesar de que entre ellos, existe una marcada fijación en diferenciarse entre sí por los “acentos” con el cual hablan su propio idioma (inglés), y les resulta fácil decir si uno de sus compatriotas es “sureño”, “del medio oeste”, o de otro lugar del país—en una forma similar a como los venezolanos podemos diferenciar a los zulianos de los andinos u orientales—pero con la diferencia, de que los estadounidenses no se detienen en los “acentos”, sino que construyen todo un estereotipo religioso, gastronómico y cultural diferente para cada uno de sus compatriotas, dependiendo de su lugar de crianza; hasta el punto de resultarles “intolerables”, “insoportables” y hasta blancos de sus odios.
Los venezolanos; culturalmente al contrario, a pesar de que somos capaces de apreciar las diferencias de cualquier naturaleza entre las personas; ya sean éstas compatriotas o extrajeras, somos abiertamente tolerantes y amigables hacia ellas; y en vez de resultarnos intolerables o blancos de nuestros odios, más bien nos interesamos genuinamente en conocer más a fondo sus tradiciones, creencias, costumbres y maneras de ser—observando un comedido respeto hacia esas diferencias—y hasta adoptando algunas de ellas como propias.
Para los venezolanos; profundamente influenciados por las creencias cristianas católicas y marxistas, difícilmente existe un adjetivo que resulte más odioso que “materialista” (antípoda de “espiritual”); mientras que los estadounidenses han transmutado la famosa frase de William Shakespeare (Hamlet) “To be or not to be, that is the question” (Ser o no ser, ése es el asunto), en “To have or not to be, that is the question” (Tener o no ser, ése es el asunto); prácticamente, convirtiendo al dólar en un dios y en apóstoles a sus 100 centavos.
El concepto de privacidad y de espacio privado propio es sumamente importante para los estadounidenses; hasta el punto que si un latinoamericano y un estadounidense se encuentran conversando de frente y de pie en un amplio salón, se la pasarán todo el tiempo: el latino tratando de acercarse al estadounidense “tan alejado de él” para una conversación confortable; mientras vemos al estadounidense tratando de alejarse del latinoamericano “que abusivamente parece que quiere besarlo” o hacerlo sentirse muy incómodo de alguna otra forma, con su “abusiva” cercanía—esta valoración de la privacidad obliga a cualquier estadounidense a escribir una carta o e-mail, o a llamar previamente por teléfono (preferiblemente con varios días de anticipación), a cualquiera de sus padres, hermanos, otros familiares y hasta amigos, cuando intenta hacerle una visita, para asegurarse de que no interferirá indebidamente con los asuntos privados de su pariente o amigo—y no termina con esto: ni los padres ni los hermanos, entrarían a la habitación personal de un niño o niña; y muchísimo menos revisarían o siquiera tocarían sus asuntos personales, so pena de provocar un serio arrebato de ira del menor “ante tan desconsiderado abuso contra su derecho a la privacidad”.
Otras diferencias culturales importantes son, (a) Mientras para los latinoamericanos “familia” significa desde los tatarabuelos hasta los tataranietos consanguíneos y afines; para los estadounidenses ésta se limita a los padres y los hijos de éstos, todos los demás son “relatives” (parientes), a quienes preferirían mantener siempre lo más lejos posible de ellos; (b) Todo estadounidense al alcanzar los 18 o 21 años (mayoría de edad legal que varía de un estado a otro y dependiendo del asunto a tratar), se sentiría profundamente avergonzado y una carga para sus padres, si ya no es capaz de vivir en su lugar propio (alquilado o comprado) y ser capaz de mantenerse financieramente a sí mismo; mientras que es muy común y normalmente aceptado que muchos latinoamericanos vivan con uno o ambos de sus padres hasta el fallecimiento de éstos—aún después de casarse y tener hijos y hasta nietos—y (c) Si los latinoamericanos nos enteramos de que alguna persona (familiar, amigo, vecino, y hasta un desconocido), está atravesando por algún tipo de problema, “instintivamente” le comunicamos sin pensarlo dos veces, nuestras opiniones sobre como salir del, o solucionar el, problema—esto constituiría un insulto para un estadounidense, quien “comprobaría” con esta actitud que la otra persona lo considera como un incapaz de resolver sus propios problemas; o como “alguien inferior”.
Finalmente, un “verdadero y legítimo” estadounidense—y que de hecho constituye la mayoría demográfica del país—es alguien que es blanco, anglosajón y cristiano protestante, todos los demás pertenecen a las “minorías” (una especie de ciudadanos de “segunda clase”)—y a pesar de que contrariando todas las probabilidades; los estadounidenses acaban de elegir como Presidente de su país, a uno de sus ciudadanos de tez oscura, esta realidad WASP (White Aglo Saxon Protestant = Blanco Anglo Sajón Protestante), no ha cambiado.