Opinión Nacional

Dictador, pero sin tener con qué

Cuando el líder de la revolución mundial, quien también fue hijo de alguien y tuvo muchos padres durante su tránsito vital, estaba en su época dorada, efectivamente era un campeón ganando elecciones. Siempre con el ventajismo, el abuso de poder, las trampas, las famosas máquinas de Jorge Rodríguez que comenzaron con las de lotería para votar, pasando por las captahuellas hasta llegar a las estación de información, todo para nada. Ya la realidad de estos días revela que todo ese montón de aparatos y controles son inútiles. No sirven sino para escrutar lo que el gobierno cubano quiera. 

Para lo que si sirvió ese perolero fue para hacerse millonario. Un montón de revolucionarios dejaron la pobreza extrema en la que vivieron durante sus tiempos de tirapiedras y ponebombas para entrar gloriosamente a la era del billete y de Semana Santa en islas privadas en el Caribe. Pero ese es otro tema. El tema es que Chávez, hoy muerto, aunque usando la fuerza del poder y trampeando sin frenos, ganaba elecciones. Y las ganaba con ventaja suficiente para después abusar como dictador de cualquiera de sus compatriotas, votantes o no, por su pachanga comunista.

De allí se deriva la primera, y definitiva, diferencia del ausente con el actual intento de presidente, Nicolás Maduro. De hecho debe ser la única diferencia. Cuando se dice que Maduro no es Chávez el punto central es justamente ese. Chávez ganaba comicios con votos suficientes para aplastar después la Constitución, las leyes y al pueblo sin más límites que su propia pena. Se amparaba en el capital político, ganado engañosamente o como fuera, pero estaba allí. Votos, trampas, votos, fraude, votos. Una liga venenosa, pero suficiente para estafar a su propio país con el apoyo de todas las naciones compradas y metidas como vacas en los bebederos del petróleo. Ahí pastando entre dólares, acuerdos bilaterales, corrupción. Votos con trampa a lo interno. Mucho billete a lo externo. Esa fue la clave de la legitimidad del extinto.

Pero Maduro, no tiene los votos para echárselas de dictador como hacia el otro sin pagar las consecuencias. El hijo a juro gana, si de verdad ganó, por una ventajita que a duras penas le permite abrir las sesiones de gabinete. Tiene el billete, igual que el otro, para seguir comprando países y gobiernos; pero a costa de la quiebra absoluta e innegable de Venezuela. Eso tiene un costo también. Pero lo más feo para Maduro es que intenta gobernar con el mismo estilo abusivo y dictatorial del ausente, sin tener con qué. Reta al mundo, a las instituciones y al pueblo como si de verdad fuese un huracán de poder y votos. Hasta para ser dictador hay que tener con qué.

Y éste no tiene nada. Ni votos.

 / @ejrl

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