Diana: vida, tiempo y amor
Diana Mayoral y yo somos amigas desde que teníamos cinco años. Es decir, que ni ella ni yo recordamos cómo eran nuestras vidas antes de que fuéramos amigas. Nuestra amistad sobrevivió un cambio de colegio, un cambio de ciudad y preferencias beisboleras irreconciliables: ella es magallanera y yo caraquista. La quiero entrañablemente, con ese cariño único con el que una quiere a las amigas de la infancia, que son nuestras amigas porque sí y punto.
Diana es una madre maravillosa y una profesional exitosísima. Su paso por la presidencia de la Cámara de Caracas dejó una estela de bien hacer, de decencia, de honestidad.
Pero hoy no voy a hablar de ella en esos términos. Hoy quiero referirme a cómo mi cariño por ella ha aumentado. Y mi respeto y mi admiración: Diana acaba de hacerle a su madre el mejor regalo que un ser humano puede hacer.
El 5 de diciembre pasado, varios de sus amigos más cercanos recibimos una carta suya en la que nos contaba que a su mamá no le funcionaba ninguno de los dos riñones y que para evitar lo engorroso y duro de la diálisis, estaban considerando trasplante. Diana y su hermano Federico se ofrecieron como donantes.
Federico viajó a EEUU, donde reside su madre, pero los exámenes arrojaron incompatibilidad. Por fortuna, los de Diana confirmaron que podía ser la donante. En ese momento escribió: «me siento feliz de tener esta oportunidad y estoy segura que todo va a salir bien y que (ambas) podremos disfrutar de buena salud en el futuro muy cercano».
La operación se llevó a cabo el 28 de diciembre. Diana cuenta que en los segundos que estuvo estacionada en la camilla frente de la puerta del quirófano, pensó: «¿qué estoy haciendo?… ¡todavía tengo tiempo de echarme para atrás!». Pero la duda duró sólo tres segundos. De inmediato se dijo: «esto es lo que tengo que hacer». Y lo hizo. Diana le regaló a su mamá vida, le regaló tiempo, le regaló amor. Y a nosotros sus amigos nos dio una oportunidad única, la de reafirmar la fe en el género humano. Sabemos que hay una contradicción que convive en cada uno de nosotros: somos capaces de las acciones más grotescas y de los sacrificios más sublimes. Diana -y también su hermano Federico- son pruebas viviente de lo segundo.
Me voy a permitir un mensaje en singular: te quiero mucho, mi Diani.