Diálogo sin condicionamiento
A pocos días de las elecciones, los venezolanos seguimos sorprendidos y confundidos, muchos tristes y probablemente desorientados, aunque confiados en que no es el final de una larga lucha por la democracia y las libertades.
Independientemente del resultado que, sin duda, refleja maniobras oficialistas indignas, antes y durante el proceso, para hacerlo a su favor, vemos una oposición fortalecida bajo un liderazgo al que tenemos que acompañar irrestrictamente. Henrique Capriles mostró ser un líder nacional, con propuestas serias y una postura honesta ante el debate y las realidades del país.
Para Venezuela seis años más de «socialismo bolivariano» no serán fáciles; se avecinan tiempos complicados que tendremos que afrontar unidos con firmeza y sabiduría. El camino «escogido» el 7-O es el de las expropiaciones, el del fin de la descentralización que desaparecerá ante el sistema comunitario, de la imposición de un pensamiento único, del control ciudadano y la exclusión.
Días después del «triunfo» revolucionario y conscientes del significado de los más de 6 millones de voces que critican la implantación de un régimen comunista en el país, Chávez y los suyos hablan de la posibilidad de un «diálogo» con la oposición, lo que debería ser bienvenido por todos, si responde a sentimientos sinceros, enmarcados en la mayor tolerancia y respeto.
Pero el llamado al «diálogo» se presenta con elementos condicionantes que lo afectan muy negativamente. El mismo Chávez advirtió, poco después de que los observadores/amigos abandonaran el país, que podía dialogar «pero sin subordinarse ni subordinar su gobierno a los intereses de la burguesía». Es un llamado torpe o malintencionado, en todo caso bien calculado, que cierra cualquier posibilidad de acercamiento que permita encontrar el hilo común que une a todos los venezolanos, para vencer el retraso y las tensiones y crear un futuro común.
El señor Jaua, hasta hace días segundo en el Ejecutivo, para completar el llamado del jefe, anunció que las expropiaciones continuarán. ¿De qué se trata? ¿Se quiere un diálogo o simplemente imponer un proyecto? ¿Vamos a conversar sobre el futuro del país con nosotros o sin nosotros dentro? ¿O es que simplemente pretenden dialogar sobre la forma de sacrificio de los millones de venezolanos que vemos un camino diferente para alcanzar el progreso y la tranquilidad? El chavismo no parece haber entendido el mensaje que se puede extraer del extraño resultado de estas elecciones, en las que se jugaba todo, como lo dijimos siempre. Los que votaron por el cambio rechazan un sistema comunista en el que las libertades fundamentales sean disminuidas o simplemente ignoradas. Los que votaron por Chávez, la mayoría de ellos, rechazan también ese modelo que se agotó en el siglo XX y que empobreció integralmente a millones de personas que despertaron y encontraron muchos años después el camino. Ante ese panorama se debe cerrar filas en la oposición para ir juntos a ese «diálogo».
Unidos todos, alrededor del liderazgo de Henrique Capriles y de los nuevos dirigentes que le acompañan y que representan, sin duda, la esperanza de los venezolanos y de las nuevas generaciones. Es también el momento para que los chavistas, a los pensantes me refiero, decidan entre seguir enfrascados en una confrontación que nos desgasta a todos y no conduce a nada y encontrar puntos de acercamiento que sean serios y racionales y que permitan avanzar en la resolución de los problemas que afrontamos todos.
Debe incluirse en esa «agenda» todo lo relacionado con la liberación de los presos políticos, civiles y militares. Tenemos que dialogar sobre el sistema electoral que dicen es el más confiable, pero que sigue siendo manejado en forma exclusiva sin que los observadores independientes, los opositores y la gente común puedan tener acceso a él.
Un diálogo verdaderamente constructivo tendría que abarcar los aspectos más complejos, en especial, la economía y sus correctivos, la promoción de las inversiones extranjeras y nacionales y las garantías jurídicas.
No se puede concebir un diálogo simplemente sobre la forma en que el régimen implantará sus políticas. Ello se traduciría en una lamentable negociación para sobrevivir y eso no es lo que quieren los más de 6 millones que votaron por Capriles y la mayoría de los que «votaron» por Chávez. Es el momento de un diálogo franco y sincero. Sería una torpeza ignorar las realidades e insistir en imponer un proyecto que más temprano que tarde implosionará con las consecuencias que ello conllevará.