Desde los jardines Metafísicos de la luz aleccionadora
Estas consideraciones parten de un reconocimiento y de una coincidencia afortunada: el interés constante en la obra de Octavio Paz, que viene de muy lejos y que sigo cultivando con pasión y el hecho de haber habitado bajo el mismo techo de la casa que lo albergó durante seis años fundamentales de su desarrollo creativo e intelectual, en un país tan singular y significativo para la literatura universal, como la India. Esto último podría parecer circunstancialmente banal, pero conlleva una carga simbólica que ofrece un rico contexto. En la casa marcada con el número 13 de Pritiviraj Road, residencia de la Embajada de México en Delhi, resuenan los ecos de las voces y los pasos de un escritor que descubrió las Indias de las especies poéticas más apreciadas y el amor definitivo por una mujer. Ambos elementos se encuentran presentes en el momento en que paz decide pagar un tributo intelectual y sentimental al aporte que recibió de esta civilización y que plasma admirablemente en numerosos ensayos y poemas.
El bungaló que Paz alquiló en los años sesenta y que obedece al diseño que concibió para Delhi, Edwin Lutyens, el arquitecto inglés de mayor renombre a inicios del siglo pasado, se encuentra a pocos pasos de uno de los más bellos parques de la ciudad, el “Lodhi Garden”, salpicado por monumentos de los emperadores Mogules. Allí recibió a muchos amigos suyos como Julio Cortázar, Rufino Tamayo, Andre Malraux o Henrry Michaux. En sus patios, de los que afirmaba que encerraban lecciones metafísicas y una de la luces más misteriosas al atardecer, pasó Paz jornadas enteras, solazándose con una fauna admirable que aún trepa los árboles en forma de ardillas diminutas, mangostas o que sobrevuela la hora de la comida con el ojo fijo del águila feroz. Esos rincones fueron el escenario de uno de sus poemas más memorables, el «Cuento de los dos Jardines».
Treinta años después, abriríamos en la biblioteca de esa casa el libro de condolencias por su muerte y frente a él desfilarían el Presidente de la República de la India; el Vicepresidente; los ex-Premieres Rao y Gujral; la señora Sonia Gandhi y numerosos intelectuales, académicos, políticos, universitarios, y amigos de la pareja, como el gran pintor Satish Gujral, el empresario parsi Godrej, el gran periodista Shaam Lal, el poeta Nirmal Verma o sus viejos colaboradores en la embajada, los leales y queridos Asit Kumar Mukherjee y Guy Aroul.
Allí mismo y bajo el frondoso árbol Nim bajo el cual se celebró su casamiento con Marie Jo, junto al gobierno indio organizamos una velada de lectura de poemas en su honor, al décimo tercer día de su desaparecimiento, dentro de la tradición luctuosa hindú del Tehravi; se escucharon textos de Paz en las voces privilegiadas de la primer actriz Shabana Azmi y del actor Raj Babar y se ejecutaron en su homenaje algunos de los momentos más altos de la danza clásica del Kathak y del dulce sonido del sarod.
Entre los muros de ese bungalow austero y casi centenario se escribieron libros fundamentales como “Ladera Este” y “El Mono Gramático”. Hay que desandar el camino de»Galta habiendo leído éste último, para situar entre las piedras del santuario a Hanumán, ese bello canto erótico de exuberancia y excesos amorosos, y reflexionar sobre el milagro creativo y de transformación del lenguaje. He caminado los senderos de Galta con el libro de Paz bajo el brazo, sorteando los arbustos espinosos y protegiéndome de las manadas de los monos con una vara larga. Allí encontré a un Sadhu muy anciano y ese renunciante del mundo tenía grabado en su memoria el nombre de Octavio. Ese viaje a las afueras de Jaipur, en el Rajasthan, fue una experiencia de fantasía y realidad encarnada por la literatura de Paz. Escritura y templos se entrelazan y las nubes de insectos calientes se materializan como letras en el aire, zumbantes y amenazadoras.
En ese sentido Octavio Paz nos ha dejado numerosas «guías» para el descubrimiento de instancias poéticas, nada recomendables para las congregaciones de viajeros que se hartan de risa frente a los malabarismos de las orgías de los dioses en los muros de Khajuraho ó de Konarak, en Orissa. Esos textos son una «guide íntime» para quien requiere alimentarse de una visión poética universal, en medio del ayuno que impone la chabacanería turística. Además Paz sigue siendo un formidable embajador de nuestra cultura en la India, a través de una buena parte de su obra traducida al inglés. Es el escritor hispanoamericano contemporáneo más conocido y apreciado y el que ha contribuido más a enriquecer el diálogo entre dos países que ocupan un lugar destacado en la historia de las antiguas civilizaciones.
Para todo mexicano es un motivo de orgullo contar con un intelectual que amó la realidad cultural del Subcontinente Asiático y la observó con detenimiento. Se trata del único hombre de letras mexicano que ha estudiado la India con rigor intelectual y sensibilidad poética, sin pretender convertirse en una autoridad en materias tan prolijas que han merecido a muchos la entrega de toda una vida. Pienso en Max Muller, por ejemplo. Leyendo a Paz desterramos infinitos lugares comunes que se expresan sobre la profusión de las multitudes abigarradas, los peligros cotidianos de las plagas bíblicas ó la extrema sensibilidad que despierta en el débil tejido epitelial de la sociedad occidental las dolorosas formas de pobreza que lamentablemente prevalecen. Y todo ello, dicho por Paz con el privilegiado sentido del canto. El canto de uno de los poetas más altos de nuestra lengua. No desprovisto de crítica rigurosa o denuncia, afinado con el diapasón de un conocimiento profundo de las formas clásicas de la literatura, la música, la danza, y la talla prodigiosa de la piedra. Sin olvidar sus estudios comparativos de la filosofía occidental con el pensamiento indio que se expresa en las vertientes religiosas del Hinduismo, el Islam y el Budismo, principalmente.
Paz ha logrado descifrar claves de un arte multifacético, producto de un cruce de razas y tradiciones no exento de tensión, pero que tal vez sea el diálogo más enriquecedor que se pueda encontrar en una aglomeración de pueblos unificada por el sueño de hombres visionarios como Gandhi. En la India sobreviven todavía las formas más extremas de belleza, en convivencia con el rostro más atroz de algunas deidades como Kali, que no dejan de recordarnos a la Coatlicue. El tejido social que cubre ese territorio inmenso y que alberga prácticamente todos los climas, cimas o llanuras que se conocen, está conformado por siglos de paciente filigrana multicolor. En los cientos de lenguas y dialectos que lo conforman se nos revela una babel que expresa los frutos de expresiones artísticas mitológicas. Pienso en la tradición de la poesía escrita y cantada en Urdu o en los cantos de la tradición Karnática. (Sigue y concluye en dos entregas más; a los diez años de la muerte de Octavio Paz, conmemorados el 19 de abril)