Opinión Nacional

Desconcertados

El liderazgo de Henrique Capriles mantiene desconcertados a Chávez y su comando. El chavismo se imaginó que Capriles sería el candidato de los sifrinos de Caracas, Valencia y todos los centros urbanos importantes del país. Pensaron que el aspirante escogido en las primarias se agotaría en los estrechos círculos de la disminuida clase media. Que sería fácil de derrotar. Craso error. El abanderado demócrata le da clases de sencillez, claridad y profundidad al teniente coronel. Desde hace varios años el comandante y sus amanuenses dejaron de leer correctamente la realidad nacional.

         El incansable Capriles ganó las dos veces en Baruta con el voto de los sectores medios, pero también contó con una sólida contribución de los grupos más pobres, sobre todo cuando fue reelecto alcalde de ese municipio. Más tarde, al enfrentar a Diosdado Cabello por la gobernación de Miranda, despertó el entusiasmo de los preteridos del estado. De no haber sido así, no habría derrotado al poderoso actual Presidente de la Asamblea Nacional quien contó con todo el respaldo de Chávez, lo cual significó disponer de un cargamento inagotable de recursos financieros. Luego vinieron las Primarias. Aquí fueron varios los errores del oficialismo. Sus cálculos más optimistas proyectaban 800.000 votantes repartidos entre los cinco aspirantes. La cifra final arrojó casi tres veces más que ese cálculo conservador. De los 3.100.000 asistentes, 2.000.000 se decantaron por Capriles. Aunque la mayoría de los votantes en esos comicios eran de los distintos estratos de la clase media, también concurrieron ciudadanos de los barrios y zonas urbanas más deprimidas del país.

         Por lo tanto, la conexión de Henrique Capriles con los pobres y más necesitados se remonta a sus primeros pasos por el mundo de la política proselitista, esa donde se encara el duro desafío de buscar votos para obtener un cargo de elección popular.

         El vínculo entre el Capriles y el pueblo llano se ha fortalecido durante los últimos meses. Peregrina por los antiguos santuarios del chavismo, que se creían impenetrables. Entre los relegados, Capriles está despertando más que entusiasmo, fervor. Su campaña se ha dirigido a presentarle al chavismo frustrado y descontento una alternativa en la cual la inclusión no se utiliza como recurso demagógico para engañar, segregar y discriminar, sino para sacar a los desheredados de su condición miserable.

         La sorpresa frente al auge popular de la candidatura democrática está llevando al teniente coronel a la desesperación. Comete abusos fascistas como el de La Vega. Insiste en que mantendrá las cadenas porque no puede dejar de cumplir sus obligaciones de jefe de Estado y Presidente de la República. ¿Qué tienen que ver las cadenas con la eficiencia para enfrentar la delincuencia, el desempleo, la inflación, el desabastecimiento, el brote de enfermedades endémicas, el contrabando de gasolina, sin perjudicar al pueblo del Táchira o Barinas? Su incompetencia nada se relaciona con realizar o no cadenas.

         Ninguna de las estrategias utilizadas por el oficialismo para mostrar la invencibilidad de Chávez y desmoralizar a la oposición  ha funcionado. Los encuestadores bufos perdieron toda credibilidad. La enfermedad, supuesta o real del caudillo, ya no es tema que interese a la mayoría. La propaganda abusiva y fraudulenta produce náuseas hasta en sus seguidores. Les queda una columna sobre la que  apoyarse con firmeza: la amenaza a través de un supuesto respaldo total e incondicional de la Fuera Armada y el activismo de grupos facinerosos formados por delincuentes desembozados o  paramilitares apertrechados con la complicidad  del Gobierno. Generales, pranes y tupamaros forman los elementos de la fórmula con la que el hombre de Sabaneta pretende apagar la mecha que Capriles está encendiendo en cada municipio del país. Este paso será también en falso.

         En la campaña de Chávez las masas populares, esas que deliraban ante su presencia hace catorce años e incluso un poco menos, ya no aparecen en el panorama como fuerza viva. El pueblo pasó a convertirse en una figura de utilería, útil solo para adornar algunas jornadas que deben parecer populares.     

         El asombro frente al éxito, para ellos inesperado, de la campaña de Capriles puede traducirse en nuevas y más agresivas amenazas, abusos y atropellos. La Nada lo ha tomado todo, especialmente el debilitado cerebro del candidato oficialista, cada vez más repetitivo, monótono, sin brillo ni imaginación, pero no por ello menos peligroso.

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