Desasosiego y reacciones
El desasosiego sigue marcando las acciones del régimen bolivariano.
La situación de intranquilidad o de agitación, por el rechazo generalizado y creciente de los venezolanos a un régimen arbitrario e irreverente, amén de ineficaz y despilfarrador, aunado ello a la visión que hoy tienen los demócratas del mundo de la situación en el país, provoca en el oficialismo intranquilidad y comportamientos incontrolados.
La falta de sosiego trae consigo reacciones, unas espontáneas, incontroladas; otras preconcebidas, siempre con miras a detener la frustración del soberano nacional que ya, agotado ante las palabras y las promesas, junto a la confrontación y al clima bélico reflejado en las consignas oficialistas, incluida la batalla de Santa Inés, se muestra definitivamente distante del proyecto bolivariano.
La pérdida de serenidad de las autoridades, como la mostrada por el presidente en un acto público en Maracaibo hace unos días, muestra lo que realmente se percibe dentro del poder, es decir, la gran preocupación por la pérdida de credibilidad, de confianza, de respaldo. El jefe del Estado reaccionó sin control ante un grupo de adeptos o beneficiarios de la revolución. Con la humildad característica, el Presidente advirtió en el acto —reseñado por todos los medios— que “… el líder es líder o no lo es (…) si no quieren dejarme hablar porque gritan más duro, entonces sencillamente me levanto y me voy (…) Yo les exijo a los que están irrespetando o que se queden callados o esperen a que este acto termine y veré si los atiendo. ¿Me van a permitir continuar o me van a sabotear el acto? ¿Los mandaron los adecos?”.
Sin comentarios. Una sola interpretación.
Desasosiego, nerviosismo, pérdida del control.
Pero la intranquilidad oficial no solamente provoca reacciones en el país, también ese clima repercute en las acciones oficiales hacia gobernantes extranjeros que confirman, simplemente, lo que se percibe hoy del régimen bolivariano afuera, que choca con el pensamiento democrático.
Los observadores internacionales serios coinciden en que el régimen bolivariano se aleja de los parámetros democráticos.
Su insistencia en manejar el proceso electoral y controlar todas las instituciones, para perdurar en el poder son signos incuestionables de esa tendencia tan criticada fuera. Algunos, sin embargo, continúan considerando que el proyecto bolivariano se desarrolla en un clima de libertades, asumiendo posiciones interesadas o basadas en la mayor ignorancia y el desconocimiento de nuestra realidad. El embajador de Zapatero en Caracas reconoce con ambigüedades y serias debilidades en un artículo publicado hace pocos días, la “importancia” del proceso bolivariano en el contexto latinoamericano, a la vez que destaca la necesidad en nuestras sociedades del consenso, del pluralismo efectivo, el respeto mutuo y la tolerancia, ausentes en el ambiente político nacional, como es bien sabido. El diplomático español debería saber, como todos, que el proyecto bolivariano no se negocia, se impone; y, que no se trata de convencer o vencer pacífica y electoralmente a los adversarios, sino del aniquilamiento de los enemigos.
Un diplomático, vale recordarle, debe observar con seriedad la situación política del país ante el cual está acreditado y opinar con mesura, objetividad y responsabilidad sobre ella. Una regla de oro que quizás la diplomacia de Zapatero desconozca.
La confrontación, como parte de una estrategia errada, se complementa con otras acciones, como la dirigida en días pasados al primer ministro británico, Tony Blair. La respuesta a la fundada preocupación del mandatario británico sobre la situación en Venezuela produjo una reacción incontrolada y desmedida de parte del régimen bolivariano. El envío al cipote, otra irreverencia criolla, no es lo más grave. Eso forma parte de la manera particular de la irreverencia en el ejercicio del poder, de los bolivarianos.
La referencia a las Malvinas es lo que más destaca en esta infortunada declaración, un tema que los gobiernos democráticos venezolanos manejaron con prudencia y visión, manteniendo una posición de Estado respetuosa y digna, basada en principios. Las palabras del Presidente, absolutamente innecesarias, por lo demás, son políticamente infelices.
“Devuélvale señor Blair las islas Malvinas a los argentinos. Esas son islas argentinas. Allá fue la Armada británica a atropellar a los soldados argentinos, apoyada por el Gobierno de Estados Unidos.
Ese es el imperialismo”. Una pelea que buscaba oxígeno, pero la diplomacia británica inteligentemente prefirió ignorar el “disgusto” bolivariano.
Lo que más angustia al oficialismo es que la declaración de Blair no es una simple preocupación del Reino Unido, ni de la derecha aliada del imperialismo. Tampoco es una declaración solicitada expresamente, como los mensajes de apoyo logrados por el régimen venezolano, de personalidades extranjeras, incluso de altos funcionarios internacionales. Es la opinión de la comunidad internacional democrática que observa con grave preocupación el deterioro constante de la situación política en el país. No es intromisión. Es una declaración que se ubica en la obligación que tiene el liderazgo democrático internacional del mundo de velar por el mantenimiento y el fortalecimiento de la democracia en el mundo. Ningún régimen es dueño absoluto de un país, mucho menos libre para imponer sistemas políticos y sociales contrarios a la libertad, a los derechos humanos y a la dignidad.
El régimen se enfrenta adentro y afuera, planificada o espontáneamente, poco importa; lo que destaca es el fracaso rotundo de sus políticas internas. No sólo la inseguridad, el desempleo, la pobreza crítica, el abandono de la infraestructura nacional, el enorme déficit habitacional siguen agravándose.
La situación sanitaria es realmente caótica.
Más de miles de casos de dengue y de paludismo, aparición de la leptospirosis transmitida por las ratas, nuevos casos de fiebre amarilla, repunte de la tuberculosis, de la lepra, de las diarreas y de la meningitis. La crisis hospitalaria, sin comentarios. Los hospitales de Lídice y de los Magallanes son un ejemplo del abandono y del fracaso.
Pero el Presidente insiste en el verbo para calmar al soberano que ya no cree más en promesas. El pueblo está cansado del fracaso, del engaño, de la ineficiencia, todo ello en un marco grave de intolerancia y de confrontación. En la conmemoración del Día de la Juventud, vestido esta vez de civil, el presidente afirmó que el objetivo es concluir el proyecto político, “la democracia bolivariana plena y verdadera, donde el poder está en manos del pueblo, que es el soberano nacional. Una democracia profunda y un sistema social donde todos estemos incluidos, donde no haya excluidos, donde no haya privilegios, donde reine la igualdad y la mayor suma de felicidad posible (…) un sistema económico que sirva para satisfacer las necesidades de todos, un sistema económico productivo y moderno…” .
Tan sólo palabras que una vez animaron a algunos aquí y allá. La verdad es otra y esa es precisamente el origen del desasosiego.
*Este artículo fue publicado el 16-02-06 en el diario El Nacional