Derrotemos al bellaco
“Tanto más se pertenece uno a sí mismo
cuanto más pone su pensamiento y acción,
su vida misma, al servicio de un ideal
colectivo.”
Rómulo Gallegos
El epígrafe cobra importancia suprema, en la medida en que el militar que detenta la conducción del Estado actúa, en correspondencia con su naturaleza, a contrapelo de la civilización.
La existencialidad galleguiana corre más que pareja con la búsqueda de la paz social, indispensable para el desarrollo integral y armónico de la Nación. Tanto es así que, cuando le correspondió ser Presidente de la República, en medio del torbellino de la época y aún en los instantes más álgidos de la crisis que culminó con su derrocamiento, tuvo la entereza de sobreponerse a la tragedia en cierne y abogar por la paz y la concordia. Quiso ser el Presidente de la concordia y la canalla oposicionista, en contubernio con los militares, hizo añicos su proyecto.
Como en tiempos que pretendimos superados, enfrentando un gobierno militar y militarista, la inmensa mayoría de los venezolanos hemos optado por la vía democrática para liberarnos de la coyunda con la cual, el cabecilla rojo-rojito y sus hordas, pretenden atarnos al carretón del totalitarismo comunista, de cuyo estruendoso fracaso dan fe las constantes deserciones de cubanos, utilizando medios en los cuales puede pagarse con la vida el boleto hacia la libertad.
Pero la ansiada unidad opositora ha cobrado ímpetu esperanzador presagiando, más allá del triunfo de la proposición democrática para alcaldías, gobernaciones y consejos legislativos, el sometimiento al derecho constitucional de quien pretende eternizarse operando los comandos de la nave gubernamental. Ese es el mensaje que transmite el hecho de que la oposición, finalmente, se haya congregado en torno a la candidatura de Antonio Ledezma para Alcalde Metropolitano, superando cualquier cantidad de escollos, ante el imperio de lo existencial.
Por supuesto que no debió haber sido fácil para quienes, teniendo alguna sintonía con la calle, hubieron de retirarse de la contienda. Allí está la grandeza de la convicción democrática. Es el mensaje de concordia galleguiano. Paso insoslayable en el camino pleno de abrojos que conduce a la paz.
Cara opuesta la del mandón que, agobiado por la tenacidad de las encuestas en revelar el deslave de su piso popular, por las revelaciones surgidas en medio del juicio a personas comprometidas con el tráfico ilegal de dólares y por la inflación galopante, resultante del proyectado despropósito de igualarnos por debajo de la línea de pobreza crítica, lo impele a la descalificación de quienes se le oponen, al insulto universal, a la procacidad, a la degradación de la majestad del cargo que detenta y a permitir que “la planta insolente” de la potencia moscovita mancille el “sagrado suelo de la patria”, con el aposentamiento de naves y tripulación en territorio venezolano; metiéndonos, “sin aviso y sin protesto”, en el follón de la guerra fría rediviva y del cual, a no dudarse, podríamos salir chamuscados.
Ojala que cuantos vivimos en el Distrito Capital hagamos nuestra la existencialidad galleguiana y volquemos en Antonio Ledezma la esperanza de redención que Rómulo Gallegos insufló a los venezolanos con su obra inmortal. Bien servido ha de sentirse el “Maestro de la juventud venezolana”, si el 23 N nos echamos a las calles con el firme propósito de derrotar la proposición comunista del bellaco que nos desgobierna y no regresamos a casa hasta conocer los resultados.