Opinión Nacional

Deracha y siglo XXI

La división radical que yo haría entre los grupos políticos de un país, por ejemplo, el nuestro, es la existente entre los que admiten la existencia de los demás y quieren convivir con ellos, y aquellos otros que quieren ser únicos y excluyen -al menos de la vida política- a todos los que pretenden ser diferentes. Los últimos grupos, que niegan lo que se llama el «pluralismo» no es que sean «intolerantes», es que son falsificadores, ya que la realidad es plural. Con esto quiero decir que el pluralismo no es sinónimo de blandenguería y espíritu de componenda, sino que las fracciones políticas pueden y deben luchar -civilizadamente, políticamente-, y esa es precisamente su forma de vivir.

La misión de cada grupo político es hacer ciertas propuestas al país, presentarle ciertos caminos de vida histórica, modelos de convivencia política, proyectos que sean expresión de los deseos más o menos oscuros que laten en los individuos y en las grandes articulaciones no estrictamente políticas de la sociedad: estratos sociales, profesiones, generaciones, formas urbanas o rurales.

Las expresiones «derechas» e «izquierdas», que nunca han querido decir nada demasiado claro, han experimentado una transformación semántica importante en los últimos treinta o cuarenta años. La fuerza de la «derecha», su justificación histórica, es su sentido «conservador» en virtud del cual considera que lo que existe, existe por algo y tiene, por lo menos; viabilidad; no está dispuesta a lanzarlo por la borda aunque se hunda por y con ello. Pero al lado de esto hay el otro lado.

Creo que Zorrilla pudo crear al genial personaje del Comendador porque tuvo la experiencia de su padre, magistrado absolutista con quien nunca se entendió, pero a quien respetó, temió y quiso considerablemente. Zorrilla había hecho a fondo la experiencia del «hombre de derechas» en toda su plenitud y esplendor, sin componendas ni compromisos. Un hombre con no pocas cualidades y méritos, no exento de virtudes, pero de una feroz insolidaridad. El Comendador es el hombre de derechas químicamente puro. Cuando Don Juan le pide que lo perdone y lo acepte como esposo de Doña Inés, ofreciéndole todas las pruebas, garantías y sacrificios, Don Gonzalo no quiere escuchar nada; cuando Don Juan se muestra arrepentido y deseoso de enmendarse, no lo cree; y cuando le advierte que con ello va a perder hasta la esperanza de su salvación, el Comendador responde estos dos versos, de los más feroces, más implacables, más pétreos que se hayan escrito en nuestro idioma: «¿Y qué tengo yo, Don Juan, / con tu salvación que ver?»

«¿Qué tengo yo que ver con tu hambre? ¿Qué tengo yo que ver con tu libertad? ¿Qué tengo yo que ver con tu raza? ¿Qué tengo yo que ver con tu falta de trabajo? ¿Qué tengo yo que ver con tus inquietudes? ¿Qué tengo yo que ver con tus dudas, con tus afanes, con tus diferencias?»

Sobre algunos de los políticos que nos gobiernan en los años iniciales del siglo XXI pesa el lastre de una cultura política del siglo XIX que está desapareciendo del mundo, aunque muchos lo lamenten. Será lamentable o no; pero es así, y el político que no lo reconozca o, reconociéndolo, no lo acepte, aunque sea como una fatalidad, merece estar en un museo de Historia más que en la gobernación de un Estado.

En la nomenclatura romana, que usamos para designar los siglos, para escribir el que sigue al XX, es necesario añadir una I al final y no, decididamente, entre las dos X. A algunos los seguimos esperando en el XXI. Que no tarden.

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