Opinión Nacional

Demolición del procerazgo

No hacemos referencia al ungido en el medio escolar por sus distinguidos,
eminentes o elevados aportes a la historia remota o reciente del país.

Tampoco al tecnócrata nato, cuyas capacidad casi llevan una marca
lombrosiana. Hablamos del prócer extraordinariamente concebido en las
organizaciones políticas (en sentido amplio), héroe insondable de los
pasillos, coreógrafos del secreto a voces, esgrimista efímero de la intriga.

Casta bien arraigada en la Venezuela rentista que se niega a morir, cuenta
con un relevo ambientado en gremios, sindicatos, clubes recreacionales,
asociaciones deportivas y ˆ con mayor patetismo- en partidos e instancias
oficiales. Una dirigencia tejida por la excesiva vanidad personal, confiada
a su tupida red de contactos que muestra un talento natural para las
relaciones públicas, cabalgadura postal entre el exhibicionismo y la
adulancia. Es el saldo inflacionario de las cúpulas conductoras, índice
inequívoco de las excrescencias utilitarias que minan la vida democrática.

El prócer encubre serias y profundas deficiencias, haciendo de su
incapacidad una bandera que se desdibuja en lo alto, tremolando virtudes de
la que carece. Por doquier brilla su presencia y escurre un espejo para
confundir al interlocutor con los logros ajenos. Más importante es el
aviso de prensa que el contenido del discurso anunciado. Gusta de la
etiqueta y esgrime sin rubor la vieja admiración por un líder, no reparando
en obituarios. El prestigio está sabiamente invertido en el casino de las
oportunidades con tal torrencialidad que padece de ejeculatio praecox
cuando cuando asume altas o medianas responsabilidades. El acto de creación
se disuelve en gestos pasajeros, suspiro solemne y ensayado al mirar a los
demás desde la loma de uno de sus hombros. Posiblemente sueña con imitar al
dichoso multimillonario que incursiona en la vida pública ˆ supo de Charles
Foster Kane- con los ceros a la derecha: una loma a la que no se atreve sin
las prótesis de siempre. Carece de emociones y huelga decir: convicciones.

Acaricia el mentón (propio) antes de viajar a la ciudad de sus sueños
inflamados. Un raro zumbido lo delata: es el cadáver de un mosquito que
gravita en la oquedad de su cabeza.

Unos, en la cumbre averiada del ego, acusan al vecinos de todos los engaños
y desengaños. Otros, dicen ser demandados por los trozos marchitos de aire.

Los partidos son un pretexto para la escalada. No hay, incluso,
organización benéfica exceptuada de tamaño sobrevuelo. Hay toda una
doctrina difusa que alerta de las comodidades de su propio acento.

Banalidad de un tránsito que lo lleva lejos. Basta esa vocación peatonal,
el rastreo de los chances, el paso asaz cauteloso en las escalinatas del
mecenazgo igualmente cauteloso, pero frecuentemente frágil, pues, privando
las relaciones primarias, las de simpatía y antipatía, el acierto parece
dudoso.

El liderato político de ahora, al impulsar una política de ciudadanos, ha
de enfrentar y demoler la noción de procerato que ha hecho escuela. Ya
asoma la cara una generación, la de los setenta, testigo de las
transiciones de aparente prosperidad que desembocaron en una transición
todavía inconclusa de evidente miseria, igual e inevitablemente víctima y
victimaria en las zonas grises del escepticismo. Una generación que le
corresponde eslabonarse o empalmarse con las próximas para definir los
perfiles de los primeros días del siglo venidero. Le toca, en consecuencia,
asumir su papel histórico en tanto le inyecte novedad a una andanza
difícil, porque ˆ en caso contrario- otras, las posteriores, la eslabonará
o empalmará. No se trata de un boletaje cronológico simple, sujeto al alza
de las tarifas, sino ˆdigamoslo sin miedo- de una inspiración fundadora.

Fundar el porvenir en contraposición al procerazgo, con una idea definida
de la sociedad que nos albergue: postcapitalista, democrática y
autogestionaria.

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