Democracia acorralada
En el Proyecto de Reforma Constitucional elaborado por Hugo Chávez existe un desmedido desbalance de la relación entre el Estado y la Sociedad. El peso del Estado en Venezuela, tradicionalmente muy fuerte debido a que es propietario y administrador de la riqueza petrolera, se acentúa en el plano económico, cultural y organizativo. Este enorme desequilibrio se da en un ambiente donde se busca cercenar los medios de información, especialmente la televisión, y tienden a desaparecer organizaciones sociales como los sindicatos, los gremios, las asociaciones estudiantiles, al igual que la mayoría de las agrupaciones de la sociedad civil. La reforma chavista, además, busca eliminar la autonomía universitaria y pone en entredicho el régimen de libertades que las luchas sociales van conquistando a partir de la desaparición de Juan Vicente Gómez y, sobre todo, después de ser derrocada por el pueblo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
Por otra parte, la relación del país con la Fuerza Armada adquiere un tinte militarista que pone en serio riesgo la subordinación del poder militar al poder civil, condición indispensable para que exista una república democrática sólida y permanente.
La militarización de la sociedad unida a la existencia de un Poder Popular que no nace del voto ni de procesos comiciales transparentes y plurales, sino de la voluntad presidencial, colocará la libertad de los ciudadanos y el funcionamiento independiente de las instituciones en situación de grave riesgo.
La vocación democrática e igualitaria de los venezolanos está arraigada en la tradición nacional, incluido el período colonial. Sin embargo, esa vocación nada tiene que ver con la cultura y los valores comunistas, indisolublemente vinculados al control estatal de los medios de producción, al predominio desmedido del Estado sobre el mercado, a la planificación central y a la superioridad de una burocracia arrogante, separada y alejada de la complejidad de los procesos productivos reales. En las sociedades socialistas se elimina la sana práctica de la libre concurrencia y la competencia entre los distintos agentes productivos, y se desestimula el incremento de la producción y la productividad, lo cual acarrea severas consecuencias para el desempeño eficiente de los sistemas económicos. Luego de casi dos décadas de haber caído el Muro de Berlín y derrumbado la Unión Soviética, ha quedado plenamente demostrado que esas naciones implotaron debido a su enorme ineficacia económica, la cual se tradujo en hambre y miseria para los ciudadanos, no así para los jerarcas que controlaban los hilos del poder, quienes siempre gozaron de privilegios desmedidos e inmerecidos.
Conviene alertar sobre los graves peligros y consecuencias que para la vida cotidiana de los venezolanos y para la democracia tendrá el sistema comunista propuesto en la reforma constitucional. Siempre hay que recordar que la pobreza del pueblo en las naciones donde se implanta el comunismo, se hace aún más oprobiosa con el aparato de represión que invariablemente lo acompaña. Una maquinaria que persigue, castiga y aterroriza a la población.
Las sociedades que más han progresado, donde el pueblo vive mejor, las oportunidades se igualan y los equilibrios sociales son mayores, son aquellas en las cuales se estimula la producción y la productividad por medio de la libre concurrencia y la competencia leal entre los agentes productivos, donde hay mayor cantidad de propietarios y se produce para satisfacer las necesidades nacionales y las exigentes demandas de los mercados internacionales. En las economías en las cuales se generan excedentes y riqueza en abundancia, el Estado puede distribuir el producto del esfuerzo colectivo en obras de infraestructura, en salud, educación, seguridad social y en todos los campos que permiten mejorar la calidad de vida de la gente. La Rusia posterior al comunismo y los antiguos países socialistas de Europa Oriental constituyen un claro ejemplo de que las economías abiertas y con regulaciones mínimas e indispensables, traen bienestar para los pueblos. Estas lecciones las han aprendido los chinos y los vietnamitas quienes han introducido profundas reformas de mercado en sus sistemas económicos. Estos cambios han permitido que los chinos, por ejemplo, durante los últimos 25 años hayan rescatado de la pobreza a más de 500 millones de personas.
El vínculo entre propiedad y libertad es indisoluble. Sólo pueden ser realmente libres quienes pueden ser propietarios. Este principio esencial queda maltrecho, no solo porque se acorrala la propiedad privada y se le coloca en un nivel subordinado frente a la propiedad estatal, a la pública y a la colectiva, sino también porque se suprime de la Constitución el párrafo del artículo 112 donde se señala que “todas las personas pueden dedicarse libremente a la actividad económica de su preferencia, sin más limitaciones que las previstas en esta Constitución y las que establezcan las leyes”.
La amenaza comunista, sin embargo, no se limita al plano económico. Ocurre lo mismo en la dimensión ideológica, cultural y política. En el texto se privilegia de forma excesiva el socialismo como corriente ideológica, teórica y política, anulándose el espacio de las otras concepciones. Este sectarismo conspira contra la naturaleza plural, diversa y tolerante de la sociedad venezolana y del sistema político, al tiempo que crea las condiciones para que se oficialice la exclusión y surja una suerte de religión de Estado, tal como ocurrió en los países comunistas y como sucede en Cuba y Corea del Norte con el marxismo leninismo. Declarar el Estado socialista echaría las bases para la destrucción del Estado laico, republicano y civilista que surge en la mayoría de los países del mundo luego de la Revolución Francesa.
La conversión del Estado y la sociedad en socialistas creará un clima de inestabilidad muy dañino en el país, pues esa ideología va a contramarcha de las tendencias mundiales y de la tradición histórica nacional. Podemos parar ese proyecto demencial sufragando NO y defendiendo nuestro voto.