Opinión Nacional

Democracia, a propósito del futuro

La difícil situación política por la que atraviesa Venezuela, si bien impone la prioridad de la acción, debe dejar espacios para la reflexión en profundidad, pues la acción, si no se fundamenta en ideas, no sólo carece de sentido y se convierte en un absurdo remar en un mar sin orillas, sino que conduce a fracasos y frustraciones que terminarán por destruir todo sentido de orden y convivencia. Si es que, en verdad, queremos abrirle al país orientaciones distintas no podemos negarnos a buscar el tiempo para la reflexión sobre las bases sobre las cuales debe asentarse toda Sociedad civilizada y democrática.

Crítica de la democracia liberal

El acontecer humano, que es el objeto de la Historia, es ese constante evolucionar que evidencia el carácter vectorial del tiempo que define: esto es, el tiempo histórico tiene orientación y sentido determinados.

La democracia, como fenómeno histórico, está inmersa en el tiempo y no puede, por lo tanto, escapar de la ley del devenir. Las formas democráticas que encarnan el ideal liberal han sido rebasadas por nuevas realidades fecundadas ya de futuro, por lo que es menester dar adecuada respuesta a las exigencias del presente y, al mismo tiempo, diseñar condiciones de anclaje para el mañana que se anuncia.

La democracia liberal toda ella descansó sobre la ficción del «ciudadano», ser abstracto e intemporal; semidiós iluminado por la razón; sin egoísmos ni prejuicios que opacaren su inteligencia ni desviaren su voluntad de miembro del poder soberano. Este ser, humanamente puro, vacío y desencarnado ha sido, para la democracia liberal, el titular de derechos inalienables que, como la libertad individual, fueron erigidos como fines en ellos mismos, sin relación personal y social con el hombre verdadero. El pueblo soberano de esta democracia vieja, era un pueblo de ciudadanos, es decir, de iguales en el vacío, cuya fuerza residía en el número no organizado y que recibió, ingenuamente, el mito de la infabilidad popular.

La democracia liberal, en su abstracción calculada, fue la primera formulación moderna de una sociedad sin clases. La teoría liberal planteó -como posteriormente lo hiciera su derivación, el marxismo teórico- una sociedad igualitaria en la que los ciudadanos (o proletarios en el marxismo) eran abstracciones que pretendían legitimar Estados que se reclamaban justos, a partir de un principio que se refería no a la igualdad esencial del ser humano, sino a una identidad entre «hombres-entelequias», neutros e intercambiables.

Los principios políticos de la democracia liberal, tales como soberanía popular, igualdad y libertad individual, en la situación concreta, no son, como se ha pretendido, valores absolutos, sino que corresponden a la realidad de la persona y de la comunidad en la que ésta vive y se realiza. Por ello, su sola y aislada formulación teórica y abstracta ha tenido por resultado que el concepto de democracia y el significado de sus instituciones positivas, con el tiempo, hayan adquirido significación ambigua, pues el hombre concreto, esto es, situado en su realidad, se pregunta para qué le sirven derechos y atribuciones si, en definitiva, no alcanza a satisfacer sus acuciantes necesidades reales, con la circunstancia agravante de que muchos hayan pensado y piensen, erradamente, que tal equívoco es inherente a la esencia misma de la democracia.

El grueso error del liberalismo ha sido el hacer de los derechos del individuo y, en particular, de la libertad, un sistema filosófico válido para organizar la sociedad, sin entender que tales derechos no son más que reivindicaciones de hecho que corresponden a las exigencias y condicionamientos propios de una determinada situación histórico-social. No distinguieron tampoco entre una libertad interior o libre albedrío de la persona humana, que consiste simplemente en ausencia de indeterminación de su acto moral y que cada hombre posee -como dación o regalo del Creador- cual nota constitutiva de su propia esencia, y otra libertad de independencia, que es exterior y se define como ausencia de coacción, que es menester conquistar en el seno de la Sociedad Política.

En el contexto de las realidades que en el pasado siglo XX determinaron la gobernabilidad de la democracia, destaca el hecho de que los derechos humanos, considerados anteriormente como facultades inherentes al individuo o ciudadano, se presentan ahora como exigencias para satisfacer necesidades del hombre concreto. De los derechos como afirmación repetitiva de notas de la esencia humana, se ha pasado a los derechos como garantía de la existencia de una democracia política sobre la que descansa la democracia social [1]. Pero no obstante que la democracia social es ya una realidad constitucional que pretende la liberación de las personas, miembros de una Sociedad, respecto a toda forma de opresión que en el seno de ésta pueda presentarse y, además, de que trata de establecer una real igualdad de oportunidades que la libertad teórica no garantizaba, la complejidad moderna de la Sociedad Política; las separaciones que se mantienen en el interior de las realidades nacionales; las limitaciones derivadas de la supervivencia de instituciones del pasado cuyos ideales operantes se han modificado; los conflictos dentro del Estado y la perentoria necesidad de los gobiernos de jugar al equilibrio entre las presiones de grupos con intereses particulares antagónicos; todo ello ha contribuido para hacer más difícil aún la gobernabilidad de la democracia y para hacer que la frustración y el escepticismo se extiendan entre los gobernados.

La igualdad de oportunidades es, entonces, la resultante social que reúne las contradictorias características esenciales y existenciales de los seres humanos que, por las primeras somos esencial y absolutamente iguales y por las segundas somos existencial e irrepetiblemennte diferentes. Resultante que pone en juego dialéctico esas su dos componentes, de manera que la libertad interior se pone al permanente servicio del logro de mayores espacios de libertad externa, para disfrutar, en ellos, de más oportunidades para su ejercicio como libre albedrío, que es el modo de la persona de avanzar en su personalización o proceso de puesta en acto del inmenso potencial que le ha sido dado, aproximándose permanentemente, cual asíntota jamás alcanzable, a la meta de su perfecta completitud en el más ser.

Exigencias para una nueva democracia

Los valores más profundos y el auténtico contenido de la noción de democracia proceden de una cosmovisión centrada en el valor y eminente dignidad de la persona humana y en la comunidad de personas que constituyen, pero no en las fuentes históricas del liberalismo individualista. En ese contexto, democracia es la exigencia política de la necesidad de un desarrollo continuo y sin fin, del potencial de persona propio de todos y cada uno de los miembros de la Sociedad. En efecto, como ha sido expresado antes, la personalización descansa, primordialmente, sobre la libertad de elección o libre albedrío, entendida como instrumento que la persona humana posee para realizar todos y cada uno de sus actos y, por ende, para elegir su destino y ejercer cabalmente su responsabilidad social.

La igualdad esencial, por su parte, significa la equivalencia ontológica, ética y jurídica, de personas que son, en su individualidad, existencialmente distintas e inconmensurables en su destino singular, de manera que a desiguales características y posibilidades de realización han de corresponder, en el medio social, medios e instrumentos proporcionados a cada condición.

De esa forma, la Sociedad ha de implantar un amplio espectro de medios e instrumentos institucionales para que cada miembro suyo pueda encontrar oportunidades para realizarse según su vocación, que no es sólo vocación profesional o de oficio, sino radical vocación profunda de persona que anhela ser más.

El desarrollo de la igualdad de oportunidades es paralelo al de la libertad de independencia o libertad externa. La conquista de esta libertad, que se realiza en el seno de la Sociedad, resulta del libre albedrío y de la voluntad ejercida por cada cual pero ordenados a la mayor elevación moral, económica, social, política y cultural del Todo social y de las sociedades y comunidades intermedias que contiene.

Una verdadera democracia no se agota en el bienestar del pueblo, ni en la supremacía del número, la que puede llegar a confundirse con la de la fuerza. La «voluntad del pueblo» no es un absoluto infalible. La consulta a las voluntades de los miembros de la Sociedad juega un papel indispensable y fundamental, pero siempre que sean personalmente expresadas y no dirigidas y explotadas mediante manipulaciones «hipnóticas» o que puedan ser impuestas a través de medios de comunicación o propagandas masivamente orientados.

La democracia se establece, es su más alto nivel, sobre la base del equilibrio de los diferentes centros de poder social: político, legislador, judicial, económico, educativo, comunicativo, organizados verticalmente pero coordinados, articulados y controlados mutuamente en sentido horizontal. También implica una adecuada desconcentración y descentralización del poder, de modo que las entidades locales y regionales de la Nación puedan asumir directamente la responsabilidad de los asuntos que les conciernen particularmente y sobre cuyas decisiones las autoridades y correspondientes poblaciones tienen capacidad y competencia. No se trata, sin embargo, de una concepción granular del Estado o de la Sociedad, que anime particularismos negativos o que signifique suerte de pueril e inaplicable idealización de la realidad social que sea incompatible con las características y exigencias del Estado moderno.

El Estado debe descargar sobre las diversas comunidades de la Sociedad, en aplicación del principio de subsidiaridad, todas aquellas tareas administrativas y organizativas que no le correspondan de manera directa, siempre y cuando dichas comunidades estén en capacidad de asumirlas. Si no lo están, el Estado debe propiciar su capacitación con tal objetivo. Del resto, el Estado debe mantenerse, en todas las instancias, como centro supremo de propuestas de planificación y de coordinación, control y arbitraje, así como de como representante y garante del Todo social hacia el mundo exterior.

La Democracia definida sobre la base de la persona y de la comunidad es, por definición, una democracia participativa. Se trata de institucionalizar y organizar la participación de los miembros de la Sociedad en la corresponsabilidad, de acuerdo a la idea base de que todos tienen su cuota de responsabilidad en la generación y construcción de la Obra Común, de cuyos frutos les corresponden sus cuotas de beneficios. Para ello es menester:

a) Establecer un nuevo ordenamiento jurídico-económico capaz de hacer emerger los valores de toda la población. No se trata de reforzar instituciones «para dar» (existencialismo, paternalismo o proteccionismo), sino de promover las vías, los medios y las organizaciones «para pedirle» a la población; esto es, para incorporarla a una participación activa en el proceso productivo (en el sentido general y no solamente económico) del país.

b) Establecer un nuevo ordenamiento jurídico-político, de modo de acelerar el proceso que haga del pueblo sujeto consciente del cambio; esto es, mediante la toma de conciencia de valores de los cuales ha sido despojado: personalidad, responsabilidad, dirección, administración; y de valores que existen fuera de él y que no ha podido recibir: intelectuales, técnicos, científicos, estéticos, económicos, morales. Para todo esto es menester un gran esfuerzo para realizar la justicia social; es decir, igualar las posibilidades entre sectores desiguales, incluyendo facilitar legalmente acceso a factibles propiedades de los medios de producción, para incorporar a la población al proceso productivo general de la Sociedad.

c) Representación: El más alto grado de la participación es la codesición. Por múltiples razones, no es posible pensar en la codesición por parte de todos los miembros de la Sociedad. Por eso, la democracia implica delegación, representatividad y, sobre todo, confianza, lo que sustituye una utópica codesición general.

d) Información: En términos generales, en el estado actual del desarrollo democrático, la exigencia de las poblaciones es mas la de una mejor y más veraz información que el intervenir directamente en la toma de las decisiones, muchas de las cuales escapan a la competencia, vocación, habilidad, aptitud, conocimiento o tiempo de las personas. Se trata de una doble corriente de información: una, de la población hacia los dirigentes y entidades en las que se toman las decisiones, para que estas instancias estén enteradas de la opinión, necesidades y exigencias de los gobernados; otra, en sentido inverso, de los centros de decisión hacia el pueblo, a fin de que éste reciba la debida justificación de los actos y decisiones de quienes han recibido la responsabilidad de conducir.

Los Partidos políticos
Los partidos políticos son instituciones indispensables en toda democracia. Al efecto, el problema de la participación de la población en el poder político es, ante todo, el de poder encuadrar libremente al hombre, socialmente integrado, en el seno de las instituciones políticas. La realidad política muestra, en todas las latitudes, que la verdadera participación en el poder político pasa, necesariamente, por los partidos políticos. El principio dice que la soberanía pertenece al pueblo; la práctica muestra que dicha soberanía es ejercida a través de estos órganos de mediación. Es menester entonces, que la participación se posibilite y se haga lo más completa posible en el seno de las instituciones partidistas, a fin de que los partidos no se conviertan en frenos u obstáculos que limiten o anulen la soberanía popular para asumirla por cuenta propia y en beneficio de limitados intereses, sino que sean verdaderos instrumentos de activación de la voluntad popular en la realidad local, regional y nacional de la Sociedad y, al mismo tiempo, actúen como transmisores de esa voluntad hacia las instancias del Estado en su realidad político-constitucional.

Por lo tanto, la nueva democracia contiene una exigencia de renovación de los partidos políticos. Tal renovación, constitucionalmente sancionada, ha de consistir en:
1) Apertura democrática interna, entendida como supresión de trabas y resistencias que impiden o limitan la participación de sus miembros en la vida del partido. Es menester que el militante, que se incorpora libremente a la organización, se sienta parte de la misma. Para ello debe tomar conciencia de su condición y dignidad de persona, de ciudadano de la nación y de miembro de una organización democrática, con los deberes y derechos que cada condición supone.

De esta forma, la participación en la vida interna del partido comienza con la formación política del militante, que es, ante todo, formación cívica en la democracia. Inmediatamente, se trata de instaurar el ejercicio interno de una democracia directa e indirecta: directa, en todas las instancias en que sea materialmente posible. Primordial importancia tienen, en este sentido, los organismos de base, en los que la participación constituye una toma de contacto directa con la vida de la colectividad de los militantes, realidad que puede, así, ser bien conocida y en respuesta de cuyos problemas puede acudir el partido; indirecta, en instancias donde el carácter técnico de las decisiones no permite el que sean ventilados asuntos ante la opinión general.

En este último caso se presenta, de nuevo, la noción de representación, mediante la cual ciertos niveles de la estructura interna del partido ejercen la representación de otros en la toma de decisiones. La condición es que dicha representación sea legítima y verdadera, valga decir, que no sea manipulada, mediatizada, desvirtuada o determinada por artificios que desvirtúen su naturaleza.

El complemento indispensable de la participación es la información, en la doble corriente referida para la Sociedad general, es decir, de la base a la cima y en el sentido inverso. Todo ello permite reforzar al militante en el ejercicio de sus derechos, la defensa de sus convicciones y el cumplimiento de su sentido de responsabilidad.

2) Apertura democrática externa, como tarea indispensable para garantizar la vida democrática en las sociedades actuales. Los partidos políticos venezolanos y los latinoamericanos en general, tradicionalmente han tendido a cerrarse en su propio mundo. Pero ante las exigencias de las nuevas realidades deben dejar de ser «ghettos» o clanes dentro de sus respectivas sociedades nacionales, para abrirse a la participación efectiva de todas aquellas personas que, sin tener militancia específica -y aún de otras ideologías y compromisos políticos- tengan la capacidad y el mérito que les califique para aportar ideas, esfuerzos y experiencias, en beneficio de las superiores exigencias del Bien Común General al cual se deben los partidos y que está por encima de sus bienes particulares.

3) Compromiso con el pueblo y sus necesidades. Hay nuevas realidades que modifican radicalmente las expectativas de los habitantes respecto a sus dirigentes y a los partidos políticos. La participación ha dejado de ser consigna vacía para transformarse en aspiración profunda de los ciudadanos, de esos seres humanos «situados» en su tiempo, espacio y necesidades. Particular importancia reviste la creciente aspiración de tomar parte y de tener injerencia en aquellas decisiones que afectan directamente la vida cotidiana de la gente en sus localidades.

He hecho referencia, en otras oportunidades, a lo que he llamado «el otro proceso» para confrontarlo, a la vez, al viejo estilo de gobernar de corte marcadamente populista y al estilo que en Venezuela venimos padeciendo, desde hace casi ocho años, con el llamado «proceso» chavista. Creo, firmemente, que si no se toma en cuenta esta importante tendencia, cualquier esfuerzo que se realice después de superada la presente dictadura de aspiraciones totalitarias, va a resultar decepcionante para las multitudes desamparadas.

En el umbral en el que nos encontramos, de un inminente cambio de conducción política en Venezuela, cuando a ojos vista se está derrumbando el «régimen» que por decenios aspiraba ejercer un poder totalitario, la respuesta a esos interrogantes es sumamente importante. Lo primero que habría de ser acotado es que no se trata de un fenómeno exclusivo de Venezuela. En toda América Latina la actitud de lejanía, de aparente indiferencia, de escepticismo y de separación es un hecho que está presente (y también en otros Continentes, aún los muy «desarrollados», pero tal vez por otras razones).

¿Por qué?

Podríamos decir que, especialmente en América Latina, que es lo que nos incumbe ahora, hay dos «procesos», para usar la expresión muy manida de los amigos del señor Chávez. Por una parte está el proceso que, en tiempos en los que estamos, se ha hecho «tradicional» por común. Es el proceso que, normalmente, conducen los gobiernos del Continente y que siguen ciertos patrones establecidos y ciertas «recetas», casi todos los cuales provienen de regiones y de instituciones extrañas a nuestra realidad. Hay un «modelo» – digamos tradicional – de gobernar que no atiende directa, verdadera y sinceramente a las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías de nuestros pueblos que se sienten, y están, al margen, excluidas de la atención y de los propósitos de sus gobernantes. Que más parecieran ser «rellenos», apenas útiles para apoyar y legitimar gobiernos, pero que no son centro de preocupación ni objetivo principal de sus planes, programas e intenciones.

Los rostros verdaderos de ese pueblo doliente, se pierden entre montañas de papeles que la burocracia genera en su estolidez, para olvidarlos en las «importantes» reuniones que multiplica la dirigencia. Mientras, los partidos políticos, que se han alternado en los gobiernos pasados de nuestro país de y otras naciones del subcontinente, de manera progresiva han venido perdiendo apoyo real y no cuentan mas con el entusiasmo de las multitudes que los respaldaron y acompañaron en el pasado. La gente se ha saturado de sus frases, de sus poses, de sus consignas repetitivas, de sus inconsistencias, de sus evasiones de conflictos, de sus miedos, de sus ofertas engañosas. Se cansó definitivamente de ellos. Los pueblos suelen, históricamente, perder la confianza en sus dirigentes. Cuando eso ocurre, no tienen más credibilidad alguna. Ese desgaste lo conocemos muy bien los venezolanos. Es el desgaste inmanente al populismo, más raído ahora con el «refuerzo» de las instituciones financieras que todos conocemos que han permitido el fugaz disfraz de «neopopulismo».

Por otra parte, -debo confesar que ante el vacío que, por omisión, hemos dejado abrir quienes no compartimos ni el populismo ni el llamado neo-liberalismo salvaje- los eternos derrotados de la ultra-izquierda latinoamericana, reliquias de un pasado doloroso que fue enterrado bajo el Muro de Berlín, están imbuidos en el proceso tan caro al señor Chávez y a su corte de alucinados que, puestos de espaldas a las realidades de los nuevos tiempos y apoyados en las internacionales del Foro de Sao Paulo y de los dictadores del Medio Oriente, pretenden restablecer (con gran ineptitud ¡gracias sean dadas a Dios!) los viejos procedimientos que ex-alumnos del viejo Marx quisieron extraer de sus visiones y enseñanzas.

Y este «proceso», perverso en sus principios y objetivos, preñado de odios y retaliaciones y sazonado con la concupiscencia del dinero y la voluntad de poder propio de los adoradores de Mammon, Wotan y Priapo, se pretende imponer, a fuerza de una hace mucho tiempo acariciada «guerra bihemisférica”, asimétrica por terrorista y con todos los medios y recursos disponibles, a pueblos como el nuestro que sólo sabemos y queremos vivir en libertad, con justicia, en paz y en armonía.

Los dos procesos desconocen que, en América Latina al menos, los pueblos que tanto ellos invocan – esos pueblos de los excluidos, de los desamparados, de los marginales – han entendido que solamente ellos mismos y sólo mediante su acción, su empeño y su tenacidad propios, quieren y, más temprano que tarde, habrán de acceder a los derechos y beneficios de una vida digna en Sociedad, como corresponde a la condición de persona humana que el Creador a todos ha regalado. Ignoran, los actores del proceso que está haciendo aguas en Venezuela y los del viejo proceso que jamás podrá resucitar, todo lo que estos pueblos están haciendo en el tiempo presente por rescatar su dignidad.

Ignoran que los llamados pobres se están organizando desde la frontera norte de México hasta Tierra del Fuego. Que están tomando en sus propias manos la gestión de sus vidas personales y familiares mediante acciones concertadas a través de diversas formas comunitarias de organización y de acción, pero no para hacer ninguna guerra, ninguna revolución de destrucciones y venganzas, sino para no depender de los cantos de sirena de un liderazgo en el que ya no creen, el peor el más reciente.

Ignoran que están creciendo desde la base donde habitan y van logrando progresiva, pero sistemáticamente, conquistar cuotas importantes de poder en los gobiernos locales. Hay ejemplos en multitud de localidades del Continente. En Perú, por ejemplo, en la propia ciudad de Lima; en Cuenca, Ecuador; en Sao Paulo; en Manizales de Colombia; en varias zonas de Buenos Aires; en Talca, Chile; en Montevideo; en Quetzaltenango de Guatemala; en la región de Pará en Brasil; también en Brasil en Fortaleza y Maruhuapí; en Bolivia, en las cercanías de Cochabamba; en Santiago de Chile, las mujeres mapuches; en todo el Uruguay…

¿Qué han logrado?

A veces apoyados por ONGs, pero en igual proporción mediante actuaciones generadas a partir de sus organizaciones:
• han creado Mesas de Concertación que son verdaderos concejos de articulación entre el poder público local, ONGs y los grupos de participación;
• han logrado compartir atribuciones con los Concejos Municipales en cuanto a las decisiones que les atañen;
• han alcanzado llevar a su realización propuestas que provienen del sector popular;
• han constituido Foros Mixtos para el desarrollo económico de sus zonas;
• han hecho que sean reconocidas diversas expresiones de economías informales;
han cambiado usos de suelos de zonas urbanas; han creado bancos de segundo piso;
• han incidido en intervenciones donde se reconoce al sector informal en áreas de servicios públicos, del campo ambiental, de la recolección y aprovechamiento de desechos y basuras.

• hay Concejos Municipales que se han extendido con representantes de la Comunidad organizada y no solamente los ediles electos, para aprobar presupuestos participativos con la posibilidad de que las poblaciones determinen y controlen la sección y partidas que se destinan a ellas;
• han logrado que se constituyan Fondos para financiar grupos productores populares;
• han propuesto, como derechos constitucionales, políticas que concibe la población organizada;
• han hecho crear mecanismos contra su exclusión informativa.

En materia de hábitat y vivienda, hay importantes acciones de gestión participativa a niveles de barrio, sector, calle, etc.

• En Argentina, por ejemplo, hay, en casi todo el territorio de esa Nación, muchas organizaciones sociales integradas por vecinos y empleados que han desarrollado cooperativas de participación comunitaria, con autogestión, para proveer servicios, construcción y mejoramiento de viviendas y que pueden administrar directamente fondos públicos consignados para ello. Una de ellas controla el 40 por ciento de los ingresos municipales recaudados mediante impuestos y derechos de construcción en su Municipio.

• Hay multitud de casos de Fondos Rotativos de créditos para financiamiento de cooperativas y organizaciones comunitarias de vivienda.

• En el Uruguay, después de tres décadas, se ha desarrollado y fortalecido el sistema de cooperativas de vivienda de ayuda mutua, cuya Federación es, tal vez, la organización popular más importante de ese país, incluidas las Centrales de trabajadores.

El proceso popular en lo que concierne al hábitat no se limita a la producción social de éste y las viviendas, sino que interviene en temas como los de:
• la educación formal;
• abasto y consumo;
• salud en cuanto a atención y prevención;
• seguridad interna de sus zonas;
• equipamientos urbanos en general;
• cultura y deportes;
• atención de grupos especiales, sean por defecto o por exceso;
• trabajos de atención para niños, jóvenes y ancianos;
• mejoramiento ambiental, con casos en los que tratan el agua y con ella cultivan flores que generan economías.

Hay, por lo demás, innumerables formas de generar recursos. Con ellos se fortalecen las economías populares.

Todo esta acción popular comunitariamente organizada, supone, como es obvio, una fuerte incidencia en el refuerzo de la lucha por los valores democráticos. La organización popular es esencialmente democrática, porque en ambientes de opresión y sin libertades no florecen las indispensables armonía, solidaridad y entendimiento entre los seres humanos.

Este es el otro proceso. El proceso propio de esas mayorías que han sido llamadas marginales y excluidas porque no han tenido acceso a los beneficios de la vida en Sociedad.

La democracia, para este pueblo que es el pueblo nuestro, es cada vez menos un conjunto abstracto de postulados según los cuales cada uno es «ciudadano», sujeto de derechos intangibles e inalcanzables, para venir a constituirse sobre la aspiración de realidades concretas, que corresponden a las necesidades de un hombre situado, como lo llamó George Burdeau, esto es, inserto en un tiempo y en un espacio reales y en contacto con semejantes, también reales, con quienes comparte aspiraciones, pretensiones, angustias, ilusiones y esperanzas.

Por ello, las nuevas organizaciones políticas que están floreciendo en Venezuela y las viejas que aspiren honestamente a recuperarse, deben tener presente que el populismo se ha derrumbado en las mentes y corazones de nuestro pueblo. Que el comunismo está enterrado y lo que sobrevive está muriendo. Que no creen más en profetas, porque generalmente han sido falsos. Que nadie los va a seguir porque hablen bonito. Que la gente lo que quiere es que la dejen hacer; que le abran espacios para realizar y realizarse. Va quedando atrás el contenido formal de la fórmula de Lincoln sobre la democracia. No se trata de hacer política «del» pueblo, porque es la de otros que no lo oyen; ni «para» el pueblo, porque es paternalismo; y menos «por» el pueblo, porque no participa y se le usa como instrumento y con propósitos de corrupción. Hoy en día, de lo que se trata, como decía Maritain, es de existir con el pueblo, que es vibrar, soñar, compartir y sufrir con él, todas sus angustias y todas sus esperanzas y alegrías.

La vacilante luz que va separando paso a paso las tinieblas que envuelven a Venezuela y que no sin grandes luchas e inmensos sacrificios pronto, como estrella de gran magnitud iluminará todos los rincones de la Patria y podrá ser luz de permanecía humana sólo si abraza ideales y acciones como éstas, que no son obra de algún «iluminado», sino que brotan del propio corazón del pueblo, engendrados por éste en las bodas de sus sufrimientos seculares con sus esperanzas rotas.

Mientras no sea así, todos los esfuerzos se tornarán en fracasos, pero creo que éste, el otro proceso, continuará creciendo hasta realizar sus sueños en esta bendita tierra de gracia.

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