Democracia a la llanera
En nuestra América Latina y específicamente en la Venezuela contemporánea todo es posible. Desde la llegada de la llamada revolución y proceso en Venezuela hemos inaugurado nuevos modelos de gestión, organización y demás. De hecho y de derecho somos el único país y sistema de gobierno asentado sobre cinco poderes públicos, además de haber puesto de moda y promovido un innovador modelo de democracia etiquetada de “participativa y protagónica”.
Lo primero que debemos expresar es que nadie puede desconocer la intensión de incorporar en la medida de lo posible, más ciudadanos en la toma de decisiones por vía de la transferencia de poder o el llamado empoderamiento. Cuestión que no implica axiomáticamente que podamos hablar de plena participación o pero aún de una autentica democracia directa, clásica o participativa. El ciudadano en Venezuela tiene indiscutiblemente nuevas instancias en las que puede opinar y participar. Las grandes y transcendentales decisiones siguen estando en un cenáculo o grupillo.
Nunca hemos objetado los cambios y los proceso de innovación en las instituciones, estructuras y otros, siempre y cuando sean positivos, permitan avanzar, doten de mayor gobernabilidad y eficiencia al gobierno y a la sociedad respectivamente. Sin embargo, en Venezuela no hemos logrado configurar un arquetipo o modelo de gestión y de gobierno signado o definido por la eficiencia, la transparencia, la pertinencia, la calidad de gestión y el logro de metas. Lo que si observamos en la puesta en acción de ensayos e inventos como han sido hasta hace poco las cooperativas, y actualmente los consejos comunales y unidades de producción social. La realidad es dura y cruda. La pobreza se mantiene, el desempleo aumenta como consecuencia de la inseguridad jurídica y financiera y la baja productividad e inversión privada, ni hablar de la inseguridad personal y colectiva las cifras sin auténticos partes de guerra, para no hablar de ineficiencia y corrupción que define el accionar del gobierno nacional, regional y local salvo contadas excepciones.
La última década (1990 – 2000) de la llamada cuarta república (1958 – 1998) fue ciertamente nefasta, en ella están los prolegómenos de la antipolítico, el neopopulismo y el militarismo ramplón que hoy tenemos en boga en la Venezuela quintorepublicana. Pero Venezuela y los venezolanos no merecemos el maltrato en todos los órdenes que continuamente observamos en nuestro diario vivir por parte de los actores de turno. Ustedes fueron electos para cambiar, para transformar, para impulsar nuevas lógicas y sinergias en el gobierno, sociedad y país pero no ara convertirse en la reproducción de lo más nefasto que tuvimos en el pasado.
El país nacional está reclamando mejores dirigentes, gente comprometida no con un color o ideología trasnochada sino con el progreso, el desarrollo, la competitividad, el talento, la probidad, la eficiencia y la honradez. Esa es la única pelea y reforma que el actual gobierno debería impulsar, acompañada de la reinversión y una verdadera redistribución interna no externa de la renta petrolera buscando simple y llanamente que los venezolanos alcancemos mejores y mas dignos niveles y estándares de vida.
La reforma constitucional propuesta por el presidente Hugo Chávez representa un proyecto no correspondido con la realidad, con el avance de la democracia y el régimen de libertades logrado a escala universal. Lo que tenemos en frente es simplemente una propuesta personal que no tiene otra justificación que concentrar y perpetuarse en el poder. Por cierto, hace más de medio siglo, en 1956 el jurista alemán Carl J Friedrich en su libro Totalitarism Dictador and Autocracy, expuso los rasgos más emblemáticos de los regimenes totalitarios donde destacan: 1.- Una ideología única e impuesta; 2.- Un partido político único; 3.- Un sistema de control policial y militar; 4.- El monopolio del control de los medios de comunicación, sistemas de información y el acceso a la tecnología; 5.- Control y dominio absoluto sobre las fuerzas armadas; y 6.- Control estricto de la economía. Saquen ustedes lectores sus propias conclusiones.
(*) Profesor de la Universidad de Los Andes