Opinión Nacional

Democracia

UNA DEMOCRACIA PERFECTA NUNCA LA HABÍAMOS ALCANZADO,
PERO PUDIMOS HABERNOS APROXIMADO, POCO A POCO, CON EL
TIEMPO. SI TERMINAMOS POR PERDER LO QUE HABÁIMOS LOGRADO,
SERÁ POR OBRA DE NUESTRA INDOLENCIA, ESTOLIDEZ O COBARDÍA

Interesa, en este punto, solamente el contenido de la forma democrática, sin entrar en el tema de las formas políticas correspondientes a las diversas maneras de concebir al Estado, aunque dichas formas correspondan a la organización democrática del mismo.

El vocablo «democracia» designa una actitud en la vida social, una filosofía política, una técnica y una forma de gobierno.

Como actitud, la democracia significa, hoy en día, que todos y cada uno de los miembros de la Sociedad Política participan en el Bien Común y sienten la obligación de actuar -en la medida de sus posibilidades- en el desarrollo de la Obra Común correspondiente, en cuya realización tienen su cuota de responsabilidad y de cuyos frutos derivan su cuota de beneficios.

Como filosofía política, la democracia procede 1) de la igualdad esencial de oportunidades que procede de las desigualdades existenciales propias de las naturalezas individuales de los hombres ; 2) de la libertad externa o libertad de independencia, que es un bien a conquistar en el seno de la Sociedad y 3) de las formas sociales de la justicia que gobiernan la relación del Todo con sus partes.

Como técnica, la democracia parte de la subordinación de la política a la ética, porque aquélla no es un fin en sí misma, sino uno de los medios disponibles para el logro del Bien Común. Esta idea conduce, de manera inmediata, a la consideración de la necesaria proporción y adecuación de los medios a los fines, esto es, a la racionalización moral de la vida política [1]. Finalmente, la cualidad primordial que se exige a la democracia en el mundo de hoy es la eficacia: toda política democrática debe ser válida por su capacidad de alcanzar los objetivos propuestos.

Finalmente, como forma de gobierno, la democracia supone: 1°) La prueba, con suficiente frecuencia renovada , del consentimiento (o legitimación) popular sobre el régimen político y el gobierno. 2°) El principio de la representación del pueblo en las diferentes instancias de las decisiones fundamentales. 3°) La efectiva realización de los derechos humanos: vitales, culturales, políticos, sociales y económicos. 4°) La general adopción, conocimiento y respeto de un ordenamiento jurídico que delimite atribuciones y deberes de gobernantes y gobernados. 5°) La participación de los miembros de la Sociedad en los diferentes sectores y niveles de la vida social en los que ello es posible. 6°) Eficaces mecanismos de control sobre poderes públicos separados y autónomos. 7°) Adecuada y permanente información de los gobernantes sobre las necesidades, aspiraciones y exigencias de los gobernados agrupados en las diversas sociedades y comunidades intermedias que corresponden a sus funciones, quehaceres y vocaciones específicas, así como la de éstos respecto a los actos de gobierno, sea en general o que les afecten o interesen en lo particular. 8°) Pluralismo que deriva de la idea fundamental de que toda Sociedad supone diferenciaciones de diversos grados y tipos entre sus miembros y con relación a las sociedades intermedias, por lo que la unidad social es una unidad relativa y existe entre sus partes un derecho a diferenciarse que es correlativo del deber de realizar sus propios fines y destinos.

Gobierno del pueblo

El Cuerpo Político o Sociedad Política es un todo orgánico hecho de pueblo. Se entiende por Pueblo el conjunto de personas humanas que viven en una Sociedad determinada. Al decir «persona», quedan entendidas su racionalidad y libertad. Esto es, el pueblo es el conjunto consciente de los miembros de una Sociedad.

Hay que diferenciar entre pueblo y masa. El lenguaje demagógico (la demagogia es corrupción de la democracia) invoca incesantemente al «pueblo» pero, en realidad, actúa sobre masas inconscientes que se mueven por entusiasmos o pasiones, que han desbordado la racionalidad.

Efectivamente, no es el pueblo, sino la masa, lo que conviene a la dominación.

En Sociedades que no han alcanzado un grado elemental de desarrollo y madurez, predomina el tipo-masa que obedece a estímulos externos capaces de inducirle reacciones muchas veces absurdas.

«El pueblo vive y se mueve por su vida propia; la masa o multitud amorfa, es de por sí inerte y sólo puede ser movida desde afuera. El pueblo vive de la plenitud de la vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales es consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior presta a seguir una u otra bandera según la explotación habilidosa que se haga de sus instintos «. [2]

Entre sus principales tareas, la democracia como forma de gobierno tiene la misión de transformar la masa en pueblo. Se trata de promover a los individuos miembros de la Sociedad para que conozcan y asuman su condición de persona y sean capaces de cumplir sus deberes y velar por sus legítimos derechos.

«Sólo puede calificarse de democrático aquel gobierno que es capaz de elevar a la multitud de una condición de masa a una condición de pueblo » [3]

El pueblo es el sujeto de los actos políticos. Tales actos son definitivos para que cada cual alcance su realización como persona. Por ello, verdaderamente, democracia es gobierno del pueblo, entendido como » la libre y viva sustancia del Cuerpo Político» [4].

Decir, entonces, que el pueblo es sujeto significa que cada uno de sus miembros, según su condición, es capaz de asumir y de decidir libremente sobre su propio destino ; que no es simple objeto de un poder paternalista sino que tiene cabal conciencia del propio acto. De la misma manera, afirmar al pueblo como sujeto equivale a decir que él es (y nunca la masa) el depositario originario del poder civil derivado del Creador. La soberanía del pueblo está limitada por esa derivación, y sus límites son los de la ley natural y el respeto a la eminente dignidad de la persona humana, lo que implica la consideración de los derechos individuales y personales, especialmente el de la libre disposición de sí en orden al desarrollo de la propia vocación. De tal fuente, el Cuerpo Político posee todo un complejo de autoridades-poder en cuya cima está situado el Estado y cuyo gobierno es ejercido por miembros de ese pueblo que, a tal efecto, lo representan.

Así el Estado no posee ningún derecho por encima del Cuerpo Político, sino que sus atribuciones como organismo gestor del Bien Común, emanan de la Sociedad y corresponden a ella. Es una falacia hablar de «soberanía del Estado» (a menos que sea en términos analógicos), si se entiende por soberanía el derecho al ejercicio de un poder trascendente y separado del pueblo.

En tal contexto ubicada, la fórmula de Lincoln sobre la democracia como «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» adquiere sentido. «Gobierno del pueblo», porque es ejercido en virtud de la autoridad de éste, que la transfiere a sus depositarios en la medida y grado de las atribuciones que legalmente corresponden a éstos, quienes como responsables están obligados a rendir cuenta de su ejercicio. «Gobierno por el pueblo», porque su objeto es hacer hombres libres, sujetos por ellos mismos al cumplimiento de lo que es justo y legítimo, con el derecho de manifestar el propio parecer sobre los deberes, cargas y sacrificios que les sean impuestos y de ser informados sobre la marcha de los asuntos comunes y sobre los resultados de la gestión de aquellos en quienes ha confiado la autoridad, no quedando obligado a obedecer si no es debidamente informado y escuchado. «Gobierno para el pueblo», porque el fin de la autoridad es conducir al Cuerpo Político hacia el Bien Común General que redunda en el Bien Particular y en el Bien Personal.

Existir con el pueblo

Tanto en el sentido lato como en el restringido, la relación política corresponde, como acción, a todos los miembros de una Sociedad determinada, sin exclusión de ninguno de ellos. Sin embargo, hay quienes se especializan en las cuestiones del gobierno y su orientación. Son ellos a quienes el lenguaje común designa como «los políticos». Pues bien, la actuación de políticos, inspirada en la cosmovisión del personalismo cristiano, conduce a identificarse con el pueblo en profundidades que rebasan el simple desear su bienestar o la realización exterior de «obras» que, muchas veces, responden a la óptica de quienes las promueven o, de alguna manera los benefician.

Se trata, como decía Maritain, de existir con el pueblo:

«Obrar pertenece a los dominios del simple amor de benevolencia. Existir con y sufrir con son del dominio del amor de unidad. El amor dirígese a un ser existente y concreto»….»Si se posee el amor de esta cosa viviente y humana, tan difícil de definir como todas las cosas humanas y vivientes, pero tanto más real por esa misma razón, que se llama pueblo, lo primero que se aspirará será a existir con él y sufrir con él y estar en comunión con él «….»Antes de ‘hacerle el bien’ y de trabajar por su bien; antes de hacer o no hacer la política de éstos o de aquéllos que invocan su nombre y sus intereses; antes de pensar en conciencia el bien y el mal de las doctrinas y de las fuerzas históricas que lo solicitan y de elegir entre ellas, o acaso, en ciertos casos excepcionales, de rechazarlas todas ellas, habrase elegido ya el existir con él y sufrir con él y hacer propios sus penas y sus destinos » [5].

Pero cuando tal elección no se ha producido; cuando la política no es el acto de una existencia consustanciada con el pueblo (existiendo con él), entonces, sus designios se internan, cada vez más, por las vertientes donde gravita la voluntad de dominio. En tal perspectiva, la conciencia del sujeto que «hace» política se instala, provisoriamente, en una cualquiera de las muchas fases que permiten recorrer el espectro fenomenológico de existencias egoístamente centradas, comenzando desde la más inofensiva experimentación de la concupiscencia lúdica, donde entretiene el «juego político» del ganar o del perder.

A partir de esa instancia, ora la política va a satisfacer la vanidad que se viste de apariencias de fama y prestigio ; ora emboca las cerraduras que abren puertas a la riqueza y la ostentación; ora se regodea con el servilismo de los obedientes sumisos; ora es revancha de la envidia o instrumento de la venganza o, en su más perniciosa expresión ontológica, es nudo dominio, fugaz ilusión de infinitud que, cuando frustrada por la realidad de los propios humanos límites, arremete con mayor violencia contra los testigos de sus fracasos.

Entonces no es el pueblo, sino la masa, el objeto más conveniente para la dominación. Se hace de la «política» dominio separado e independiente, autárquico en sus fines y, por tanto, desligado de lo moral. La emancipación de lo político respecto a lo ético es la condición de posibilidad para la entronización en el gobierno de la Sociedad, del totalitarismo bajo alguna cualquiera de sus diversas formas.

Independientemente de su particular signo, el totalitarismo sacrifica al hombre en aras de un ídolo, de un mito, de una abstracción absolutizada dentro del orden de lo temporal. El desprecio por la existencia individual de la persona humana constituye una verdadera involución política de la Sociedad, por la cual, el totalitarismo se identifica, tanto en lo metafísico como en lo ético y lo político, con los sacrificios humanos de las antiguas instituciones del paganismo, contra las cuales irrumpió la metafísica y el testimonio de vida del cristianismo.

[1] «En este punto debe decirse algo de particular significado: la democracia es el único camino para obtener una racionalización moral de la vida política, porque es una organización racional de las libertades con fundamento en la Ley». Jacques Maritain. L’Homme et l’Etat.

[2] S.S. Pio XII. Alocución de Año Nuevo 1942.

[3] Idem.

[4] J. Maritain. L’Homme et l’Etat

[5] J. Maritain. El Alcance de la Razón.

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