Del socialismo de Chávez, al socialismo de Baduel
Cuesta decirlo, y mucho más creerlo, pero es indiscutible que el general, Raúl Isaías Baduel, sigue siendo una de las figuras más enigmáticas y desconcertantes del proceso que Hugo Chávez insiste en llamar “revolución bolivariana” y sus críticos “telepopulismo militarista” puro y simple.
Péndulo que en cualquier circunstancia convirtió los 8 años de autocracia chavista en una suerte de sainete o gran guiñol por donde han resbalado no pocos prestigios y no escasas reputaciones, resultando imposible que tanto Chávez, como sus más promisorios colaboradores, no solo no sonarán increíbles, sino ridículos.
Y de ahí se deriva una de sus más aprovechadas ventajas, pues sin dejarse amedrentar por las carcajadas y denuestos que los señalan como una troupe de cómicos de la legua, cada mañana los venezolanos se han despertado con la noticia de que el caudillo gana un punto más hacia sus objetivos.
De modo que mala cosa esa de no tomar en serio a Chávez y al chavismo, de propender como consecuencia de su vocación histriónica y empeño en no diferenciar “revolución” de espectáculo radial y televisivo donde se canta, baila, y comenta el gordo de la lotería y las noticias deportivas del día, a despacharlo con interpretaciones acomodaticias, de esas que lo pintan como un caudillo petrolero irresponsable y guasón, o un genio de la política y el arte militar que está a punto de mandar a mejor vida al imperialismo norteamericano.
Lo escribo rebobinando hacia el acto celebrado el miércoles en la tarde en el Patio de Las Academias en Fuerte Tiuna, donde Chávez, rodeado de sus “mariscales”, en uniforme de campaña, repartiendo grados, cargos, sueldos, medallas y alguna que otra prebenda no confesa, tuvo otra oportunidad de revistar sus tropas, evaluar su apresto de combate, y, muy en el estilo castrista, catar cuál, o cuáles de aquellos promovidos, condecorados y regalados son los futuros candidatos para el quiebre, la rajadura y la traición.
“Ahh…” pudo decirse “si todos tuvieran la sinceridad o imprudencia de este Raúl Baduel que de puro despechado porque no lo confirmé en el ministerio, ha tenido el tupé de venir a decirme en mi cara que estoy equivocado, que rectifique y tome el camino que le han caletreado los traidores que lo acompañan desde Maracay y lo tienen como candidato a sucederme en cuanto me desaparezcan de este mundo.
Por supuesto que estoy hablando, en primer lugar, de Didalco Bolívar, en segundo, de Eduardo Manuitt, y en tercero del más peligroso de todos, del afrodescendiente Aristóbulo Istúriz, que es el que está detrás de Albornoz e Ismael García, o, como decía mi abuela Rosinés, de toda la boñiga de vaca que después de haberse enriquecido con la revolución descubrieron que son “socialistas democráticos, humanistas y plurales”.
Pero igualmente, de los que llamo ‘los cuatro jinetes del Apocalipsis petrolero’: de Mieres, de Poleo, de Mendoza Potellá y Mashar Al-Shereidah, que son por cierto los que le escribieron el discurso a cuatro manos, aunque el acento principal es de Mieres, y son enemigos jurados míos, y de Rafael, y de Alí, y de Mommer, y del fin de la orimulsión, y gritan con sorna que con “Baduel se bebe mejor”, y están detrás del sabotaje petrolero y animando a gerentes, técnicos y dirigentes sindicales, y preparándose para el regreso a la industria después que yo nombrara a Baduel presidente de PDVSA, y Ministro de Energía y Petróleo y empezaran la última fase del proceso de mi destitución.
Ah… pero agarrados otra vez con las manos en la masa, y vigilados, y controlados, y fichados y al arbitrio de lo que les pueda pasar…porque, quiero decírmelo una y mil veces: No será mía la culpa”.
Y aquí pudo Chávez rozar el problema esencial del discurso que había leído, oído o se preparaba a oír: Raúl Baduel no está solo, y expresa la protesta, o más bien el clamor, de los millones de venezolanos que miran estupefactos como el país es destrozado y lanzado a la ruina a nombre de un “socialismo de guerra” por el que se gastan enormes cantidades de recursos en armas y equipos, se invierte en una alianza política y militar tendente “a cercar al enemigo”, y se desvían fondos faraónicos a los objetivos de una política exterior por la que Venezuela se aísla, hace el ridículo y le resuelve los problemas financieros a un caudillo provincial de cuidado como el presidente de Argentina, Néstor Kirchner.
O sea, que el dilema o desiderátum que brota del discurso de Baduel no puede ser más dramático, contundente y desesperado: o socialismo de guerra o socialismo de paz.
Lo subrayo con sus propias palabras: “El comunismo de guerra dejó la enseñanza de que no se pueden implementar cambios bruscos en el sistema económico, es decir, abolición a rajatabla de la propiedad privada sin que esto repercuta negativamente en la producción de bienes y servicios, y sin que concomitantemente se genere un descontento generalizado en la población”.
Y… “La Fuerza Armada Nacional debe ser un instrumento de poder para la democracia política, la paz y el desarrollo, cuya actuación se enmarca en el reto que demandan la voluntad nacional y el liderazgo, con miras a la reivindicación de instituciones y procedimientos en beneficio del colectivo nacional”.
O lo que es lo mismo: o la vía por la que algunos de los más crueles déspotas de la historia como Stalin, Mao y Castro dirigieron los inmensos recursos de sus países para organizar y armar cuerpos policiales y ejércitos para invadir territorios, resistir invasiones y reprimir y reducir a la resistencia interna; o la vía por la que España y Chile cauterizaron las heridas producidas por las dictaduras de Franco o Pinochet, Brasil y Uruguay tratan de recuperar el tiempo perdido y el conjunto de los países democráticos del mundo transita hoy, según la fórmula: producir la riqueza en el capitalismo, para redistribuirla en el socialismo.
Fórmula que también es aludida en otro párrafo notable del discurso de Baduel: “En el orden político, nuestro modelo de socialismo debe ser profundamente democrático. Debe dilucidar de una vez por todas que un régimen de producción socialista no es incompatible con un sistema político profundamente democrático, con contrapesos y división de poderes. En este aspecto sí considero que deberíamos apartarnos de la ortodoxia marxista que considera que la democracia con división de poderes es solamente un instrumento de dominación burguesa…”.
Encrucijada que el vetusto, agónico e incorregible patriarca, Fidel Castro, y la fresca, vital y enérgica, Michelle Bachelet, grafican muy bien, negándose el primero a reconocer la tragedia en la que deja a Cuba después de 47 años de “socialismo de la guerra”; y la segunda, viendo como una política realista, moderada, estrictamente humana y sin héroes que gloriar, ni hazañas que cantar, avanza en la reducción la pobreza, el cerco a las desigualdades y las injusticias sociales y dirige a Chile a constituirse en uno de los países más prósperos, justos y eficientes del planeta.
Pero también, Álvaro Uribe en Colombia y Hugo Chávez en Venezuela, constreñido el primero a avanzar en el éxito económico y social, saltando sobre una guerrilla que aun controla un tercio del territorio, la presencia de nuevos carteles de la droga y de una espiral de viejos y nuevos delitos, de vieja y nueva violencia, pero sin duda que en una gestión victoriosa que se le reconocerá más temprano que tarde; y el segundo, empeñado en tirar al basurero la increíble riqueza proveniente del último boom petrolero, trazándole al país un destino mesiánico que no es sino parte de una borrachera caudillista, bananera y decimonónica, pero sin contrapeso nacional e internacional que contenga la catástrofe hacia donde conduce a Venezuela y a los venezolanos.
Y aquí es inexcusable no referirse a una información que circula después del miércoles pasado en Fuerte Tiuna, según la cual, el énfasis por “el socialismo de paz” que aparece en el discurso de Baduel, está generado en la preocupación de que, con tanto armamento, equipos de combate, aviones, helicópteros, submarinos, fusiles, reservistas y milicianos, Venezuela marche a una inevitable confrontación bélica con Colombia.
Lo señalaba el domingo antepasado el general, y excanciller, Fernando Ochoa Antich, en una entrevista que le concedió al colega, Roberto Giusti, en El Universal: “Chávez busca la confrontación con Colombia al estilo Galtieri (Guerra de Las Malvinas), para recuperar popularidad e imponer la reelección indefinida, aun cuando piensa que esta iniciativa no cae del todo mal entre los militares”.
Pero las razones serían más bien de orden geopolítico, buscarían enfrentar a Estados Unidos vía su aliado colombiano, tendría un sello de confrontación regional, y comenzaría por el lado de que el gobierno de Daniel Ortega incendie la disputa entre Nicaragua y Colombia por la propiedad de las islas de San Andrés y Providencia, se efectúe una ocupación de las islas de parte del ejército nicaragüense y los aliados de Ortega, Castro y Chávez, salgan a solidarizarse con el invasor.
Y ello explicaría, tanto las provocaciones que desde hace semanas le lanza, José Vicente Rangel, a través de insultos, al ministro de la Defensa colombiano, José Manuel Santos, como la ingente cantidad de recursos que vía refinerías, oleoductos, plantas eléctricas, maquinaria de todo tipo y recursos líquidos, está colocando Chávez en la Nicaragua de Ortega.
En fin, que hipótesis, informaciones y rumores, quizá no del todo confiables, pero que dada la sorpresa del discurso de Baduel, por la forma como fueron confrontados el “socialismo de paz” con el “socialismo de guerra”, y sobre todo, por la experiencia de que todo “socialista de guerra” que se respete debe contar con una guerra realizada o por realizar, conviene tener en cuenta.
Estrategia que también viene al dedo a los fines internos, pues si se gana, se expande la revolución y si se pierde, se regresa con tropas más experimentadas para someter sin piedad a los opositores, a los indiferentes y a los perplejos.
El Castro que regresó de África, y el Saddan Hussein que volvió a Irak derrotado y expulsado de Kuwait, son ejemplos de primera.