Opinión Nacional

Del sicariato moral y sus derivaciones

Cada día salta a la palestra pública algún nuevo vocero recién bañado de luz democrática – regularmente derribado del caballo por la súbita comprensión de la verdad – a exigir reconciliación y concordia porque la nación anhela vivir en paz – ¿en la paz de los sepulcros? – sin embargo aquellos que hemos luchado a brazo partido contra este proceso oprobioso y liberticida, desde el propio 4 de Febrero de 1992, cuando con un alzamiento militar su líder trató de apoderarse del poder – el cual obtuvo posteriormente por equivocación popular – pedimos justicia para tanta irresponsabilidad ruinosa, restitución del orden republicano vulnerado e imperio del poder civil constitucional y luego que se reconcilie quien quiera cordializar con sus victimarios.

El perdón es asunto de Dios, que es el único ser que puede leer en el corazón del hombre y saber si su renuncia a la maldad es sincera, por eso el individuo como ser social creó los tribunales, para evitar el ojo por ojo pero también, para cerciorarse de que el culpable de violar las normas y leyes de la sociedad pague su culpa. Y es que, además de la deuda por el desastre, en el nombre de Chávez y con su anuencia – el programa La Hojilla es un hecho que lo implica – se ha producido en este país una inédita forma de linchamiento político, sin poner en riesgo el físico: El sicariato moral.

Un nuevo sistema de escapar por la tangente, usado por el funcionariado delictivo, cuya forma de vida está reñida con su tradición salarial, por lo que es objeto de denuncias de enriquecimiento ilícito – comprobable, si funcionara el concepto de “contraloría”, con una simple investigación de ingresos y egresos – que consiste en contratar los servicios de algún desechable con parte de los atributos de un locutor, para que, mediante la difamación sistemática, asesine la reputación del acusador – el sicariato moral debe tener la misma pena que el físico, pues es el homicidio de la reputación – para diluir la denuncia en el chisme del cretinismo.

Con ello busca, además de la banalización de la acusación por la descalificación del acusador, que este proceda por la vía de la violencia, con lo cual se ahorraría el pago a la lacra moral inservible y sacaría de circulación a quien se atrevió a retar su poder, despreciando su capacidad de compra.

Claro que este presupuesto no cuenta con la imperturbabilidad que caracteriza el ser ético. La base del sicariato moral es un refrán infame que repite acríticamente la ignorancia: “Cuando el río suena piedras trae”, obviando que hay quien echa piedras al río para que suene. Todo hombre público, de pensamiento crítico, que se enfrente a las depravaciones del poder, se ve sometido a esta práctica infame de la corrupción que pretende descalificar para nivelarse por contraste – “los adecos `también´ robaban”.

El origen de la difamación y la injuria es la convicción de la propia minusvalía intelectual, ética y moral. Ningún hombre probo, digno, apela a la descalificación: Combate en el plano de las ideas, acude a las instancias judiciales, presenta pruebas en contra. Son los degradados quienes difaman e injurian. Son los inmorales quienes descalifican como respuesta. Son los ladrones del erario sorprendidos en flagrancia, que prostituyen hasta a sus hijos y nietos, quienes contratan sicarios morales. Es el terror a tener que presentarse ante la justicia con sus pústulas al descubierto lo que los hace enloquecer y apelar a la infamia.

El año del sicariato

Debemos estar muy claros, además, que la descalificación persigue borrar la cualidad humana del adversario – “gusano, cochino, escuálido” – para que el lumpen fanatizado por el odio pueda asesinarlo sin cargos de conciencia, que de hecho ya la tiene diluida en la masa amorfa, ebria de ignorancia, cuya existencia depende integralmente de la rastrera lealtad que demuestre al poder autocrático. Por ello debe preocuparnos el sicariato moral, pues este será un año traumático, nos enfrentamos a un hombre desorbitado por la inexorable proximidad de la muerte – y la disolución de su pretendida revolución en la ineptitud, el fracaso y la corrupción más vulgar – cuya irracionalidad verbal puede llevar a sus seguidores, aterrorizados por la pérdida de la impunidad, a estimular hasta el crimen más atroz – “(…) el pueblo revolucionario saldrá a la calle y pondrá rodilla en el suelo, fusil en hombro y bayoneta calada para defender la revolución”, (¿de dónde sacará esos fusiles, o FAN será el sinónimo de pueblo revolucionario?).

 

Ya recibimos el primer aviso: El ataque a tiros a la marcha de Capriles en Cotiza – ¿lo de Carla Angola sería el segundo? – fue antecedido por una campaña de difamación e injuria – pivotada en la idéntica situación civil de Chávez – por lo tanto es un alerta que debe encender las alarmas: Ejemplos históricos abundan del desborde de las pasiones cuando preservar el poder es asunto de vida o muerte o de disfrute orgiástico del tesoro público. Así que no olvidemos que la difamación precede al crimen. Y que un sicario moral es un sicario. Y punto.

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