Del petróleo a la gripe aviar
El trabajo de los analistas políticos se basa en descubrir tendencias claras que puedan definir las pautas del futuro. Basándose en ellas se establecen estrategias políticas nacionales o internacionales, a corto o medio plazo, que son las que rigen, en cierta medida, la evolución de los acontecimientos y permiten anticiparse a ellos. Esta anticipación es esencial para cualquier actividad política. Cuando no se actúa de ese modo se reprocha a los gobiernos “ir a remolque” de los hechos, estigma difícil de ocultar en cualquier país del mundo y síntoma notorio de pérdida de la iniciativa, lo que, en política, suele conducir al fracaso.
Existen, sin embargo, puntos de ruptura capaces de modificar abruptamente las tendencias observadas hasta el momento en aspectos muy diversos del panorama mundial y que, a la larga, a todos podrían afectarnos sin excepción. El profesor José María Tortosa de la Universidad de Alcalá ha identificado diez de estos puntos.
El primero se refiere al petróleo. Éste es un producto natural de limitadas existencias, aunque la valoración de las reservas reales depende de la tecnología de explotación y de los costes que se acepte pagar para extraerlo y utilizarlo. Sin embargo, es inevitable que llegará un momento en el que la producción será incapaz de cubrir la demanda, lo que algunos estiman que ocurrirá entre el 2010 y el 2030. Las fechas no son un dato decisivo. Lo que importa es la ruptura que esto significará para unos modos de vida basados en esa fuente de energía. Numerosas tendencias hoy admitidas como naturales e indiscutibles se verán bruscamente modificadas.
Al hambre de alimentos y a la escasez de atención sanitaria que hoy afecta a gran parte de la humanidad, habrá que añadir la acuciante falta de recursos energéticos en muchos países pobres, mientras los más desarrollados seguirán despilfarrándolos como hoy derrochan el agua, la comida y hasta las medicinas. ¿Durante cuánto tiempo será sostenible tal situación? ¿Hasta qué extremo se agravarán las tensiones entre el mundo opulento y el miserable? El punto de ruptura determinado por el agotamiento de los yacimientos de petróleo puede poner a la humanidad ante una tesitura de alcance y gravedad hoy inimaginables.
Además de la anterior, el profesor Tortosa identifica otras nueve causas de perturbación. Tres de ellas conciernen a China: su irrupción entre los grandes consumidores de recursos petrolíferos, su desmedido crecimiento en todos los órdenes y su capacidad para desequilibrar seriamente los mercados financieros. Habrá que sugerir a los más jóvenes que empiecen a estudiar chino, mejor que otras lenguas.
Dos de esas causas atañen a EEUU: el creciente y peligroso déficit y las críticas relaciones que sostiene con el resto del continente americano, lo que puede desestabilizar la situación del hemisferio e influir de forma negativa en el resto del mundo. El debilitamiento de los imperios produce siempre peligrosas ondas de choque de inciertos efectos.
Otras dos afectan a la ONU: son su debilitamiento y posible colapso, y el fracaso de los llamados “Objetivos del Milenio”, que pretendían frenar la creciente desigualdad entre pobres y ricos. Es difícil prever qué sistema internacional sustituiría a una ONU en agonía.
Las dos últimas se refieren al planeta vivo que nos sustenta y del que somos parte. Ya no puede negarse el hecho comprobado del cambio climático, por mucho que los beneficios empresariales a corto plazo de algunas grandes corporaciones les obliguen a cerrar los ojos ante lo evidente. Por último, y en estrecha relación con la más candente actualidad, la gripe aviar u otros virus de ignorado origen, el fantasma de las viejas pestes, como la que en el siglo XIV aniquiló una cuarta parte de la población europea, sigue planeando en forma de pandemias que pueden alterar el curso de los acontecimientos.
No todo es negativo: también existen rupturas de las tendencias en sentido positivo. Por ejemplo, la desaparición de algunas bandas terroristas, como la española ETA, que suponga la recuperación de la paz y la convivencia ciudadanas. O bien, la posibilidad de encontrar terrenos de entendimiento entre todos los ciudadanos, no impuestos dictatorialmente ni alcanzados por la fuerza de las armas, representaría también un cambio bienvenido por los que sufrimos con paciencia los efectos de tan áspera como antigua propensión.