Del Idólatra al poseso
De todos los temas, la idolatría, está entre los más delicados y complejos. Tenemos muchos riesgos, asumir una actitud religiosa que tenga en la idolatría la mayor descalificación moral, el mayor pecado, o aun desde la perspectiva de la tolerancia ajustarla estrictamente al campo religioso, desconocerla como parte existencial humana en la realidad histórico concreta, pero también, como es el caso, los riesgos de asumirla a priori, como una verdadera patología, y que tal como se anuncia en el título, se establece una gradación, una concepción que la pone ya y desde el comienzo como una etapa, un eslabón de la enfermedad, de la cual se va a otro estadio más difícil, mas complejo e irreversible. Pero, si, además, como es el caso, la reflexión me es reclamada por académicos quienes o bien han tenido en la idolatría objeto de su estudio o bien porque, en las circunstancias actuales, pareciera que se viviera en el país una grotesca etapa de idolatría política, de tal riqueza por mucha y por compleja, que abarca, con matices, desde luego, tanto a quien ejerce la hegemonía, porque concentra en sus manos todo el poder del estado, y todos los poderes, cuya división permitía si no la justicia, sí altos niveles de equidad, control institucional y en ello, no solo desconcentrar el poder, sino frenar o detener el uso y abuso del poder, cuanto a algunos de sus adversarios, de pronunciada histeria. Y el efecto trágico que en algunas circunstancias provoca abulia, en otras, ataraxia en quienes no siguen al presidente, y en sus seguidores idolátricos, se produce un estadio de desequilibrio tal, en el cual el individuo, el ser social, ha perdido su identidad a tal grado, que, sin riesgo, se puede denominar “poseso”. Bien, desde el Antiguo Testamento, el Nuevo, la época medieval y aun persiste, se reconoce la presencia del diablo, los demonios, espíritus del mal que se incorporaba en el ser humano, por tanto controlaba todas sus decisiones y acciones, convirtiéndose, pues, en la llamada posesión satánica o diabólica, simplificado, poseso, y para sanarlo, para recuperarlo, sacarle el diablo, se hacía y se hace mediante un acto especial, el exorcismo. Los poseídos eran utilizados por su poseedor de diversos modos, intensidad, intencionalidad, para inducir al pecado, para hacer daño, etc, daño que podía incluir al mismo poseído, poseso, en enfermedades, locura. Mutatis mutandis hoy tenemos sacerdotes que hacen sanaciones, exorcizan, psiquiatras, etc. que se encargan de resolver tan delicados asuntos. O para decirlo con exactitud, de ayudar a resolverlos, a lograr que el “poseso” recupere su dignidad, su libertad.
Pero hoy tanto mas importante se hace indagar sobre este thema, que en este mundo ni a Jesucristo si decidiera volver, le habría dado tiempo ni capacidad para sanar tanta idolatría y de salvar a tanto poseído (poseso) cuyas acciones finalmente son la absoluta negación de su libertad, y tal vez la mas cruel porque muchas veces el “poseso” actúa en nombre de la justicia, la libertad o del amor. Piénsese en el terrorismo, que convierte al terrorista en un cruzado cuyo objetivo final es reafirmar a su Dios, o los muy graves casos de adoración idolátrica presente en la conducta del amor por el marido (o la esposa) por el hijo (hija), o del hijo etc., en donde cada acción del idólatra está mediatizada por los valores que tendría o atribuye al ídolo, en sus esfuerzos por resguardad sin mácula al poseído y, desde luego, en donde la conciencia de poseso también desaparece, deja de ser él, en consecuencia la libertad del poseso o del poseído, en todos los casos, desaparece. Se asume la del otro como su propia conciencia. Los efectos de esta conducta próxima son muchos, que pueden ir desde la super-protección al ser amado, hasta la alienación total del “poseso” cuya identidad desaparece y su relación con lo real se sustituye y su confrontación con el mudo se castra. Pero, advertimos también que debemos mirar con esta misma lupa, los esfuerzos de las hegemonías culturales, religiosas, políticas, económicas, etc., por imponerse a como dé lugar a nombre de la justicia, la libertad, los derechos humanos, la democracia, el valor del individuo, y mas. Solo para dar un ejemplo, el fundamentalismo económico que hace de la libre empresa, del amor por la riqueza y la deificación de la propiedad como expresión del éxito, la realización perfecta de lo humano, constituyen verdaderas idolatrías, que para mantener su “valor” se recurre a todo, incluida la muerte del otro, si necesario fuera. Cabe aquí señalar el fundamentalismo islámico, pero también el sionismo, como especiales formas de idolatría y me atrevo a ir mas lejos, el racismo es en esencia la adoración idolátrica a un pasado que se reivindica como puro, sano, bueno. Superior.
Esto dicho, en donde de una u otra forma se describe ya el hecho idolátrico, en menor grado el ser idólatra, recurramos al maestro E. Fromm, y con él a Marx, sobre quien críticamente se afinca, y a su lado proponer una definición mía, que ha sido forjada en mucho tiempo y de manera especial, cuando tuve que explicar a mis estudiantes los procesos de alienación, y que para el caso venezolano tenemos en Ludovico Silva el mas alto valor. Confieso que un excepcional poeta y sabio me acompañó en ese trabajo y produjimos un folleto hoy tirado al viento. El sigue siendo un inmenso poeta, pero no puedo citarlo porque carezco de su autorización y, sobre cualquier otra cosa, para no contaminarlo de mis yerros de ayer y que hoy ejerzo, mientras suyos los méritos de aquella era son. De manera muy esquemática, recordemos a Fromm, “el ídolo representa el objeto de la pasión central del hombre-idólatra” “El hombre (idólatra) transfiere sus propias pasiones y cualidades al ídolo. Cuanto más se empobrece él mismo tanto mayor y más fuerte se hace el ídolo”. “Si el ídolo es la manifestación alienada de los propios poderes del hombre (del idólatra, nota nuestra) y si el modo como está en contacto con esos poderes es una alienación sumisa al ídolo, se sigue que la idolatría es necesariamente incompatible con la libertad y la independencia”. Yo asumo esta concepción y determinación de la idolatría, pero nuestra distancia de Fromm es que mientras él afirma que el idólatra traslada al ídolo sus capacidades, mi concepción es inversa, es el idólatra quien sustituye sus valores, sus potencialidades, su fuerza por las que le atribuye al ídolo. De modo que, por ejemplo, la alienación del dinero, su idolatría, que bien metaforiza Marx, siguiendo Shakespeare, son los poderes deificados del dinero y sus efectos reales, los que desplazan la conciencia individual y social, de modo que el dinero convierte al ladrón en señor, la prostituía en dama y, en definitiva, al corrupto en respetable, al perverso en señor. En consecuencia, es el poder deificado del dinero el creador de ese juego que anula al humano, anula lo humano crítico, creador.
Yo he dicho y reafirmo: quien todo lo da al otro, sustituye gradualmente en su inconsciente, primero, según la intensidad de la entrega, su identidad por la del otro, generándose un complejos proceso de alienación que mediatiza su conducta, hasta la negación absoluta de sí mismo, la idolatría, que alcanza extremos tales como el fundamentalismo religioso, posesos sin identidad pero seguros de hacer lo que el poseedor les ha dispuesto e impuesto. La tragedia de este proceso concluye cuando el poseído, el poseso, cree que cuanto hace es lo bueno, lo correcto, lo justo, bien porque dogmatice el discurso de su poseedor-ídolo, bien porque crea que honra a su ídolo con lo que hace. Y se honra a sí mismo obedeciéndole. Entonces su consciencia posible se transforma en falsa consciencia, tal como muy acertadamente estableció Marx. Empero, tanto para los autores citados cuanto para mi modesto esfuerzo, el efecto de esta alienación, la idolatría, es el mismo: la perdida de la identidad, de la consciencia y la conversión en un ser idólatra sumiso a quien(o cosa) idolatra. Pero en estas visiones se presenta una severa ausencia, o no se ha dado la significación y trascendencia negativa que ello alcanza, a saber, cuando el poseso es poseído de sí mismo, vale decir, cuando se asume como Narciso y da a su ser narciso todas las propiedades de la belleza, de la bondad, de la sabiduría, poder omnímodo, de la justicia, que le son propias a Dios, por reflexiones teológicas y practicas culturales. Este modelo, en el plano histórico, ha sido bellamente revisado por Fromm en “El Miedo a la libertad” de modo que lo dejo en sus manos para ahorrar espacio y ahorrarle mi ignorancia. Pero hay un hecho empírico importante, que es el que vive la gente, que es mucha, asumir al narciso “líder” en Dios, lo cual exige determinar por qué ese líder, en verdadero estado de esquizofrenia, de pérdida absoluta de la realidad, tiene, en la realidad, tantos idólatras.
Nada sencillo buscar una respuesta o varias. Formulemos inquietudes. La necesidad humana de realización se hace más irreflexiva cuantas más necesidades existenciales tiene. Hambre, servicios, cultura, seguridad, desempleo, pobreza, ignorancia. Vale decir mientras mayor es la indefensión mayor es el refugio en la esperanza, pero como carece de “fuerzas, voluntad, poder, conocimiento…” de sí mismo, se cobija, se protege, en la promesa de salvación del ser narciso, medianamente pincelado arriba. Ello podría ayudar a comprender la conducta de los idólatras de Chávez, como ayer de Hitler, o Mussolini, que apoyados en la indefensión de las masas, dieron base ideológica a la idolatría que estaba sustentada en las cualidades personales del líder y en su discurso. Y este es imprescindible, para dar coherencia a la idolatría. Piénsese en Pinochet, en quien las hegemonías chilenas (con Videla lo mismo en el vecindario) no tuvieron a un redentor ni a un mesías, sino a un verdugo-inquisidor cuya tarea clara era acabar con los comunistas, etc., y allí concluía su juego, mientras para Hitler o para el caso Chávez el juego no termina. El proyecto se hace inmortal y el líder, en su propia alienación, devenido en Dios busca y se cree ser eterno en sí mismo o en su reencarnación. Y, para superar esta inmensa tragedia, ha de recurrirse (como en el caso de la idolatría que por amor se hace y en todos los demás casos, pero cuyos efectos son de menor cuantía mas no así la gravedad del daño) a un discurso y a una práctica que lejos del exorcismo, concientice. Entonces alcanza su valor la propuesta de Aristóteles, la ética ha de ser parte de la política o la mía, que exige que la política, con rigurosa base científica, debe ser parte de la ética, orientada por ésta.