Opinión Nacional

Del desinterés partidista…

La sociedad civil ha tenido sobradas razones para quejarse de los partidos (políticos), aunque ellas suelen ser muy viejas. Digamos que no las ha renovado, insistiendo en los estereotipos que sirvieron hasta el abuso para instalar el actual régimen prevaleciente en Venezuela, definitiva y paradójicamente ultrapartidista. Sin embargo, desde nuestra modesta militancia partidista, el llamado a la renovación tiene un interés capital.

La crítica más de las veces desmesurada e irresponsable, sobre la cual recae aquella antiquísima sentencia del mirar la paja en el ojo del vecino para obviar la viga en el propio, se convirtió en una militante indiferencia y, por supuesto, aislamiento de las organizaciones políticas. Lejos de resolverlos, tal aislamiento se tradujo – por una parte – en la agravación de los problemas, sin que hubiere control alguno de la opinión pública, como solía ocurrir décadas atrás,  y – por el otro – en la sostenida (re) aparición de entidades inevitable e imperfectamente partidistas, aunque no se llamasen así, para ocultar a los grupos de presión que naturalmente surgen, con más aspiraciones de poder total  que de satisfacción de las demandas parciales de determinados sectores sociales  e intereses económicos.

Hoy, los partidos (políticos) son los grandes desconocidos, importando muy poco o nada la calidad misma de los procesos internos de debate y conducción que experimentan.  Vale más la resonancia mediática de uno que otro dirigente afortunado,  siempre circunstancial, que la colegiatura de dirección, el Estado de Derecho o la propia regularidad de sus comicios domésticos, tan inherentes al partido como institución (e institución democrática, por lo demás). 

Sentimos que la literatura especializada llega – a lo sumo – con retraso, para ventilar los asuntos partidistas y ofrecer otras perspectivas – útiles y necesarias – para la obligada actualización de lo que es y seguirá siendo, en sus honduras prácticas y conceptuales, la parte más especializada de la sociedad civil en torno al bien común.  Importa demasiado la atención que pueda dispensar la academia en una materia tan concreta, susceptible de toda discusión en la vida cotidiana de los partidos.

Apenas ingresando a la dirección nacional de COPEI, a principios de la década, tuvimos ocasión de leer los trabajos compilados por José Enrique Molina y Angel Alvarez sobre las organizaciones políticas, admitiendo  la imposibilidad para el órgano colegiado de abordar un tema que también criminalmente subestimó. Nos pareció interesante la tesis de Alvarez sobre el origen “personalista” que condicionó y pervirtió el desarrollo partidista de los socialcristianos en nuestro país, y, aunque recientemente lo ha reiterado mediante un artículo de prensa (Tal Cual/Caracas, 17/02/10), nos sorprende la apreciación del especialista sobre la actual situación que los verdes confrontamos, próximos a celebrar las elecciones internas.

En efecto,  desconoce u olvida lo acontecido a mediados de la década en COPEI y hasta de los esfuerzos que realizó, por ejemplo, César Pérez Vivas para llegar a la gobernación del estado Táchira, en medio del inexplicable interinato de las autoridades partidistas. Y he acá la clave del drama, pues la propia politología venezolana contemporánea escasamente se ha atrevido a hurgar en la intimidad de los partidos, contentándose con los titulares de prensa que – acaso – pueda trepar.

La intención no es la de dar nuestra personal versión de los acontecimientos, sino la de llamar la atención sobre la frágil riqueza documental que – ineludible – dejan las actuaciones partidistas, terreno inexplorado por los expertos en el tema. Y, en el supuesto de la más difícil pesquisa, en la dirección correspondiente del Consejo Nacional Electoral (CNE) se encuentran los expedientes de todos y cada uno de los partidos que – de un modo u otro – dan cuenta de un continuo registro sísmico, frecuentemente dramático, por no mencionar las distintas actas, oficios o testimonios orales que esperan por una aproximación objetiva, equilibrada y convincente, esgrimido un enfoque que supere el anacronismo duvergeriano.

Un inmenso servicio para la reivindicación de la institucionalidad partidista en Venezuela, prestarían aquellos que – conocedores a fondo de la disciplina –  pueden conceder  los insumos necesarios para la polémica tan enfermizante postergada. La transición democrática pendiente incluye esa reivindicación que ha de estar sustentada, pues, de lo contrario, nos arriesgamos a otro gigantesco simulacro.

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