Del Coronel y Eufemia
De la soledad y otros temas, pudo ser el título del presente trabajo, pero de alguna manera adquiría dimensiones filosóficas o psicológicas o ambas que, a decir verdad, no son ni la razón esencial ni el motivo de esta conversación, lo cual aspiro sea, mucho más con el afán de contribuir a palabrear que a reflexión alguna y, si hubiere, que sea la dinámica del texto la que imponga sus razones.
Empiezo por recordar a mis lectores, que el gran tema de “El Coronel no tiene quien le escriba” es el estadio definitivo de la vida donde la soledad se hace absoluta como la gran tragedia de quien, el Coronel, no tiene quien le escriba. Y este no tener es, para decirlo de brutal manera, la soledad a la que se condena quien pierde poder, quien ya no lo tiene.
Las “cartas” entonces, cuando se tiene el poder, unas, reafirman con sus adulancias la insania del poder en quien lo posee, porque reafirma su vanidad, el serse superior, como los dioses que alabanzas reciben por favores concedidos, otras, multiplican su sentirse dios por la capacidad de conceder, de dar, de hacer milagros para quien lo invoca e, incluso, implora. Su vida ya no es vivir humano es existencia auto-deificada. Él se hace y se siente poder y se asume como ser poder. Este ejercicio del poder conlleva, empero, una doble y trágica situación, el poseedor es poseso del poder y, a su vez, se cree dueño de él. Cree poder controlar el poder más allá de las circunstancias de espacio y tiempo. Pero el poder tiene sus propias reglas, habita en cada hombre-poder, según las circunstancias, pero está mas allá del poder del hombre, devenido en autócrata, lo cual se evidencia cuando el poder se pierde, solo que quien habiéndose enfermado de poder tampoco se puede recuperar como hombre. Como ser Humano. Es entonces cuando la soledad se posa en él, y en ella quedan al descubierto sus miserias. Ya no tienen valor las cartas recibidas ni ahora recibe cartas, su ausencia, mas que su no existencia, es el espacio creado para que el sujeto desposeído viva su soledad, pero vivida como martirio, vale decir, con la esperanza de que alguien venga por ella, que alguien tenga memoria de él. Compasión de él. Busca, más que compañía, a alguien que se lleve a La Soledad y, entonces, el ser solitario, vive la intensidad de su ingrimitud sin alternativas, pues las cartas que espera más que la compañía deseada es su creencia en la recuperación del poder perdido. El poder es la única prueba de su existencia, y la ausencia de poder es el suicidio en la lentitud gradual de la espera de lo que nunca viene, porque nadie tiene memoria de él.
Eufemia, es un nombre hecho canción de la literatura popular mexicana que un gran comediante, cantor, actor, Pedro Infante, entregó colmado de ironía al mundo de habla castellana. Es el único canto sin muertos ni despechos paranoicos propios de esa cultura que, al decir de uno de sus más universales valores, Octavio Paz, su sentido de que “la vida no vale nada…y así muriendo se acaba”, se constituye en uno de los mayores obstáculos para crecer. Para superar la muerte dentro de los limites humanos y no hacer de ésta un modo de vivir. De Eufemia se afirma su ingratitud, su abandono al otro, lo cual nos interesa, pero no resulta un ser vil, ni miserable. Su bondad, su condición humana, no está en juego, sí su insensibilidad. Eufemia no responde las cartas que reiteradas veces envía su amante amador soñador, quien por desilusión pero no por tragedia decide no volver a “escrebir”, así con esa E, propia de la ironía en ese caso, para identificar con exactitud inequívoca a quien reclama, un ser del pueblo, profundamente humano. No hubo tragedia. Una comedia que ante el oído sordo entierra la memoria de un jalón. De Eufemia no se sabe sino lo que hay que saber, nada, intuimos que hasta feliz sea, del “escribidor” se reconoce su renuncia ante el hecho empírico, no del abandono sino la ausencia de palabra que es lo que en definitiva está en juego. Él no la necesita, exactamente, sino que necesita y al efecto reclama, su palabra. Y así Eufemia es mar y belleza caminando a lo ancho de la burla.
Como no tengo la capacidad de analizar a nadie en el plano de su conducta, recurrí a estas historias aparentemente llenas de ficción, para ver si puedo acercarme al presidente, pero también a quienes tienen por oficio, necesidad, corazón, convicción, adversarlo, o no se pronuncian o es ese su modo de pronunciarse… Mas, muchos mas, de cinco millones le escribieron una carta abierta que no ha lugar a dudas, lo hicieron con profundo respeto, sin agravios, sospechas, transparentes, para decirle que no comparten su manera de entender y ejercer el poder y que en los términos aquí dichos están en desacuerdo con que él se erija en emperador o rey o presidente vitalicio. Sabían de las fallas del correo, reconocían que ese aparato y todos los demás del gobierno están en sus manos. Millones de dólares entraron en juego. Ejército, armada, la aviación, las reservas, los cubanos, la guardia nacional, las empresas del estado, los ministros y más, todo bajo su control. Era evidente la desventaja y, sin embargo, lo sabían y le dijeron No. Más de seis, muchos más, le dijeron que siguiera, que como sigue siga bien. Lo respaldaron en todos y cada uno de los abusos del poder, y, en esa dirección, hicieron lo mejor que podían para agradarlo, adorarlo, incluso. Y unos otros muchos millones no dijeron ni que Si ni que No. Esta última “carta” en sus lecturas, la suya presidente, y las otras, la ven a su modo. Yo al mío, en ella, muchos de sus firmantes viven un estado de terror, otros de ataraxia, otros practican el oportunismo, otros muchos también por el convencimiento de que usted hace lo que quiere, que el TSJ es capaz de poner a girar al mundo al revés por complacerlo y sin escrúpulos cambiar la ley de la gravedad por la de la adulancia, por ello se entregaron. Los derrota la tragedia de no poder contra el poder bien por incapacidad de combatirle bien por su sumisión a cambio de lo que estiman su tranquilidad. Otros, porque la oposición no les dice nada, nada que los convenza, que pueda activar la razón, pero también que pueda alimentar sin riesgos al corazón.
El presidente no sabe leer estas ni otras cartas y, en cambio, se deleita en las lecturas de La Hojilla y de las Lecciones de Mandinga. Ayer el oráculo del guerrero era su sagrada biblia, su Tora y su Corán. Pero en esas lecturas no está Moisés ni Mahoma, muy menos el Dr. Fausto (Goethe) ni las interrogaciones de Alicia en el País de las maravillas (Lewis Carroll). La distancia de la realidad del presidente no tiene límites. El mundo no existe. En la crisis del capitalismo afirma una enfermedad sin remedio ni cura posible e infiere la necesidad de sustituirlo por el socialismo, el suyo, y, en ello, su éxito personal esparcido en el mundo y cree firmemente que el mundo comienza y termina en el ALBA de su ombligo. La inseguridad apenas si es problema y la economía satisface a plenitud las necesidades de todos y en breve tiempo Venezuela será una potencia mundial en el orden científico, tecnológico, económico, social y todo ello por las virtudes de su socialismo que se objetiva en esas conquistas que la historia nuestra y que en el mundo jamás vieron, porque nunca existieron. Solo miseria, hambre, inmoralidad, perversidad, todo existió y todo esa asquerosidad, toda esa aberración será sustituida por los logros de la revolución bonita, del amor y las otras fuentes que nutren inagotables su socialismo originario, indoamericano, bolivariano, robinsoniano, zamorano, humanista, cristiano. El presidente en el devenir de su entierro se ve enterrador del capitalismo salvaje, siniestro.
Entre quienes lo adversan muchos viven su existencia como el Coronel. Son sordos también a la pregunta crítica. Llevan la más trágica de las enfermedades del político común, la soledad por miedo a la verdad, a la razón, y el reconocimiento del otro. El poder los envanece pero también los envenena. Sordos y ciegos transitan los mismos caminos del poder sin gloria que creen, hasta de buena fe, combatir. Otros en cambio van por buen camino. En lugar de dirigir sus cartas al Coronel o despedirse de Eufemia, sin traumas, se esfuerzan en escribir un nuevo texto con quienes viven los mismos padeceres y hacen alma, corazón y razón en mano, todo lo posible por hacerse entender, comprender, convivir, hacer juntos los tres, graficados con el Si, el No y los sin si ni no, cuanto tienen que hacer para entenderse y desde ese entendimiento echar a andar juntos para grandes conquistas que se resuelven superando los obstáculos diarios del trayecto. Las cartas a Eufemia tienen que colmarse de contenidos claros si no para convencerla de que ame, y quiera a su incansable remitente, al menos para que sus palabras las recoja el tiempo en cada otro que leerlas pueda. Se está en la obligación de ir más allá del Ser o No ser, que Hamlet en su angustia respira como proemio a la asunción el trágico destino, hasta alcanzar la sabiduría del combate fáustico: la teoría es gris y verde es el árbol de la vida.