Del abstencionismo y otras yerbas
Hay que votar. Por supuesto que hay que votar. Siempre y cuando sin dejarse naricear por la dictadura ni para servir de legitimación a un régimen oprobioso que debe ser combatido sin tregua ni descanso. Hay que votar. Por supuesto que hay que votar. Pero comprometidos a hacer cumplir la voluntad ciudadana sin cobardía ni justificaciones deleznables. Hay que votar, por supuesto que hay que votar. Pero quien crea que quienes llegaron al extremo de pervertir a nuestras fuerzas armadas, corromper a nuestros jueces, envilecer a nuestras instituciones, hundir en el crimen y la inmoralidad a millones de venezolanos y traicionar a la Patria entregándoles nuestra soberanía a los tiranos cubanos, se inclinarán de buen grado ante la voluntad ciudadana que será reconocida noblemente por este CNE, comete un pecado de lesa política. Permitirlo sin alzar la voz es cometer uno peor: un pecado de lesa humanidad.
1.- Creo que fue a un “justiciero” al que se le ocurrió la genialidad de culpar a los abstencionistas del 2005 – es decir: a un 87% de la ciudadanía venezolana – por la existencia de Tibisay Lucena, sus cuatro compinches y el antro de putrefacción electoral en que el chavismo – siguiendo una estrategia neo fascista y dictatorial nada azarosa y circunstancial, sino fríamente planificada desde los calderos del Foro de Sao Paulo baja la batuta de Fidel Castro y Lula da Silva – había convertido un ente independiente y autónomo como el Consejo Nacional Electoral en el Ministerio Popular para las Elecciones Nacionales, CNE. Un centro clave para permitir el cumplimiento de la estrategia neofascista puesta en práctica desde el 6 de diciembre de 1998: asaltar todas las instituciones del Estado de Derecho, someterlas al arbitrio del poder ejecutivo y montar un régimen autocrático y dictatorial. Protegido, travestido y legitimado por elecciones sistemáticas y permanentes. Como afirmara Goebbels: “vamos a ir al Parlamento para transformarlo desde dentro” y Hitler “la revolución moderna se hace con, no contra el Estado”. ¿Culpable por el cumplimiento de esa estrategia un 85% de inocentes electores? Alguien había tenido la ocurrencia de tomar el rábano por las hojas.
Absolutamente inconscientes de esta metódica aviesa y gangrenosa, algunos muchachos de PJ, ignaros de lo que arriba se cuenta, no encontraron mejor forma de justificar la obsecuencia con que la oposición ha aceptado la conversión de ese organismo en un ministerio paraestatal, culpando, repito, a ese 87% de votantes que sin que nadie se lo impusiera decidió darle la espalda a la comedia de enredos en que nos estábamos involucrando, que absolutamente indignado contra el fraude del 15 de Agosto, cuando se desconociera la victoria del revocatorio propulsado por la Coordinadora Democrática, decidió no participar de la comedia de las elecciones parlamentarias del 2005. En un lapsus indigno de un líder de su estatura, Henrique Capriles compraría el vil argumento, pero ya envenenado por los sectores de la oposición que consideran que ni ésta es una dictadura ni es cierto que vivimos en la peor de las Venezuelas. Para esos sectores, culpable ya no fue el pueblo venezolano que – en masa y motu proprio – se negó a votar, sino un grupúsculo de conspiradores, una pandilla de intrigantes, una partida de malvados que le habían inoculado a esos millones y millones de venezolanos de manera conspirativa, aviesa y traicionera el veneno intravenoso del “abstencionismo”. Culpables por haberse negado a llevar al Congreso a unos señores que ni ellos habían seleccionado ni parecían muy decididos a defender la democracia con sus armas en la mano – digo: las de la Constitución y las leyes – y de los cuales tenían la colosal certeza de que no cambiarían un ápice en la vocación depredadora, totalitaria, autocrática, dictatorial y asalta caminos de Hugo Chávez Frías, del chavismo como movimiento sociopolítico y del castrismo que movía los hilos y esperada por fin hacerse de la gran tajada, no fueron los ejecutores de esa gigantesca expresión de rebeldía popular, sino “los desconocidos de siempre”: la ultraderecha, los provocadores, el extremismo de lado y lado. Sin contar a los columnistas, unos mafiosos que le hacen el juego al enemigo. Y no había que ser genio, brujo ni adivino: ¿aseguraría Ud. que después de haber aceptado ir a posteriormente todas nuestras elecciones los cubanos obtuvieron o no obtuvieron su cometido? ¿Avanzó más o avanzó menos la dictadura?
2.- De nada ha servido que haya sido el propio Henrique Capriles el que acusara al CNE, a Tibisay Lucena y a los cuatro otros rectores de haberle robado la victoria electoral del 14 de abril. Ni de que 3 de esos rectores, Tibisay Lucena a la cabeza de ellos, hayan cumplido sus períodos y deban ser removidos de sus cargos. El vil argumento de culpar “a los abstencionistas” por el estado de cosas al que hemos llegado y usarlos de coartada para no enfrentar el grave problema que significa no intervenir sobre un ente decidida y declaradamente sesgado a favor del régimen, ni hacer valer la fuerza de siete millones y medios de ciudadanos venezolanos para ser representados digna y decorosamente por rectores de comprobada valía, sigue siendo manipulado a destajo por un sector de la oposición en una prueba de miseria intelectual y colusión directa o indirecta con dicho ente de manera verdaderamente insólita.
Dos pruebas bastarían para poner las cosas en su sitio, dejar a los abstencionistas tranquilos – que todo el derecho constitucional les asiste para mantener sus posiciones y votar o no votar según les venga en ganas – y terminar por acceder a la verdad verdadera. Que tampoco es tan compleja e inextricable. Primero: la denuncia de Henrique Capriles es la prueba más irrebatible e irrevocable de que este CNE permite el robo de las elecciones, se niega a realizar las auditorías a las que está obligado constitucionalmente y tuerce y malversa la voluntad de la ciudadanía. Razones más que suficientes para exigir su inmediata remoción y la conformación de un CNE que satisfaga a tirios y troyanos. Si esta crisis de excepción – que al parecer los ocurrentes de PJ, Causa R y adláteres ni siquiera comprenden – permite un mínimo entendimiento entre las dos partes protagónicas de esta grave y letal conflicto. Entendimiento al que sin duda, como lo pide la Iglesia – nuestra más respetada y legitimada institución – todos debemos aportar con nuestro granito de arena.
El segundo, de obvio, avergüenza: esta vez nadie se abstuvo. No por imposición de partidos, organizaciones ni personalidades, sino por convencimiento ciudadano. Tenemos a los parlamentarios que los partidos, por su cuenta y riesgo, nos propusieron y, si bien un tercio menos de ellos por la aviesa, la inmoral y descarada aberración impuesta por el régimen: un 52% en Venezuela no es mayoría. Es sólo un 33%. La matemática de los ángeles, de la que espero que los ocurrentes de la oposición electorera no culpe a los abstencionistas. Y a pesar de ello no se cumplirá con el pronóstico en reversa de los ocurrentes de siempre: esta vez, el 8 de diciembre de 2013, tendremos el CNE que el régimen determine, no el que esta asamblea debiera nombrar siguiendo la Constitución y la ley. ¿Entonces? ¿Y no era que si no nos absteníamos el 2005 tendríamos en este 2013 los rectores que hubiéramos querido?
No quisiera calificarlo de ex abrupto. Pero abusar de la ilógica y la irracionalidad contribuye a la locura. O lo que es menos grave, pero igualmente ominoso: a la estupidez.
3.- La única moraleja que saco de todo este asunto es que enfrascarnos en culpabilizar a destajo para evadir el enfrentamiento inevitable con un régimen que ha llegado hasta donde llegó más por culpa de nuestra complicidad, inopia y catatonia políticas que por genialidad propia de los Chávez, los Diosdado y los Carreño no conduce a ninguna parte. Sino a la frustración, a la confusión y al enredo. Y lo que es infinitamente peor: a la parálisis.
Para traer a colación una sola experiencia semejante, así guardemos las debidas distancias, recuerdo las palabras del alemán Sebastian Haffner, el gran analista de Hitler y el nazismo, quien afirma – sin que hasta ahora ninguno de los grandes expertos en la materia lo haya desmentido – que culpable por la entronización de ese sórdido y espantoso período de la historia humana no fueron tanto los nazis, el NSDAP y Hitler mismo, sino la insólita cobardía y pusilanimidad de la derecha liberal y el centro cristiano, la socialdemocracia y los comunistas alemanes. Que eran absolutamente mayoritarios en enero de 1933, cuando Hindenburg le entregó el reino al cabo austríaco. El ascenso de Hitler al poder hubiera sido perfectamente evitable si en lugar de enzarzarse los demócratas alemanes en una feroz diatriba interna y luchas de muy menor cuantía, hubieran comprendido la envergadura planetaria del mal que se había incubado en las entrañas del pueblo alemán y le hubieran hecho frente con coraje y determinación.
Culpar a los abstencionistas y al abstencionismo electoral por la inmundicia imperante es, por decirlo de una buena vez y con todas sus letras, una infamia de cierta oposición. Una falacia, cuando desconoce la hondura del mal que sufrimos y sus determinaciones teórico políticas. Una cobardía, cuando busca justificación a su propia mediocridad y carencia de grandeza.
Hay que votar. Por supuesto que hay que votar. Siempre y cuando sin dejarse naricear por la dictadura ni para servir de legitimación a un régimen oprobioso que debe ser combatido sin tregua ni descanso. Hay que votar. Por supuesto que hay que votar. Pero comprometidos a hacer cumplir la voluntad ciudadana sin cobardía ni justificaciones deleznables. Hay que votar, por supuesto que hay que votar. Pero quien crea que quienes llegaron al extremo de pervertir a nuestras fuerzas armadas, corromper a nuestros jueces, envilecer a nuestras instituciones, hundir en el crimen y la inmoralidad a millones de venezolanos y traicionar a la Patria entregándoles nuestra soberanía a los tiranos cubanos, depositando nuestro voto bajo las instancias de este CNE comprobadamente tramposo y ya ilegítimo, comete un pecado de lesa política. Permitirlo sin alzar la voz es cometer uno peor: un pecado de lesa humanidad.