Decadencia y revolución
Hace unos días Elías Pino Iturrieta escribía sobre la decadencia nacional. Se refería en su columna de El Universal al clima de desaliento en todos los órdenes de la vida nacional y remarcaba que tal situación no podía imputarse en exclusividad a la acción del desgobierno chavista.
En realidad Venezuela transita por uno de sus más desgraciados momentos, un eclipse de la esperanza en medio de la mayor bonanza fiscal de su historia. En un país donde la presencia estatal es abrumadora este dato es fundamental. Por más malabares numéricos que hagan los economistas del régimen, el chorro de petrodólares sumado a los miles de millones que pagan los venezolanos gracias al IVA, al impuesto sobre la renta, a los aranceles de importación, a las tasas por los servicios públicos y a las multas representan los ingresos más grandes que ha tenido cualquier administración en este país.
Tal dinero no ha servido para impulsar la economía nacional en ningún rubro, léase bien, en ninguno. La producción de alimentos, por ejemplo, bandera de la llamada revolución, se encuentra en los niveles más deficientes si se comparan con las necesidades de la población. Nunca se había producido tan poco para tantos. Hoy se importa de todo.
Esos ingentes recursos no han sido invertidos para mejorar los servicios públicos. El sistema de salud ha caído en manos de la demagogia, la imprevisión y el despilfarro. Mientras los jefes chavistas son hospitalizados en las clínicas privadas, el régimen se ufana de los módulos de Barrio Adentro, atendidos por los técnicos cubanos, que no médicos. Constituyó una verdadera vergüenza que fuese el co-dictador cubano Fidel Castro quien le informara a Chávez sobre el abandono de 2.000 módulos. Luego el locutor nacional habló de declarar en emergencia la salud para después mostrar unas extrañas cifras sobre lo bien que estamos en el tema.
Así ocurre en todos los sectores del gobierno nacional. Tómese cualquier ministerio, comenzando por el análisis de los méritos y capacidad de su titular, para concluir que lo que ha tenido lugar en Venezuela es una revolución de la mediocridad. (¿Qué país serio puede tener de canciller a Nicolás Maduro, confundido con un guardaespaldas por Michael Moore, el cineasta hasta ayer admirado por el militarismo del siglo XXI?).
También los diarios cortes de energía eléctrica en casi todo el país son consecuencia de la ideologización que discrimina a los capaces. Las leyes socialistas relámpago más el despilfarro y la corrupción han traído estos lodos
Ese es otro de los crímenes de este gobierno: promover la “chimbocracia”, el poder para y de los peores. La piratería erigida en canon. Pareciera que el bautizo de Chávez como figura pública lo ha marcado para siempre: el golpe chambón pero mortífero y sangriento de 1992 cubre toda la trayectoria de su gobierno, la explica, es su esencia.