Opinión Nacional

De tirofijo a no pega uno

La noticia dio la vuelta al mundo: Hugo Chávez, el pintoresco y con
frecuencia indescriptible presidente de Venezuela, había gritado a los
cuatro vientos desde la tribuna de la Asamblea Nacional de su país, que las
FARC no son una agrupación terrorista sino un ejército con carácter de
fuerza beligerante. Lo más indignante de esa parte de la alocución
presidencial fue ver ponerse de pie inmediatamente a la gran mayoría de los
parlamentarios, para ovacionar aquellas palabras que han sido calificadas
por la opinión pública nacional e internacional, como una gran insensatez.

En la polvareda periodística se deja entrever un gran asombro: ¿cómo es
posible que el presidente de un país democrático pueda considerar casi como
un ejército de liberación nacional, a un grupo de forajidos y genocidas que
ha asolado a Colombia por más de medio siglo y que ha extendido sus
actividades criminales al territorio venezolano, secuestrando y asesinando a
compatriotas de quien le otorga ese reconocimiento? ¿Realmente se le
volaron los tapones a Chávez? ¿Será como dice un chiste que circula por
Internet, que El Vaticano nombro al Nuncio Apostólico en Venezuela tomando
en cuenta su apellido: Berloco?

La memoria con frecuencia juega malas pasadas pero en casos como el de Hugo
Chávez, es un ejercicio para mentes prodigiosas recordar en detalle
todos los asombros y escándalos que han provocado sus discursos y sus actos,
en los nueve años que lleva ejerciendo la presidencia de Venezuela. Si los
periodistas y articulistas nacionales y extranjeros tuviesen fresca en sus
mentes la carta que el mismo Chávez envió el 3 de marzo de 1999 -cuando
apenas tenía un mes en la presidencia- al terrorista Carlos Ilich Ramírez
Sánchez, alias El Chacal, condenado a cadena perpetua en Francia, no habría
tanto asombro. Refresquemos algunos párrafos de la misiva dirigida al
distinguido compatriota: “…. es que todo tiene su tiempo: de amontonar
piedras y de lanzarlas…. tiempo de oportunidad, de fino olfato y del
instinto al acecho para alcanzar el momento psicológico propicio en que
Ariadna, investida de leyes, teja el hilo que permita salir del laberinto…”.

Venía una retahíla sobre Simón Bolívar, en la que reconoce que El Libertador
tenía un médico de cabecera, lo que entra en contradicción con la reciente
hipótesis sobre su asesinato por la oligarquía santanderiana, en contubernio
con José Antonio Páez y evidentemente con el imperialismo yanqui. La carta
al “distinguido compatriota” concluye así: “Con profunda fe en la causa y en
la misión, por ahora y para siempre, Hugo Chávez frías”.

Si entonces no entendimos y nos pareció un lenguaje críptico aquello de la
causa y la misión, ahora queda clarísimo. Y más claro todavía si recordamos
su tardanza en condenar los atentados del 11 de septiembre 2001 en Nueva
York y Washington y luego la manera de hacerlo. No llegó a los extremos de
monstruosidad de Hebe Bonafini, la c… de su m…. de Mayo, pero buscó también
una cierta forma de justificar ésa o cualquier agresión que recibieran los
norteamericanos. De manera que la admiración de Chávez por el terrorismo
como método de lucha, dominación, venganza o como se le quiera orientar,
viene de lejos y no difiere mucho si de trata de las FARC, el ELN, ETA o Al
Qaeda o de un secuestrador y asesino por encargo como El Chacal. Todo el
discurso sobre la búsqueda de la paz en Colombia, la sangre derramada y su
preocupación por los secuestrados, son pura utilería y disfraz para no
quedar totalmente desnudo. Tampoco hay algo de ideológico en esa inclinación,
admitirlo sería aceptar que las FARC, el ELN, Al Qaeda y ETA tienen una
ideología coincidente con la revolución chavista y el socialismo del siglo
XXI y, en consecuencia, que el presidente venezolano acepta como válidos los
métodos de lucha de esas organizaciones.

Si lo que priva no es el fundamentalismo religioso como en el caso del Al Qaeda,
ni el fanatismo nacionalista como el de ETA, ni el afán de lucro desmedido que hoy
caracteriza a las FARC y al ELN; se hace muy difícil comprender -incluso para los
psiquiatras- qué fuerzas interiores conducen a una persona, llámese o no Chávez, a
una conducta que privilegia lo delincuencial y sub humano. Quizá sea lo que Emile
Durkheim definió como Anomia: carencia de normas sociales o su degradación,
ausencia de ley y marginación de todo lo social llegando en muchos casos a provocar
el suicidio. Eso debe ocurrir en los extremos, cuando el marginal se reconoce como tal,
como un arrojado fuera de la sociedad, alguien a quien todo le sal mal, fracasado,
sin futuro y rechazado por todos aquellos a los que una vez creyó impresionar y
quiso cautivar. Que la boca de Durkheim sea la medida.

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