De paseo por ciudad fantasma
Apenas abordó el Metro en la estación Parque del Este, supo que algo andaba mal, pues al buscarla en el mapa de rutas, para contar cuántas le faltaban para llegar a Capitolio, ésta no aparecía.
En su lugar, entre Altamira y Los Dos Caminos, aparecía una estación denominada Miranda.
La ciudad cambiaba de forma fantasmal. Parecía que en la oscuridad alguien se dedicase, como en la película Dark City, a mover edificios, avenidas y hasta los roles de las personas en la vida cotidiana, pues los ingenieros se transformaban en taxistas en cuestión de horas y los policías en secuestradores o violadores. Reversos inexplicables.
El personaje de está crónica es un caraqueño que, en promedio, va de su apartamento a la oficina y, cuando tiene tiempo, de ésta al Mall de su zona. Esporádicamente avanza en su recorrido, intenta recobrar los espacios de su memoria, pero en cada aventura siente que la urbe se degrada a un ritmo vertiginoso, como si él viviese suspendido en otro tiempo, que no le permitiera aprehender el cambio natural de las cosas. En el edificio La Francia, donde se reunía lo mejor y lo peor del mercado de los metales preciosos, ahora pululan un grupo de vigilantes, cada uno con el rostro desgraciado por el hambre y el cuerpo uniformado de franela roja. Esa imagen de puertas selladas y hambrientos cuidadores se replica en edificaciones en Sabana Grande, Catia o la Candelaria.
Es tan fuerte la mudanza de la ciudad, que ni siquiera los comercios privados se mantienen. Las cadenas de supermercados Éxito y CADA se deprecian en su versión Bicentenario, con cientos de anaqueles poblados por los mismos productos brasileros, como si de sardina, tomate pelado y mortadela a cinco bolívares pudiese vivir, autorrealizado, el caraqueño.
La moneda que circula en las manos de los ciudadanos es adjetivada como fuerte. Si un extranjero desprevenido aterriza en la ciudad y decide almorzar en Burguer King, al deslizar su VISA el combo de hamburguesa, papas y refresco le costará US$ 11 (calculado a un Bolívar Fuerte de 4.30), pero si en vez de eso cambiara la moneda en el mercado paralelo, libre o negro probablemente pagaría US$ 5.55.
Todo en esta urbe tiene su versión bizarra, incluyendo sus alcaldes. Los municipios de Baruta, Chacao y Sucre contrastan con el depauperado Libertador y el apenas sostenido Hatillo, que no logran sanarse de la endémica corrupción.
A pesar de esos obstáculos, el personaje anónimo de esta crónica decide andar por la Avenida Baralt y comerse una suculenta pasta en La Casa del Espagueti, que sigue en pie luego de tantas décadas. Un funcionario policial se interpone entre la salsa boloñesa y el caraqueño, “vaya con cuidado, que en esa esquina atracan a toda hora”. El encanto se rompió, el hambre se esfumo y un sentido de alerta lo incitó a devolverse al caluroso Metro y bajarse en Miranda, no sea que en el centro, y a plena luz de mediodía, les de por cambiarle el rostro, el nombre o quién sabe que capricho se le ocurra al espectro que la gobierna.