De Maduro a Pinocho
Veíamos por televisión en la mañana del sábado 31 de enero, una encendida arenga del canciller Nicolás Maduro, a pocas horas del asalto vandálico y de la profanación de la Sinagoga Tiferet Israel,
en Maripérez. Ante un reducido grupo de aplaudidores de oficio, el honorable canciller ofrecía un
recibimiento de héroes a los dos cónsules venezolanos que el gobierno israelí hizo salir de su territorio, como respuesta a la medida de expulsión del personal diplomático y consular de Israel en Venezuela. Según Maduro, esos dos valientes habían sido hostigados y amenazados por las autoridades
del genocida gobierno sionista. Sin embargo no parecían tener la menor intención de escapar de aquellas torturas y, de no ser por la decisión de la cancillería israelí, allí continuarían sufriendo.
El verbo encendido de Maduro subía de tono en la medida en que hacía alusión a los crímenes cometidos contra el pueblo palestino por la élite sionista que gobierna a Israel.
De pronto se acordó de lo que había ocurrido horas antes en la Sinagoga de Maripérez y que era tema central de los noticieros en los escasos canales de televisión no controlados por el gobierno. Dijo que lo lamentaba, que el gobierno no era antisemita (aunque también era solidario con el pueblo palestino) que la Constitución garantizaba la libertad de cultos y que se investigaría para determinar responsabilidades. A renglón seguido y sin pausa para tomar aire, acusó a la oposición apátrida y a fuerzas extranjeras de estar involucradas en el ataque contra la sinagoga.
El domingo 1º de febrero, en su columna Marciano en domingo, el candidato con mayores posibilidades para el premio Nobel del cinismo -el ex vicepresidente José Vicente Rangel- denunciaba una vez más la presencia del Mossad (servicio secreto israelí) en Venezuela y su directa participación en atentados y actos violentos para desestabilizar al gobierno de Chávez. El comodín del Mossad ya había sido usado por Rangel cuando Chávez salió del poder por 72 horas en abril de 2002, y por varios voceros del régimen cuando fue asesinado el fiscal Danilo Anderson en 2004. De allí en adelante se ha
dejado colar, en los mismos medios chavistas que llevan diez años incitando al odio antijudío, que lo ocurrido en la sinagoga podría ser un auto atentado para dañar al gobierno ante la proximidad de un proceso refrendario. La desfachatez de los voceros del gobierno recuerda aquel viejo chiste del
hallazgo de una maleta con un cadáver descuartizado en su interior: la policía sospechaba que se trataba de un suicidio.
Se ha escrito mucho sobre las características de la incursión vandálica cometida contra un recinto sagrado del judaísmo. Como una cruel ironía, la sinagoga está ubicada frente a una virtual plaza Colón donde la estatua del descubridor no existe porque fue destruida por una banda de antisociales con
salvoconducto oficialista. Ya se sabe que no fue esa clase de gentuza la que perpetró el asalto a la sinagoga, lo hicieron profesionales que actuaron al estilo de la policía política o de militares. Nadie se ha tragado el cuento de que fue la oposición apátrida (Maduro dixit) el Mossad o algún comando dirigido por miembros de la comunidad judía venezolana. La exclusividad de la violencia pertenece al gobierno, como le pertenece una singular vocación delictiva. Y por supuesto la garantía de absoluta
impunidad para quienes cometen delitos contra objetivos enemigos: la Nunciatura Apostólica y otras sedes de la iglesia católica, universidades públicas y privadas y oficinas de gobernaciones y alcaldías ganadas por la oposición el 23 de noviembre último.
Las promesas de encontrar a los culpables pertenecen a la categoría de mentiras que solo pueden ser creídas por los fanáticos del régimen. Basta recordar el asesinato del fiscal Danilo Anderson, su elevación a mártir de la revolución, su entierro propio de un prócer de la patria, las lágrimas
del fiscal general Isaías Rodríguez y la voz aconjogada de Chávez. Casi cinco años después, con dos asesinados a mansalva por su presunta participación en el hecho, con presos acusados de ese homicidio sin ninguna prueba que los incrimine, con testigos falsos que declararon mediante
soborno; nadie que no sea el alto gobierno sabe quiénes fueron los autores materiales del hecho. Sobre los autores intelectuales ya hay pocas dudas, están precisamente entre los cínicos llorosos en aquellas exequias.
¿Sabe alguien a estas alturas por qué la policía política de un régimen que no es antisemita, allanó el colegio Hebraica en noviembre de 2004? ¿Hubo alguna explicación de un segundo allanamiento en esa institución judía la madrugada del 2 de diciembre de 2007? ¿Ha hecho cumplir la Constitución este
gobierno -que no es antisemita- cuando sus medios de comunicación Aporrrea, Vea y Los Papeles de Mandinga, entre otros, instigan con frecuencia cotidiana al odio antijudío? ¿No son acaso niños mimados del régimen personajes abyectos como Walter Martínez, Mario Silva, Alberto Nolia y
Vladimir Acosta que destilan a diario veneno antisemita en sus programas de la televisión y la radio estatales? ¿Puede creer alguien en la sinceridad de Chávez que firma en Brasil -conjuntamente con Lula Da Silva y Cristina Kirchner- en diciembre de 2008, un acuerdo para luchar contra el
antisemitismo y no solo permite sino que fomenta la virulencia creciente de prédicas antijudías por parte de sus serviles colaboradores?
La única garantía que tenemos los judíos venezolanos, frente a las prácticas hitlerianas del gobierno de Hugo Chávez, es el respaldo unánime de la Venezuela digna y decente, que se ha unido en una sola voz para repudiar el ataque a la sinagoga de Maripérez y denunciar ante el mundo las inclinaciones abiertamente nacionalsocialistas del gobierno. Las promesas que Maduro ha hecho a líderes judíos de descubrir a los culpables y de impedir la repetición de hechos similares, son páginas agregadas al cuento de Pinocho.