Opinión Nacional

De lúmpenes

I

Ciertamente, la masiva presencia de los buhoneros – obvio – en las calles, es de larga data, pero – sostenemos – nunca antes recibieron un respaldo como el que encontraron con el gobierno de Hugo Chávez. A mediados del siglo pasado, por ejemplo, la sustitución de las importaciones alcanzó la jerarquía de política de Estado y, en la presente centuria, sentimos que el comercio informal ha adquirido un rango semejante.

Suele ocurrir, la “barrida” de los buhoneros de las principales calles y avenidas de nuestras ciudades desemboca después en una lenta reaparición: puede decirse de un reciclaje populista. Creemos que los más necesitados, en medio de su desesperación, toman lentamente los espacios para luego – consolidados por hastío o negocio de las autoridades policiales – abrir los cauces de aquellos más experimentados en las artes. Digamos de los ciclos acostumbrados, pero el “último” duró cerca de diez años.

Reducida la oferta formal de empleos, ascendiendo los costos laborales, por muy atractivas que se digan los indicadores del INE, no queda otro remedio que aceptar y tolerar una fuerza – como la informal – de pronta degeneración, al prestarse a las mafias, al contrabando y a las prácticas mismas del comercio formal, con altos niveles de subempleos. El gobierno ha fracasado en términos de política social y económica, por lo que – a lo sumo – parece no quedarle otra opción que crear, edificar o improvisar sendos centros comerciales para darle cabida a los desempleados, perfeccionando un mecanismo clientelar, aunque el secreto del negocio está en la “pasarelización” urbana.

Es nuestra convicción, la “barrida” actual de los buhoneros obedece a un capricho y a una revancha presidenciales típicas, por la pérdida de la consulta referendaria de la reforma presidencial, y por los estudios de opinión que aconsejan una mayor oxigenación de las ciudades con el desalojo de la buhonería. Empero, no durará mucho a menos que se acepte – de un lado – que la “recuperación” y remodelación de espacios e inmuebles de la ciudad sea más atractiva, olvidando la responsabilidad de las autoridades públicas por su “pérdida”, “extravío”, deterioro o desmantelamiento que a lo mejor cuadra en algún tipo penal: no hay mejor ejemplo que la caraqueña plaza “Diego Ibarra”, asiento de lo que se llamó “Ciudad Saigón” [1].

Insistimos, la informalidad es una magnífica herramienta política del gobierno que no puede despreciar para las labores de inteligencia y de choque que pueda necesitar en las calles, aunque los buhoneros demostraran una increíble docilidad cuando fueron desocupados de los espacios públicos a partir de diciembre o enero próximo pasado. Agreguemos, sin que la observación constituya un “prejuicio de clase”, como los analistas del oficialismo entienden, la buhonería está vigorosamente alimentada por el lumpenproletariat que le evita al chavismo (como corriente) y al chavezato (como régimen), el dolor de cabeza que significa gobernar, así de sencillo.

II

El lumpenproletariat es una realidad de todos los tiempos y bastará recorrer las páginas del Manifiesto Comunista de Marx o Engels – más allá – o de las de Hannah Arendt – más acá – para apreciarlo como el desperdicio de todas las clases, socialmente trepadora y políticamente oportunista. Mal puede decirse que es un “prejjuicio de clase” apuntar a su existencia, de acuerdo a la cómoda salida de los que pretenden teóricamente defender al socialismo campamental.

Socialismo que, en Venezuela, no está fundado siquiera en la clase obrera, a menos que crean reinventarla o prefabricarla a través de otras centrales, como ahora se anuncia [2]. Precisamente, la base social descansa en un grueso sector de sobrevivientes que toman las calles como buhoneros capaces de perfeccionarlas como emporios del subempleo y – quizá – del contrabando, condenados al reciclaje que alivia el malestar de la ciudadanía; tratan de acceder a los generosos mecanismos clientelares, crediticios y salariales que la bonanza petrolera pueda dispensar; e involucrarse en una experiencia teledirigida de masas, administrando la violencia que le ha sido delegada en nombre de los supremos intereses de una revolución convenientemente indefinida.

En un trabajo que no logro reencontrar en la red de redes, José Rodríguez Iturbe distinguió entre los militares institucionales, los que se saben profesionales al servicio de toda la nación, y el lumpenmilitariat que muy bien expresó en su más reciente pronunciamiento público el ministro de la Defensa. Muy bien puede ejemplificarse en otros sectores de la vida social, pero – fundamentalmente – en los que dicen pensar y hacer la política de estos días, influyendo obviamente en los cuadros de la oposición, por las percepciones y conductas que frecuentemente su dirigencia revela: la lumpendirigencia ha hecho estragos en el gobierno y en la oposición, de contrastar con el liderazgo político de otros tiempos.

III

La falta de marxismo de los marxistas de la hora, ayuda a agravar el problema: negando la realidad de su soporte social, aceptan a ciegas el recetario castro-guevarista. Y convienen en silenciar – en los inicios – el propósito fundamental del proyecto en Venezuela, y edulcorar – en la etapa intermedia – sus estragos, dejando paso al monopolio de la interpretación presidencial [3].

La buhonería tiene una significación política de trascendencia para el régimen y, a falta de condiciones objetivas concretas, funge de soporte social. Sin embargo, esperamos por los especialistas para clarificar un poco más el horizonte de las clases sociales y el de sus pugnas en la otra Venezuela Saudita.

[1] Hemos tenido noticias de la redacción de una tesis de grado en sociología que tomó importantes muestras en la llamada “Ciudad Saigón”, cuyos autores desean mantener bajo reserva. La interesante hipótesis radica en la realización de los valores y de las oportunidades que, por largo tiempo, brindó el régimen para una experiencia espontánea y colectiva que contradice lo que la retórica publicitaria y propagandística ofrece.

[2] Destacados dirigentes marxistas-leninistas ¡una década antes! opinaron en torno a la fundamentación del régimen por la clase obrera organizada, base principal del antineoliberalismo del Comandante Chávez, depositaria de la nacionalidad, garante del triunfo electoral y bastión de la lucha anti-imperialista. Vid. Hernández W., Roberto (1998) “La perspectiva de clase”, Tribuna Popular/Caracas, nr. 53 de junio. Agreguemos que, además de fracasar en las lides comiciales de los sindicatos o decidir la estatización de empresas como remedio a las demandas de los trabajadores (por ejemplo, SIDOR), el oficialismo no ha tenido una especial inclinación por discutir las contrataciones colectivas.

[3] Valdés Vivó, rector de la Escuela Superior del PCC, ha dado un “vistazo aéreo” al Manifiesto Comunista y, en lo que concierne al lumpenproletariat, sólo asienta que es el producto pasivo de la putrefacción de las clases más bajas y de carácter mercenario. Frente a la afirmación “algo quijotesca de que los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos”, reivindica el consejo sobre el silencio de Martí. Acotemos que, al lado de las acostumbradas consignas y prejuicios, como el de la imposición consumista del automóvil, se observa una nomenclatura que dice “actualizarlas” como el de una “democracia directa participativa de masas”. Vid. Valdés Vivó, Raúl (2006) “El Manifiesto Comunista. Lo que se mantiene, lo que ha cambiado”, Vadell Hermanos, Caracas, pp. 31 y 130 s.; crf. (2004) “Cuba y la Crítica al Programa de Gotha”, Revista Debate Abierto, Caracas, nr. 21.

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