De Librerías y Librarys
Un rápido repaso a las librerías y bibliotecas que a lo largo de mi vida intelectual me han servido de apoyo para apoyar y nutrir mi obra, me llevan a destacar estas por encima de otras, las siguientes:
En Venezuela, de estudiante izquierdozo, fui frecuente asiduo de la Librería Nuevo Orden, sitio privilegiado de encuentro de la izquierda democratacristiana bajo la estricta mirada del estricto Julio González, sita frente al portón del estacionamiento del la vieja UCAB en el centro de Caracas.
Posteriormente, Néstor Coll y otros ilusos amigos astronautas copeyanos – los dos Pedros Paúl y Rául y alguno más – crearon la Librería La Mancha en el muy de moda Centro Comercial Chacaito de la época. Allí el eslogan era que los libros se podían leer y comprar, por supuesto que el cierre de ese utópico paraíso para lectores no compradores no se hizo esperar.
Más tarde, ya de novel abogado, la Librería Lectura y Arturo Garbizú fueron mi fuente de contacto con el mundo del Boom Latinoamericano. Arturo me entregaba una bolsa llena de libros, los revisaba como un tesoro, escogía, me facturaba los seleccionados y a leer sin pausa. A SUMA me acercaba también aun cuando no fui de los más asiduos compradores.
En Francia, de estudiante de maestría en los tempranos 70 ´s, resaltó La Joie de Lire de Maspero, sita en la Rue Saint Severin. Allí me deleité con la lectura de la literatura cubana revolucionaria y con los enfoques sobre el desarrollo y el subdesarrollo, compré para mi orgullo un ejemplar numerado de Blanco de Octavio Paz. Por supuesto que P.U. F. y las otras grandes librerías del Boul Mich – la Gilbert, entre ellas – también eran de mi cotidiano recorrido, incluso para vender y comprar libros usados. Las de derecho y economía las recorría con mucha razón y poca pasión.
La FNAC me recibió en mi época de doctorando; nunca me gustó ese esquema de Hipermercado del libro y de lo que sea, ni en Paris ni en Madrid. Seguía prefiriendo mis encuentros furtivos en alguna que otra pequeña librería de quartier, ya Maspero había cerrado para nuestro personal infortunio, pero aún quedaban los bouquinistes.
En Oxford, en mis tiempos de Visiting Fellow de la Cátedra Andrés Bello nada que objetar de Blackwell y su excelente servicio de atención que me permitieron adentrarme en la redacción de mis primeros textos en el área de Negocios Internacionales, de la Globalización.
No puedo dejar de mencionar dos librerías venezolanas del interior del país: Costa Verde en Maracaibo y Clip en Barquisimeto, ahora de aniversario; ambas siempre sorprendieron mi paladar más exquisito.
En mi reciente estadía española no me puedo quejar de la Casa del Libro en Madrid, sin embargo, las acogedoras librerías de Madrid Capital y de Salamanca, aún concitan un secreto deseo de explorarlas intensamente hasta el momento de su cierre. En Barcelona, Alcalá de Henares y San Sebastián siempre he estado de paso apresurado.
En la Caracas actual, voy un poco de tumbo en tumbo, casi todas las librerías importantes se parecen en su oferta limitada, lamento un tanto la falta de consejo amigo, reconociendo empero que hay cada día más jóvenes libreros que me impresionan positivamente, como el de Noctúa y uno que otro de las Alejandrías.
De Londres, Boston, Edimburgo y Nueva York, reivindico los pequeños territorios en los que se puede acceder a una edición rara o poco común de mis novelistas policíacos favoritos: Nero Wolfe, Ellery Queen, Edwin y Mona Radford, Dorothy Sayers. En Bogotá siento a veces envidia ajena, de Buenos Aires sobran los comentarios, allí compré la mejor bibliografía que he reunido sobre Nueva Economía y Derecho Corporativo.
De Librarys o Bibliotecas, reivindico mi preferencia por las de estante abierto – open shelves – en las que se puede pasear a voluntad, la del PPE (Estudios Liberales) en Oxford, la de Derecho en Cujas, París, las municipales de la calle Quintana en Madrid y Oxford en las que me comí innumerables biografías de artistas y gobernantes. De la de la calle Quintana de Madrid es tributario mi libro Poemas Imperiales dedicado a Carlos V y Felipe II.
Reivindico también las bibliotecas personales de algunos amigos que no tienen empacho en prestarme sus libros en toda confianza y que son muy pocos por supuesto: Guillermo Morón, Carlos Eduardo Moros, José Pulido y Henrique Meier, como antes lo hacían Gonzalo Arreaza y Helena Feil: que decir de estos dos grandes cómplices, si llegamos a tener en común la mejor biblioteca de novela policial, incluyendo El Lince Astuto de Aguilar y el Séptimo Círculo de J. L. Borges y asociados.
No me gusta la Bodleian de Oxford ni la del Congreso de los EEUU, por su burocracia y fría insensibilidad, y por el tiempo que hay que esperar.
En estas épocas de solitaria investigación reconozco el profesionalismo de los integrantes de la Biblioteca Pedro Grases de la UNIMET de Caracas, ha sido la gran aliada de mis últimas pesquisas intelectuales.