Opinión Nacional

De la pública obra de arte

(%=Image(1966448,»C»)%) Frecuentemente, al pasar por la antigua y caraqueña Torre Capriles de Plaza Venezuela adquirida por el SENIAT, nos preocupa un poco el destino de la conocida obra de Jesús Soto tan magníficamente integrada al inmueble. Quizá dejarán al final su recuperación, porque es demasiada evidente la prioritaria remodelación de uno los varios edificios adquiridos con nuestros impuestos para el confort de sus administradores, olvidando – por citar un ejemplo – el déficit de edificaciones escolares. Empero, nos referiremos brevemente al alto nivel de contaminación visual de la ciudad, antes saturada de vallas comerciales y – ahora – sobresaturada de la publicidad y de la propaganda gubernamental, incluyendo los grafitos y demás pintas que también fundan el deterioro urbano. La mirada citadina es de una cotidiana resignación a la agresión y, por más maquillaje bicentenario que se quiera, no logra oculta la crisis que – inevitable – expresa. Piezas extraordinarias como la de Soto, envejecida por el sol que licua polvo y gas en medio de nuestras prisas, pueden manifestar vivamente esa crisis o deterioro como la estatuta de fecha hurtada de Páez, hacia El Paraíso, pintorreteado enfermizamente el pedestal. (%=Image(4522417,»R»)%) Las obras públicas de arte que se encuentran en espacios públicos, sufren de las imperfecciones presupuestarias que siempre se alegan para su mantenimiento, aunque hay siempre el crédito público oportuno para la flota aérea presidencial. Una parte del Estado, dependiente directamente de la jefatura que hace al Ejecutivo Nacional, poco le importa la suerte de esa libérrima mirada de pueblo y ciudadanía, a la que hace prisionera de sus urgencias inauditas. Otra parte del Estado, como legítimamente lo es, dedica también sus esfuerzos a la conservación de aquellas alternativas a la mirada, como ocurre con la Universidad Central de Venezuela, así el petardo oficialista haga nido en la obra, en los archivos o en la costosa cerámica del alma mater. El recorrido de los días, nos permitió apreciar como el mural de Pedro León Zapata estuvo tejido de andamios, a objeto de actualizar su compromiso con las centenares de miles de pupilas que lo agradecen como opción. Injusto llamar arte y política, a la atropellada caricaturización de las paredes citadinas con las convencionales consignas que nos llevan al hartazgo. Ni siquiera, aquél alcalde metropolitano que prometió y presuntamente contrató una legión de artistas, honró su palabra en una materia de la que todavía se dice tan sensible, excepto colocar sendos avisos de prensa para dar con una versión de Chávez Frías propia de la plástica estalinista. (%=Image(1611434,»L»)%) La muy pública obra de arte se hace peligrosa e inaccesible, por falta de mantenimiento e inseguridad. Bastará con ir a la estación del metro de Chacaito para constatarlo, observando la deplorable condición – por ejemplo – del Soto que, además, es un cesto de basura como bien lo fotografió Alexandra Blanco para el diario El Nacional (Caracas, 30/01/10). Creamos que pueden arbitrar medidas de mantenimiento, pero – de hacerlo – dura demasiado y, por si fuera poco, la delincuencia impide detenerse un poco para disfrutar de la pieza e imposibilita fotografiarla con la serena y confiada tranquilidad que reclama el placer. Curioso, la pública obra de arte de las inmediaciones privadas de la ciudad, cuentan con un mantenimiento regular y es factible, siendo de libre tránsito, para un rato para el intento fotográfico. Hace poco, nos detuvimos complacidos porque la lluvia espléndida de Soto, en el Cubo Negro, estaba en manos de obreros que trepaban la caída con cuerdas para hacerla de nuevo amante sosegada de la luz y en un lugar, por lo menos, con menor índice delictivo que otros de la ciudad capital, garantizando una mejor ambientación laboral o eso que suelen llaman nivel de vida.

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