Opinión Nacional

De la protesta motorizada

Quizá finalmente engañada, la otrora poderosa buhonería se rindió – doblegada – ante el gobierno nacional. Ahora, los motorizados la sustituyen como un recio factor de perturbación política, teniendo significativamente una misma patria: la economía informal.

De nuevo, apenas se anunció la masiva protesta al volante en Caracas, cundió el pánico ante la mera posibilidad de una ciudad colapsada y harto peligrosa. La jornada sintetizaría la diaria violencia ejercida por los dueños de las calles, avenidas y autopistas del país, empeñados en aleccionarnos. No obstante, a sabiendas de las consecuencias que no podría controlar, dejando antes que el temor se regara, diligente y calladamente actuó el gobierno.

Demasiado evidente, la motocicleta se ha convertido en la insustituible herramienta de toda empresa hamponil, innovándola tal como el avión lo hizo con la llamada guerra de movimientos. Suponemos, las estadísticas revelan las horas y zonas sensibles al delito en la metrópoli, aconsejando una restricción del horario para la circulación, pero tan elemental previsión les resultó inaceptable: el gobierno, impotente, cedió y postergó la medida.

Presumimos que el trabajador que honesta y desesperadamente lucha por llevar el pan a sus hijos, igualmente víctima de la delincuencia, no tendría mayor problema en aceptar el ya frustrado horario. Por ello, nos preguntamos: ¿ante quienes realmente cedió el gobierno?, ¿por qué de la escasa información sobre las negociaciones y sus actores?, ¿peligraba la lealtad de los grupos paramilitares que el eufemismo consagró como “inteligencia social”?

Que sepamos, no hubo el natural y adecuadamente publicitado despliegue de las conversaciones entre las partes, por lo demás, plenamente identificados los gremios en atención a un conflicto colectivo de trabajo. Además, nos arriesgamos a acotar que, por una parte, no existe una transparente y formal capacidad de convocatoria a la protesta, sino que ella es fruto de la (auto) defensa espontánea y viral de los derechos tenidos por adquiridos; por otra, que el asunto desborda la competencia política del presidente del Instituto Nacional de Transporte Terrestre, a sabiendas de la importancia adquirida por las fuerzas del volante en la literal defensa del régimen; y, finalmente, que hay un problema del mercado a realizar, pues, la asignación de divisas e importación de las motocicletas fundamentalmente tiene por domicilio el alto funcionariado del Estado.

El vehículo en cuestión, luego de una larga década y media, se erige como el símbolo indiscutible del régimen. E, incluso, ya hay ilustradores traviesos que lo añaden a la nueva versión del escudo nacional.

 

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