Opinión Nacional

De la mentira piadosa a la perversidad calculada

Solía decir mi papa que sólo le era permitido mentir a los novios y a los políticos. Novio que no prometa alcanzar lo recóndito y traerlo de regalo desde la más lejana galaxia, como ofrenda a la amada, no había vivido el amor como realidad ni como ficción. El impulso de Eros hace volar la fantasía. Y ella, es la mujer mas tierna, incapaz de respuestas equivocadas, de alzar la voz, y la promesa para la trascendencia de no entrar en el rapto de los celos y menos pelearse por cosas banales como fustigar al marido por mirar de reojo el trasero erguido, noble, de balcón de la vecina y recoger del suelo las llaves que seguras están en los bolsillos. Concluye sus promesas, jurando que jamás tocaría su celular no hurgaría en la computadora ni menos revisar los bolsillos. Político que no prometa alcanzar lo imposible, pudiera ser mas bien un monje franciscano de otra era. Ocurre, cito de nuevo a mi papa, que las promesas de los novios se resuelven en los viajes sin fin en los actos de cama, donde aun con poca imaginación se puede alcanzar el sol por la ventana en las noches obscuras del invierno. Es el único lugar conocido donde se encuentran haciéndose todas las verdades. Los políticos, en cambio, mienten a plenitud de su propio engaño. Casi nada de cuanto dicen verdad es y si cumplieran la mitad de sus promesas, pasarían a ser dioses, lo cual, normalmente se creen o se convertirían en líderes de muy largo tiempo. Se sigue creyendo en ellos, porque si bien no hacen milagros, siempre rellenan la esperanza con los engaños mágicos envueltos en palabras que su verdad descubre en la miseria humana. Los primeros, los novios, decían esas mentiras para demostrar con su exageración el grado de su amor, los segundos, lo hacían porque ese es su modo de existir, de sobrevivir. La verdad, sentenciaba mi papa, haría imposible el matrimonio y acabaría por siempre la carrera política. La mentira, en el sencillo esquema, era lo opuesto, el antónimo de verdad, según vivimos las cosas y clases de mi casa. Así fuimos creciendo, hasta llegar al catecismo. Allí las cosas se hicieron confusas. La mentira se asociaba directamente a Satanás, el primer y mayor mentiroso de todos los tiempos. A él debemos, convertido en serpiente, mediante la mentira convencer a Eva, a fin de que esta única virgen que existió en esa era, lo dejara de ser, porque dado el engaño, sedujera al imbécil de Adán, cualidad que en ese tipo de circunstancia se hizo genética en todos los hombres verdaderos, y el castigo, ya previsto por Dios, El Creador, la muerte, apareciera. La inmortalidad de la cual dotada estaba esa pareja, se trocó para siempre en tragedia, la muerte, término de la vida en esta tierra, ya no mas paraíso con ríos de leche y miel, frutas y demás alimentos al alcance de la mano, el agua fresca, el aire transparente, donde oferta y demanda nulas fueran: el Paraíso. Por culpa de Satanás hecho serpiente, que convenció a Eva, por culpa de Eva que convenció a Adán, por culpa de Adán que embarazó a Eva, por culpa de ese embarazo nacieron los primeros nietos de Dios, Caín y Abel, por culpa de la miseria que algunos traen consigo, Caín Mató a Abel, por culpa de mentir a Dios Caín fue castigado y de qué manera, y así en cadena, por pecado que no cometidos, por culpa de la mentira de Satanás, y sus mentiras, pero de las verdades de Adán y Eva, estamos como estamos y como somos hoy en esta tierra. Nunca más paraíso, de donde caímos para buscar por siempre el intento de regresar a él, alguna vez allí regresaremos o alguna vez, después del Apocalipsis, se alcanzará de nuevo según fueron los méritos del hombre, acabada totalmente la tierra. Un nuevo Paraíso donde ya no hará falta la comida, seremos realizados en Dios y como él no necesita de alimentos, Él es su alimento, según la rectitud en el ejercicio del libre albedrío, al recto se restituirá la vida originaria, mientras los mentirosos irrenunciables que, por libre albedrío, hicieron de la mentira su vida, morirán de muerte eterna en el infierno.

En el seminario, sin dejar de ser lo que ya era la mentira, un pecado, los profesores siguiendo a algunos teólogos, seguramente conscientes de sus propios pecados, nos enseñaron que, si bien, mentir era pecado, pero que había pecados veniales y capitales. Y la explicación incluía tres grandes grupos, pecar de palabra, de hechos u omisión. Un agudo maestro dijo que capitales, la violación del cumplimiento absoluto de los diez mandamientos y en cuanto al tema en consideración, repetía muchas veces el Octavo y lo entrelazaba con el Segundo y reiteraba la clasificación de los siete pecados capitales, que son ruptura absoluta con Dios y los veniales, que si bien molestaban a Dios tenían una carga de ingenuidad o de tal buena intención que Dios por ellos tenia mayor comprensión y que, en definitiva, no implicaban una ruptura con Él. Luego, entonces, aparecían las mentiras como pecado y habría pues, mentiras muy graves y mentiras leves. Las graves, realmente son las concebidas y dichas por la cabeza (de allí capital) y que estaban directamente dirigidas a provocar daño a terceros, entre las cuales incluía la difamación, la calumnia, y el engaño grave y el desprecio. Como se ve, seria mentir a consciencia de que se está mintiendo para provocar daño, como el desprestigio, la desconfianza, el desamor, en pocas palabas las dirigidas a desconocer los Diez Mandamientos, en general, a incurrir en los siete pecados capitales, etc. que cometería, además no sólo quien miente, sino a quien se habla, a quien mediante las habilidades propias de la Serpiente, Satanás, se le induce al pecado, que el mentiroso tiene como proyecto, es decir, que a quien se cuenta esto o aquello de otro, viva en sí el efecto macabro de asumir la mentira como verdad y, por tanto, el desprestigio absoluto de a quien se difama, de quien se habla, etc. Y las mentiras veniales, digo exactamente piadosas. Estas son del más variado orden, las que sirven para proteger a alguien, tal vez sean las más importantes. Dos grandes ejemplos en dos dimensiones diversas. La mentira reiterada de Pedro al negar a Jesucristo tres veces, en cuyo perdón Cristo prueba su amor al hombre y el ejemplo estudiado por Russell, si a alguien que está en la esquina le llegan unos tíos buscando a X, presumiblemente para asesinarlo, y a ese interrogatorio responde que no lo ha visto o que sí lo vio, el visto iba corriendo y tomó por la dirección contraria a la que realmente se orientó, violaría la verdad, por tanto mentido, pero tal mentira hizo posible salvar la vida al perseguido. Francamente una verdadera mentira piadosa!. Probablemente y no tengo razones para dudar, grata a Dios mismo. Otras veniales son normalmente propias de los niños, en el supuesto que cierto sea que los niños nada hacen con el propósito de hacer daño. O, en los países donde hay dictaduras cuando a uno se le pregunta si apoya al régimen, responderá que si, para protegerse a si mismo y a los suyos. Y si dijera la verdad, ha de tener suficiente poder para garantizarse a si mismo y a los suyos su existencia. En el trabajo, cuando el jefe miserable que pregunta, usted está conmigo o contra mi, siempre se dirá Si, por necesidad de mentir, estoy con usted aun cuando el alma grite No, según pues, mucho mas que la verdad, se tenga el poder suficiente para mantenerla sin hacer daño a si y a los suyos.

Como se infiere de lo dicho, la mentira, clasificada en mentiras graves, capitales y mentiras piadosas, siempre está vinculada a su opuesto, su antónimo, la verdad. Por lo cual la discusión pasa necesariamente por tener muy claro qué es la verdad. Para quien fe tiene, restringido el caso al universo religioso, la verdad es la doctrina, la dogmática, los fundamentos de cada iglesia, muy claros para el catolicismo, para el cristianismo en su conjunto, el islam y, en general, a los credos monoteístas. Dios es la verdad. Solo él y los caminos para llegar a ella, son los caminos virtuosos pada llegar a Él. Fuera de las religiones, surge el problema, ajeno a este texto, que debe entenderse por verdad, cual es su definición y de qué tipo de verdades se trata. Entonces se recurre a la lógica, al experimento, etc., según sea necesario, de modo que la mentira no es su objeto. Empero, el problema social de la mentira sí es objeto de la ciencia, en cuanto al mentiroso, no a ella misma, pues el mentiroso no solo hace daño a terceros sino que puede llegar a hacerse daño, daño grave. Se enferma. La mitomanía, valga el ejemplo para quien se cree sus propias mentiras haciéndola su vida o parte determinante de su existencia o la perversidad, la mas grave de las enfermedades del mentiroso, pues tiene plena consciencia de que con su mentira destruye, aniquila, causa daño moral, material e, incluso, la muerte. Vale decir asume la mentira como perversidad calculada. En política, el deslinde es demasiado importante por sus graves efectos. El mesianismo como auto-reconocimiento, como creerse mesías, salvador, es una conducta fatalmente mitómana, y ese creerse lo hace absolutista, perseguidor, inquisidor, dictador, y siendo él la verdad, el camino, la vida, todo cuanto interfiera esa creencia, la duda critica, pasa a ser su fatal enemigo, a quien hay que devorar, aniquilar, destruir. Porque, en su mentira, el enemigo es el mentiroso, el pecador, el Satán, el otro, distinto a él. Entre sus seguidores se produce culto a la personalidad, la idolatría a sus palabras y actor mismo de esa mentira ajena, pero que el idólatra hace propia, la hace suya y se convierte, a su vez, en predicador de la mentira asumida.

El problema social, familiar, individual que surge de la mentira ha alcanzado tales dimensiones que hay quienes desde la perspectiva empírica, afirman que la mentira es parte normal de la vida. Para ejemplificar, parte fundamental de la enseñanza escolar, parte básica de la cortesía, dar buenos días, a quien muchas veces no se quiere desear, estamos bien por casa, así se esté peor, etc. el enfermo en situación difícil siempre dice, mejoro. Y tus estudios, bien?, perfectos, suele responder el mal alumno. Etc. De una u otra forma serían mentiras piadosas que, además, tienen el mérito de simplificar, de obviar detalles que el conocimiento requiere, que la verdad impone. La complicidad materna, tantas veces vista, y la paterna, al parecer en menos grado, en asuntos delicados, en delitos reales de sus hijos, etc. constituye igualmente parte de la mentira. Mentiras piadosas pueden ser, pero también complicidad para evitar que la justicia llegue, y la luz de la verdad se imponga. Convertida la mentira en hecho “cultural” su uso tiene algunos “valores”. Si no queremos atender a alguien, el jefe, el señor de la casa, la mamá, ordena al hijo, a la chica que trabaja, a la secretaria: “dile que no estoy”. Y se hace sin medir las consecuencias, mejor dicho, sin pensar ni que con ello se puede hacer daño, en proporciones imponderables a quien obedece la orden ni a quien solicita ser atendido. Quien obedece se convierte en cómplice, primer paso. Luego, en proceso de asimilación por el ejemplo del jefe, del papá, la mamá, asume la mentira como normal actividad para zafarse de responsabilidades. Más adelante, puede llegar al chantaje, pues, en cierto grado quien ordena la mentira (o esconde la verdad) queda en sus manos, porque el ordenado sabe que se le ha permitido, por imposición, delinquir, no decir la verdad y, por lo tanto, es arma de sus maquinaciones si tiene que hacerlo. Vea esta situación, el jardinero ve a la esposa o al esposo incurriendo en delitos, adulterio, por ejemplo, él dice “no vi nada” y luego cobrará por lo que vio. El hijo puede sufrir un severo trauma, un complejo, por la complicidad impuesta, que bien puede usar para el chantaje o mal puede usar para hacer lo mismo que el mentiroso ordena. De esas mentirillas aparentemente piadosas, se puede llegar a hacer de la mentira una inversión, un cálculo, lo que forma parte de la mentira como perversidad calculada, que si bien pudo tener en la casa su escuela, puede crecer en grados tales que el hijo delincuente justifique su fechorías en la conducta de sus progenitores. Porque, además de lo que se infiere, la mentira que vive en uno, culpar al otro de sus errores, de sus yerros propios, de sus delitos y fracasos también determina la conducta negativa de quien eso hace y a partir de ello se autojustifica sus mentiras, y lo peor, su conducta en general.

Quien esto escribe ha mentido, necesariamente. Tanto por las reglas del protocolo, cuantos por mis defectos entre los cuales, de acuerdo a mi terapeuta, está mi soberbia o por su piedad, la señala como mi muy poca humildad. Pude ordenar a mis hijos: dígale que no estoy, muy especialmente cuando el cobrador llega o el necio, según mis clasificaciones, a mi puerta toca, o carece de importancia quien me llama, todo según la jerarquía de mis valores o de mi mala o buena fe y por mas cosas que pudieran llenar volúmenes como las guías telefónicas de un ciudad, sin embargo, no incurramos en negar la verdad del texto, este es parte de mi oficio de profesional acontista, porque es de muy mala intención o con la intención de mentir para justificarse el embustero, de daño hacer o hacerse, identificar la palabra con quien la emite. Rechace la falacia de que si X es embustero cuanto él diga mentira es. No, descúbrala, preste atención al texto, descubra su verdad. Recuerde el sabio consejo que viene de hace tal vez mas de mil años o mucha mas, de algún cura de aldea o Papa “haced lo que yo digo, no lo que yo hago”. El ideal perfecto, que la identidad de la palabra, su actor y sus hechos sean uno. Esto tiene el riesgo grave de no sobrevivir: recuerden a Cristo, la verdad duele y el embustero descubierto puede ordenar a muerte de quien la verdad dice, practica, da ejemplos con ella y la hace de su propio ser. Pero, por tener este texto a mi familia, a mis amigos, los seres que amo y hasta los que quiero, aprecio, estimo, sus primeros destinatarios, he de jurar que jamás he recurrido ni haré de la mentira un acto de perversidad calculada.

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