De la dictadura a la dictablanda
Si vis pacem, para bellum.
Si quieres la paz, prepárate para la Guerra. La guerra invadió desde el pasado sábado 22 de agosto definitivamente el campo de la política venezolana. Es una fecha histórica que todavía no ingresa en los anales de la opinión pública mundial, pero que pronto podría ser señalada con pesar por los demócratas del mundo. El gobierno nos ha declarado sus mortales enemigos. Se acabó la dictablanda, característica de ese régimen de libertades parciales y coqueteos con la democracia representativa que se prolongase con altibajos durante toda una década y que llevaba a los opoblandos a destacar la vigencia de nuestras queridas libertades representativas – las odiadas libertades burguesas, tales como la libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de protestar – para negar que en Venezuela se nos estuviera sancochando a fuego lento. Muy a su pesar y empujados más por los soldados del régimen que por sus propias convicciones, tendrán que convertirse en opoduros. Carl Schmitt estará sobándose las manos: por fin otra nación del hemisferio cae en las garras de la guerra y un gobierno que monopoliza el poder absoluto de las instituciones y de las armas decide someter por la fuerza, el castigo, la represión, el encarcelamiento y la muerte a quienes no doblen la cerviz. El totalitarismo golpea a nuestras puertas.
La decisión del caudillo del régimen de subir la temperatura política a altos grados bélicos y desatar de una buena vez, sin máscaras ni subterfugios, la guerra de aniquilación de nuestra institucionalidad democrática con que ingresó el 4 de febrero de 1992 a los tristes fastos del golpismo nacional, era inevitable. Se le agotó el campo de acción de su crecimiento socio-político bajo condiciones seudo democráticas, sufrió un colapso económico de impredecibles consecuencias y topó con el hueso de la resistencia democrática popular y nacional. Como lo reportan todas las encuestas, en abril sufrió un vuelco cualitativo que mostró severas pérdidas en la aceptación popular, mientras crecía la aceptación y el reconocimiento de las mayorías a la gestión de gobernadores y alcaldes opositores y se reafirmaban nuevas figuras en el liderazgo democrático, aceptados nacional e internacionalmente como las naturales contrafiguras de Hugo Chávez. En particular, el alcalde metropolitano Antonio Ledezma, pero también otras figuras como Leopoldo López y Henrique Capriles. Esa percepción, hecha carne en la ciudadanía, produjo una suerte de centrifugación de las fuerzas opositoras, que vuelven a estar tanto o más animadas de un espíritu unitario como lo estuvieran cuando la Coordinadora Democrática. Con diferencias de fondo: un liderazgo fogueado, un conocimiento acabado del enemigo y una calidad de decisión absolutamente inédita.
De este modo, a un gobierno en creciente desgaste se le enfrenta una oposición en creciente fortalecimiento. Las elecciones de diciembre de 2007 y de noviembre de 2008 dieron prueba fehaciente de ese proceso aparentemente irreversible. El gobierno debía escoger entre preparar una honrosa retirada y suspender por ahora su pretendida entronización totalitaria y vitalicia o precipitar el salto cualitativo a un enfrentamiento definitorio. A cualquier costo.
Es la situación que enfrentamos desde que impusiera por la vía del hecho el plebiscito inconstitucional del 15 de febrero y promulgara las leyes asimismo inconstitucionales que han provocado un auténtico levantamiento popular. Lo hizo, de acuerdo a sus viejas prácticas violatorias, en plenas vacaciones, pensando encontrar a una ciudadanía apática y ausente del escenario político. Para su inmensa sorpresa se encontró con la más descomunal de las marchas vividas desde los gloriosos hechos de abril del 2002. La razón: una ley de educación que toca la médula de nuestra cultura civil y democrática. Exactamente como sucediera en el Chile de Salvador Allende, cuando el intento por imponer una ley de igual significado terminó desbordando las fuerzas de la contestación al régimen y desatando la tragedia pinochetista.
De allí la declaración de guerra total por parte del régimen, la criminalización de las actividades políticas, el encarcelamiento de trabajadores y un alto funcionario de la alcaldía metropolitana, presidente del partido ABP, así como la persecución inclemente del segundo hombre de dicha alcaldía y operador político fundamental de la exitosa marcha del 22 de agosto.
El presidente de la república ha preferido dejar en manos de sus subordinados la tarea sucia de desatar la dictadura. Tendrá que asumir él mismo ese trabajo. El enfrentamiento es inevitable. Los pasos dados por el ministro del interior, la fiscal general y la guardia nacional anticipan una guerra abierta, brutal y prolongada. Es el comienzo de la dictadura. ¿Su duración? Depende de los demócratas. Están en ascenso, cuentan con la mayoría, tienen la moral por el techo y perfecta comprensión de que hemos llegado al terreno de la verdad. Es previsible una lucha frontal en todos los foros, tanto los nacionales como los internacionales. En ambos, la oposición lleva la delantera. Y todas las de ganar. ¿A qué precio?
Estamos del lado correcto de la historia. Nos asiste la verdad. Y tenemos fuerza y coraje suficientes como para acabar con la pesadilla. La política invade los terrenos de la guerra. Si vis pacem para bellum.