De callejón y salida
El gobierno que instaló sendas baterías anti-aéreas en la cúspide de las torres de Parque Central o hace del sabotaje a la recolección de firmas en Caricuao un motivo de reafirmación de sus seguidores, sin que se atreva a una explicación medianamente razonable, es el mismo que alza su voz de indignación frente a lo que acontece en Iraq, a pesar de que el saldo de bajas –hasta los momentos- no supera la matanza semanal de Caracas, la que afecta esencialmente a los sectores más empobrecidos y que sirven de emblema a una gestión pretendidamente revolucionaria. Vale decir, a la quiebra incontestable de la razón (y de la razón oficial), se suman los abscesos de un cinismo inigualable del que Cipriano, Gómez o Pérez Jiménez no hicieron gala por obra de una mayor franqueza abierta de sus regímenes, cosa que –al menos- se agradece.
La salida pacífica e institucional de Chávez parece no privilegiar la necesidad de reivindicar a la democracia como fórmula de vida y aceptación de la irremediable como afortunada complejidad social que nos caracteriza. La violencia va tiñendo todo el universo de creencias frente a la terquedad suicida del régimen, cuya amenaza más contundente es la de arrastrarnos a todos, a justos y pecadores, constituyendo la mejor póliza que ha inventado.
Evitar la guerra civil cobra importancia en nuestro imaginario político, habida cuenta de la amarga experiencia colombiana. Se trata de un chantaje que no admite apelación alguna, ni siquiera la más humana de la que puedan esgrimir los miserables, los lanzados a la calle en solicitud de una limosna, perdido el empleo que ayudaba a capear los temporales, o los niños que huelen pega sin perturbar, en momento alguno, a los jerarcas que siguen utilizándolos para la verbena discursiva.
En días pasados, en uno de los programas matutinos de televisión que intenta encarar con un poco de más coherencia, seriedad y profundidad los problemas, advertía la entrevistada de convincente lenguaje académico que más de novecientas personas desaparecieron durante los “40 años” y no pasó nada. Una observación sobradamente acertada que tanto nos recuerda aquella serie sobre los desaparecidos que publicó Jesús Sanoja Hernández en “Tribuna Popular”, a finales de los sesenta, no puede jamás justificar los desafueros del presente régimen: el mayor de ellos, la intención de arrastrarnos al callejón de la guerra total haciendo caso omiso a la salida pacífica que reclamamos los venezolanos. ¿Acaso quinientos u ochocientos bajas mantendrían en pie la legitimidad de esto que llaman V república?. Por lo demás, ¿todavía no es urgente un balance histórico de los sesenta, más allá del que políticamente pueda serle útil a los insensatos herederos de una ilusión que –como se ha dicho- espera confirmación de la caída del muro de Berlín?.
La guerra y –sea imperativo recordar- la guerra civil está ambientando el imaginario de estos días. Exactamente el mismo que celebra un fenómeno frecuente en aquellos países del socialismo real: el problema está en que Corea del Norte tiene por prioridad una bomba atómica, mientras la del Sur ofrece un conjunto de indicadores sociales y económicos “ligeramente” llamativos.
Bus hace la guerra, es lo cierto, pero debe lidiar con la opinión pública y las instituciones democráticas en su país, a la vez que Hussein no le reporta a nadie siquiera su intención de fabricar medicamentos. ¿Acá pretenderá Chávez hundirnos en la más profunda confidencialidad para gobernar, salvo se trate de la animada retórica dominical?.