Opinión Nacional

De alcahuetes, terroristas y vendepatria

Las abominables actividades corren parejas con el desarrollo humano. Constituyen una vergüenza desde el momento en que el hombre hoyo con su planta la superficie planetaria. Seguramente el más antiguo registro sea el de Esaú, la venta de su progenitura y la alcahuetería de Rebeca, que hizo del hijo mayor de Isaac el primer vendepatria de la humanidad y de Jacob el adelantado del despojo imperialista.

Siglos de historia informan de muchísimos casos que trascienden el ámbito familiar o tribal. En los regímenes militares tales eventos son de práctica común, contradictorios con la cantaleta del respeto y amor debido a la patria. Así tenemos que aquí en Venezuela desde que el 06 de septiembre de 1854 el Estado otorgó a D.B. Hellyer la primera concesión para la explotación de asfalto y hasta 1945 las empresas petroleras fijaron las cantidades a pagar por concepto de regalías e impuesto sobre la renta.

Es a partir del 18-10-1945 cuando comienza el rescate de la soberanía sobre la riqueza nacional. La política anti-imperialista de no más concesiones, la aplicación del impuesto progresivo con nivel máximo del 26%, más el control de los volúmenes de exportación declarados y el aumento de las regalías, para culminar el 14-11-1948 con la aprobación, por el Congreso de la República, de la nueva Ley del Impuesto sobre la Renta que consagró principios y niveles impositivos adelantados por la Junta Revolucionaria y agregó un impuesto adicional del 50% sobre los beneficios netos de las compañías, el popular “fifty-fifty”. El 24 de ese mes fue derrocado el Presidente Gallegos y los militares golpistas volvieron a ofrecer la patria en venta, hasta 1957. Porque la reforma de 1943 fue redactada a cuatro manos por el Ministerio de Fomento y las petroleras mediatizando una acción que, en la coyuntura, pudo haber cobrado mayores beneficios aun sin afectar las concesiones. Pero era demasiado pedir a un gobierno heredero de todas las trapisondas del castrogomecismo.

Ahora bien, existen muchas formas de ser vendepatria. Cuando se expulsa al personal calificado de la productora y comercializadora del bien que proporciona cerca del 65% del ingreso nacional y es utilizada para financiar y dirigir actividades que escapan a su competencia y especialización, dentro y fuera del país; cuando se procura un liderazgo internacional regalando divisas e ingentes cantidades de petróleo mientras la infraestructura del país se cae a pedazos, los valores morales se baten en derrota y el desabastecimiento se palpa en los anaqueles, denunciarlo no es terrorismo mediático; cuando el desempleo, el salario mínimo y los altos precios hacen que el hambre invada los hogares pobres y la inseguridad deja a diario una alfombra de cadáveres, el terrorismo es de Estado; en fin, cuando tantas desgracias agobian a la nación, topamos con un mandatario vendepatria, aun cuando gobernantes alcahuetes cambien condecoraciones y títulos honoríficos por barriles de petróleo, como el de Gran Pacificador otorgado por Lula Da Silva al cabecilla rojo-rojito, a pesar de sus reiteradas amenazas con desatar una guerra civil y de acuñar dentro de TSJ un individuo señalado como manipulador de la investigación del caso Anderson.

Quien comete tales fechorías comprometedoras del mañana que pertenece a la sucesión generacional, produciendo lesiones para cuya sanación han de transcurrir varios lustros, se mueve dentro de los parámetros del vendepatria y terrorista.

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