Opinión Nacional

Cuestiones del socialismo campamental

Circunscritos a las observaciones consignadas por Jesús Puerta y habida cuenta del espacio disponible, aunque celebramos la mayor prontitud y eficacia del medio digital que del impreso para el contraste de pareceres, nuestra inicial intención es la de interpelar al marxismo mismo frente a la experiencia de un régimen que lo ha caricaturizado, a lo mejor en forma inevitable. La crisis es la del leninismo, la del dilema entre la democracia sustancial y la formal, forzando y contaminando los aportes gramscianos en el esfuerzo de alcanzar una articulación de la democracia con el particular socialismo que vivimos.

Crisis que posiblemente responde a otra de mayores y decisivas magnitudes, como es la del populismo que, afianzado en un recurso externo como el petróleo, convocó exitosamente a todos los sectores sociales y corrientes políticas del país, adquiriendo un carácter histórico progresivo que en nada abona a los prejuicios que suscita. Coalición que superó el cálculo de sus originales promotores, derrotando el pesimismo positivista al realizar la democracia representativa, y que hoy se resiste tenazmente a las insuficiencias de la renta petrolera, sin solución de continuidad en una de las variadas opciones capitalistas y socialistas harto conocidas.

La falla estructural que nos agobia desde finales de la década de los setenta, en relación a los ingresos, lejos de estimular la reflexión por una salida compartida, nos arrincona en una teoría del mandato político (la bolivarianidad) y en una teoría del mandato social (el rentismo), desinteresadas en superar la naturaleza utilitaria, clientelar y prebendaria de nuestras relaciones (no hay siquiera taylorismo o fordismo que atacar). Empero, una sociedad tan compleja y plural como la nuestra, no cabe en la versión del populismo realmente existente, al que se le intenta inyectar un imaginario propio de la lejana década de los sesenta.

Por consiguiente, más que de un período histórico, tratamos de un fenómeno degenerativo de resistencia ante la quiebra de una coalición que tiene por provisional denominación el “chavismo” o el “chavezato”, como estructura de intereses y relaciones, más que de circunstancial expresión política. Definirlo como un nuevo bloque histórico en formación, nacional-popular, retóricamente anti-imperialista y socialista, no constituye novedad alguna, pues, no sólo avala la caracterización ya consabida del populismo, sino olvida que en las sombras pueden gestarse otros bloques: quizá inconscientemente, la novedad rinde tributo a la etapa de liberación nacional concebida por el III er. congreso del PCV, creo que de 1961, ahora ensayada como una rearticulación nacional emprendida desde el Estado.

La urgida producción y constitución del consenso, inventariadas las clases subalternas a incorporar en el proyecto nacional-popular, hace suyas las formas culturales alcanzadas (representación bolivariana), en clara correspondencia con una afanosa captación de la renta, como espina dorsal del desempeño económico. Antes que plural, la hegemonía organicista ha de realizarse en la dimensión nacional-estatal para no arriesgar demasiado en el ámbito popular-nacional, a pesar de la otra crisis experimentada, la del Estado mismo, por lo que nos ubica y se empecina en la confrontación amigo – enemigo, polarizando artificialmente y en todo lo posible a una sociedad que abrigó una distinta expectativa por 1999.

La concepción instrumental del Estado, como maquinaria directa o – ésta vez – indirecta de represión, sistemático amedrentamiento e inoculación del miedo, le ha permitido innovar la tipología penal: por ejemplo, los cacerolazos que ayer contribuyeron a la continua protesta pacífica contra el segundo gobierno de Pérez o los trancazos eminentemente políticos, porque ensayados como último expediente por los vecinos de la caraqueña urbanización de El Paraíso de nada sirvieron para protestar la invasión de un Parque Nacional por los traficantes de la pobreza, antes que de los desfavorecidos a los que el gobierno no les da una vivienda digna en casi una década.

La búsqueda de una sociedad post-rentista, tropieza con la gesta contrarrevolucionaria del chavezato que tiene sus bases ocultas en los registros mercantiles e inmobiliarios, condicionado por un sector emergente que está desplazando a los viejos nombres de la burguesía comercial y financiera o, por lo menos, a la abundante nómina que en varias ocasiones publicó Domingo Alberto Rangel, coaligadas contra la industrial, desde la década de los cincuenta, contrariando un básico pronóstico si de marxismo tratamos. El espléndido bullicio de las representaciones revolucionarias, por obra del Estado Publicitario y Propagandístico, esconde la sorda realidad de una tendencia que es la de la supervivencia de los viejos parámetros, así haya otros protagonistas.

A la gerencia administrativa y comercial del frondoso Estado empresario, dueño de las divisas frente al país que no las produce, poco le importa el problema de la legitimidad de la renta y, amparada por una misma devoción política, es el soporte de los intereses creados a la sombra del poder. No es una casualidad que las contrataciones colectivas sean tema vedado para un chavezato que no tiene incidencia real en el mundo sindical, contentándose con generar estructuras que son consecuentes con una lógica que bien disimula el discurso oficial.

Vigente la propiedad privada, luce obvia una apreciación marxista del Estado como burgués, pero olvida la significativa importancia de la construcción del Estado Social y de Derecho en Venezuela y su correspondiente desarrollo institucional. El fallido proyecto constitucional que, además, hizo trizas a la reforma como institución básica de garantía, pretendió formalizar el Estado Paralelo, esmerándose en un proyecto societario de los consejos comunales que subrayó su financiamiento selectivo, tratando de golpear nueva y definitivamente una conquista innovadora como fue la descentralización. Por si fuera poco, entre otros aspectos, la paradójica desestatización del Estado sólo conducía a reforzar la libérrima voluntad de su cúpula de conducción, transfiriéndole enteramente a la ciudadanía la solución de los penosos y abultados problemas que rebasan sus capacidades materiales, adulterando de tal modo el sentido de participación como después se hizo patente con la caprichosa y revanchista aprobación post-referendaria del Plan de Desarrollo Social y Económico.

Atenidos a las viejas orientaciones duvergerianas, es fácil colegir el predominio absoluto del bipartidismo y la posterior consagración del pluralismo partidario en la conducción de los asuntos públicos, desacreditado también el neoliberalismo por las masas, las mismas que desertaron de los partidos “tradicionales”. De superar el esquema, puede aseverarse que la vida interna de AD y COPEI estuvo signada por un juego importante de fuertes corrientes que obligaban a idear mecanismos de entendimiento con los propios gobiernos que tuvieron y hasta en la propia dirección de los partidos, y sus máximas direcciones pudieron competitivamente concertarse por alrededor de 15 años (de 40) hasta que – muy a principios de los noventa – perdieron tan grande capacidad, apareciendo también innovadoramente el multipartidismo al finalizar la década (recordemos la triple alianza parlamentaria), por no abundar en torno a la confluencia de los otros factores políticos y sociales que – incrementados – prolongaron, perfeccionaron y perfilaron los acuerdos de Punto Fijo. Formalmente, Chávez accedió al poder mediante una coalición de organizaciones que, denostadas y después negociadas, se resumen hoy en día en dos o tres de importancia, las cuales todas funcionaron y funcionan como subsidiarias del MVR, finalmente aparecido el PSUV que no es precisamente ejemplo de vida democrática, totalmente dependiente de quien es conceptualmente el partido en sí mismo: Hugo Chávez.

Señalemos tres circunstancias adicionales: la confusión de lo que es el artefacto partidista y el Estado, el culto a la personalidad presidencial y la confirmación de un régimen cada vez más cerca del Partido-Estado, el que prevaleció en el socialismo real, aunque en Polonia o en Checoeslovaquia reconocieran la existencia de otras organizaciones francamente ornamentales. Además de la configuración de sendos partidos orgánicos, a lo que ha llevado tan inédita experiencia autoritaria como la nuestra, colocándose el Estado Mediático frente a los medios privados, simbolizando hoy Globovisión lo que ayer fue RCTV, y conectándolo con la resistencia de una coalición vocacionalmente rentista, tenemos que la pólvora dineraria, la mediática y la asimétrica dibujan muy bien lo que – en definitiva – es un régimen ultraizquierdista, pretoriano y populista, realizado a través del socialismo campamental (del petróleo que no, petrolero).

Preferimos llamar “infrapolítica” a lo que – cierta y confusamente – se llama “antipolítica”, asegurada –entre otros elementos – por un radical desprecio a la institucionalidad partidista, el divorcio entre los problemas personales y los ciudadanos o colectivos que se afianzan en una anomia campante, y la consideración de los asuntos públicos como un espectáculo. Sin lugar a dudas, constituyó una formidable plataforma de promoción y efectivo acceso al poder de Chávez y, en aras de preservarlo, si se me permite la hipótesis, la hazaña anti-imperialista corre detrás del objetivo de re – crear la Gran Colombia, siendo más viable construir un referente Internacional-Estatal (FARC, ELN, ALBA, etc.) que Internacional-Popular.

Sigue intacto el problema de la legitimación del poder en Venezuela y la comprensión misma del país, por lo que la sociedad post-rentista – como reto y como realización – servirá – igualmente – para no explicar más la situación gracias al petróleo y, permitir así, una renovación del pensamiento político que algún día tocará al marxismo que – ni siquiera – logra salir del leninismo que cohabita asfixiantemente con Gramsci. Acotemos, hay más de propaganda, teñida de consignas, que reconocimiento de una realidad necesaria de interpretar y de transformar, siendo fácil de refutar a Puerta por lo que respecta al autoritarismo de Chávez: la composición de la Asamblea Nacional Constituyente no reflejó la cantidad de sufragios recibidos, hay formas y fórmulas “estajovianas” de supervivencia en el régimen, proliferan los medios de comunicación oficiales, el plebiscitarismo consecutivo ha gozado de las garantías concedidas por el superventajismo gubernamental y las maniobras del ente comicial que retardó y saboteó el proceso revocatorio como ejemplo, las constantes manipulaciones de los órganos del Poder Público (incluyendo el TSJ), la falta de comprobación del supuesto y generoso subsidio de un partido español o de la CIA a la oposición que hubiesen tornado la “guerra de posiciones” en “guerra de movimientos”, el impedimento de una discusión tolerante y amplia entre los mismos seguidores del oficialismo indispuestos a “hojillarse”. Puerta utiliza aproximadamente el 40% de su réplica a la hojarasca propagandística: teme extenderse críticamente en relación al ventajoso empleo de los recursos públicos y al “amiguismo”, atadas las hojas al suelo por el peso del denso polvo que las cubre.

Mounier diferenciaba entre la revolución de los desfiles y la trabajadora de los pobres. Es en ésta en la cual debemos insistir, con mayor claridad y honestidad intelectual de sincera asunción de los problemas del país: sobrios para hallar lo sustancial del drama, sin que – al revés – hagamos un melodrama para adivinar una respuesta tardía.

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