Cuesta abajo en la rodada
Hugo Chávez, su gobierno y todos quienes le votaron y continúan viendo en él una esperanza pueden sentirse orgullosos: el Índice Bertelsmann de Transformación y Desarrollo, uno de los más serios indicadores del estado socio-económico y político del mundo elaborado en Alemania por un equipo de grandes expertos, ha situado a Venezuela en uno de los lugares más humillantes del planeta: rebajado al puesto 76 del ranking general, le acompañan perlas africanas como Eritrea, Simbabwe, Myanmar y Somalia. Y del resto del mundo, naciones tan ejemplares o edificantes como Corea del Norte y Turkmenistán.
No es una maldición que afecte a todas las naciones de América Latina, sino sólo a las gobernadas por caudillos populistas exclusivamente interesados en montar regímenes dictatoriales que les permitan universalizar la miseria, convertir a la ciudadanía en carne de cañón electorera y mendicante y sobre todo dependiente de las dádivas y limosnas que el Supremo se digne tirarles como hueso a los perros. Sobras que deben agradecer aclamándolo como lo han hecho los cubanos durante medio siglo con Fidel Castro. Y como quisiera el teniente coronel que los venezolanos hiciéramos con él por el resto de nuestros días.
Dicho índice de validez comprobada y científica se basa en mediciones de parámetros aceptados universalmente, que tienen que ver con desarrollo económico-social y libertades públicas. Cualifica no sólo prosperidad económica, sino también y sobre todo separación de poderes, seriedad e integridad institucional, respeto ciudadano, seguridad y defensa. Bajo esos parámetros, Venezuela es la vergüenza de América Latina. Chile, en cambio, se encuentra a la cabeza de las naciones del continente y ocupa un puesto que dignifica a la democracia chilena: el 8º entre 125 naciones, calificadas por 250 expertos. Le sigue Uruguay en el puesto 9 y Costa Rica en el puesto 12.
De las restantes naciones, Argentina desluce debido a la fragilidad de sus instituciones, la baja calidad de su sistema judicial y la inmoralidad pública. No lo hacen mucho mejor las restantes naciones del continente, incluso Brasil. La democracia sigue siendo la asignatura pendiente de los latinoamericanos. Aunque Venezuela se lleva la palma. Ha caído al peor lugar de América Latina en los últimos cincuenta años, a pesar de disponer de los más altos ingresos y nadar en la falsa abundancia petrolera.
Va cuesta abajo en su rodada. No mide el Índice Bertelsmann las expectativas políticas a futuro. Si lo hiciere, Venezuela sería el promisorio espacio de la recuperación de las libertades democráticas, la prosperidad y el progreso. Con una sola condición, cada vez más cercana: devolviendo al teniente coronel al basurero de la historia, de donde jamás debimos haberle permitido asomara su fea cabeza.