Opinión Nacional

Cuentos en revolución

El sábado pasado escuché el siguiente comentario a un hombre joven: «Será posible que no haya unos militares que detengan esta desgracia que está pasando en el país». Yo escucho y callo discretamente mientras sigue la conversación, pero un rato después el mismo hombre dice: «Mañana me toca madrugar porque tengo que ir a la marcha». Allí no puedo contenerme y le pregunto: «¿Qué estás diciendo, que vas a ir a la marcha de apoyo al SI?». «Tengo que ir ―me responde―, nos convocaron en la oficina y van a pasar lista. Si no voy me pueden botar. Yo llego y firmo y luego me hago el pendejo por ahí y en lo que pueda me voy».

Me parece que este breve cuento no tiene desperdicio y se le pueden encontrar múltiples lecturas que arrojan luz sobre el drama que está viviendo la nación. En esta nota voy a referirme solamente a dos de dichas lecturas. La primera es que desnuda la sucia farsa del proyecto totalitario que se hace llamar socialismo del siglo XXI. La trampa de una revolución que habla de “solidaridad”, “humanismo”, “cooperación”, “participación protagónica” y otro montón de palabras vacías mientras se dirige a lograr un sometimiento acrítico y farsante de los ciudadanos. Un proyecto que ha sacrificado alcanzar el “hombre nuevo” y se conforma con el “hombre sometido”. Al mismo tiempo que pretenden hacernos creer que “sólo en el socialismo se alcanza la verdadera democracia” aplican las mismas técnicas totalitarias del comunismo real del siglo XX que llevó a países enteros a la esclavitud, en la cual están sumidos todavía los pobres pueblos cubano y coreano.

El pobre hombre del cuento no se da cuenta de que pronto será imposible hacerse el pendejo e irse de las marchas. Enseguida te exigirán que aplaudas y después que grites aupando, entonces te dirán que grites más fuerte porque no eres convincente. En ese punto ya estarás totalmente derrotado y serás un esclavo. Ya no se te ocurrirá hacer ningún comentario añorando un golpe y comenzarás a desconfiar hasta de tu hermano. El totalitarismo es inexorable.

Pero surge del cuento un segundo drama que es preocupante. Hay muchos venezolanos democráticos que invocan un golpe como la única vía para superar nuestra situación. Algunos, inclusive, tienen visiones delirantes de los marines rescatándonos, casi con Rin Tin Tin a la cabeza. La actitud es comprensible porque el totalitarismo, al concentrar todos los poderes, cierra todas las puertas y ahoga cualquier esperanza. La presencia de delincuentes saboteadores, amparados por las fuerzas del estado, que limitan cualquier protesta y se apropian de barrios de Caracas, es un buen ejemplo al respecto. Pero el que sea comprensible no significa que tengan razón.

La única salida de nuestra situación es lograr arrancar a nuestro Líder del corazón de la gente humilde que lo sustenta. No hay salida sin el despertar de las verdaderas víctimas de la revolución, que están condenadas a la pobreza eterna, mitigada por humillantes limosnas, al mismo tiempo que se sienten incluidos y representados por el Ungido. Cualquier salida por la fuerza, mediante golpe o asesinato, o inclusive la muerte natural del Líder, congelaría el mito del hombre generoso preocupado por el pueblo por lo que resta de siglo y condenaría a Venezuela a saltar entre gobiernos populistas y represivos. La Argentina peronista es un buen ejemplo de este drama.

Más pronto que tarde Venezuela despertará y comprenderá que la solución está en manos de la gente y no en un Monarca dadivoso. El Imprescindible se quedará solo con su docena de aduladores y los que hoy lo sostienen lo repudiarán. El pueblo saldrá a la calle exigiendo una consulta popular que será inevitable y saldremos de esta tragedia democráticamente, al mismo tiempo que salimos de su mito. La solución es más lenta pero permanente. Sólo así se podrá derrotar al populismo y comenzar a construir el nuevo país.

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