Cuatro preguntas
López Contreras tuvo el feliz atrevimiento de reducir a cinco años el mandato presidencial. Convertida en una cifra razonable, junto a la no reelección (al menos, inmediata), aportó en los últimos decenios una buena dosis de estabilidad institucional. La insatisfacción con el gobierno, por aguda que fuese, encontraba una magnífica válvula con la posibilidad –nada remota- de tomar por la vía electoral otra opción, entrando a competir las distintas propuestas. Sin embargo, hoy pocos logran percatarse que apenas comienza el período de Chávez, quien no deja de insistir que estará un tiempo mayor en el solio presidencial que lo expresamente señalado en la constitución. Digamos que hubo un aprendizaje efectivo sobre la alternabilidad y, por muy quinquenal que fue la democracia formal, ésta procesó las presiones y demandas de tal manera que logró efectivamente perfeccionarse. ¿Qué ocurrirá cuando el prematuro envejecimiento del régimen choque contra una noción tan arraigada de nuestra cultura política, por decirlo de alguna manera, comprendiendo que falta todavía para que el sol pegue en sus espaldas?
Puede decirse que el venezolano se ha reencontrado poco a poco con la política, pero –inexplicablemente- no con los especialistas en hacerla. Podemos detestarlos, aborrecerlos, culpabilizarlos de todos los males del país, aunque no emplear un disparo para remediar el dolor de cabeza en lugar de las aspirinas. Incluso, y de esto se ha hablado abundantemente, hay quienes se dedican a ella a tiempo completo, pero se dicen no políticos. Parte de las hipocresías con las que cargamos. No se entiende la solución de los asuntos comunes, los que conciernen a todos, los que globalmente nos aquejan, sin la presencia de sus más naturales articuladores. De no convencer unos, esperan por la oportunidad otros. Simplemente, no hay políticos sin aquellos que la hagan abiertamente. ¿Por qué el 10 de diciembre próximo pasado no aparecieron los dirigentes políticos, con la frecuencia acostumbrada, en los medio audiovisuales o es que existe una perversa intención de desterrarlos como ha pretendido el gobierno?
Pedir perdón por los errores cometidos constituye, además de un acto de humildad, un recurso que prodiga sus ventajas de acuerdo a un determinado contexto cultural. Es válido cuando la sinceridad explica el gesto y pernicioso hasta el cansancio como una estrategia más de mercadeo quedando intacta (e impune) la falla. Preferiría hablar más de las experiencias colectivamente compartidas, con todas sus lecciones, que pueden dirimirse electoralmente cuando no por una exacta vía penal. La vida misma se explica por la constante rectificación de pensamientos y de procedimientos y, en algun lugar, Fernando Vallespín resaltaba que las sociedades modernas tienen por aval una tradición de discrepancias o desavenencias soportadas. ¿Podemos desechar todo lo que ha ocurrido en los últimos cincuenta o veinte años, incluyendo los recientes, esquivando toda lección histórica o seguiremos rifándonos el destino nacional?
Algo tan obvio que ya no molesta a los generadores de opinión. Las aceras de la ciudad sufren un doble secuestro. El de los buhoneros que también despachan desde un costoso automóvil, como ocurre en Sabana Grande, o colocan sendos techos de plástico, forzando a un peligroso túnel que exhibe mercancías de un elevado valor, según lo vemos en la esquina de La Bolsa. Muy cerca está la larga acera que, imaginamos, so pretexto de una remodelación está prisionera entre los andamios, pues si los vendedores de siempre, incontrolables, la acaparaban, ahora no es de nadie. Y puede apreciar cualquier persona distraída que la muchachada que pretende acceder a lo que fue la Biblioteca Nacional, desde hace más de dos meses, ha de hacer la cola hacia la calle compitiéndola con otros peatones y automóviles, sin que olvidemos a los motorizados que nos sorprenden en todo momento con sus desesperadas huidas del tráfico. ¿Es tan difícil resolver la situación que las autoridades se resignan al secuestro de las aceras o quizá más fácil hacer la revolución pasando por alto que ella, precisamente, reclama una política por los ciudadanos, de los ciudadanos y con los ciudadanos?
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